miércoles, 20 de abril de 2011

Contra Natura

El ser humano está hecho para moverse. No mucho, pero algo. La máquina biológica que somos, nuestra estructura física y nuestro endoesqueleto necesitan el movimiento para permanecer siempre a punto. En caso contrario todo el sistema se esclerotiza, degenera y termina por desaparecer al eliminarse el fundamento básico de nuestra existencia. No obstante, que tengamos la necesidad fisiológica de movernos no implica que debamos sobrepasar los límites de tolerancia que nuestra propia constitución física impone.

Un ejemplo claro lo tenemos en los deportistas de alto nivel, es decir, profesionales. Normalmente sólo alcanzamos a ver sus éxitos o fracasos en las competiciones, pero no vemos los esfuerzos desmesurados que realizan para mantenerse a ese nivel de exigencia requerido. El resultado, parejo siempre a sus logros profesionales, es una elevada incidencia de todo tipo de lesiones musculares y óseas, cuando no cardiacas o respiratorias. El cuerpo humano no está diseñado para tales barbaridades.

Alguna vez leí –quizá incluso lo escribiera yo mismo, pero ahora no lo recuerdo– que las cosas son según su naturaleza. Esto es cierto en general, salvo cuando hablamos del hombre, quien no sólo se empeña en caminar en dirección contraria a su naturaleza sino que incluso está en contra de la del resto de seres vivos, a los que trata con desprecio, crueldad o, en el mejor de los casos, indiferencia.

Probablemente toda esta palabrería les parezca sin sentido alguno, porque hasta a mí me lo parece, pero supongo que forma parte del oficio de escribidor. Recientemente he pulsado los medios –los putos medios– y las opiniones de bastantes compañeros de andanzas en este mundo bloguero, y noto una sensación de insuficiencia, de incapacidad, de desesperanza que resulta tan abrumadora como peligrosa. Se multiplican los escritos y comentarios sobre nuestra juventud, apelando a sus valores y convicciones para que hagan algo, para que se muevan. Pero, ¿son ellos realmente los más indicados para hacer algo?, ¿son, siquiera, los más preparados para acometer los cambios que (en el ánimo de casi todos está) es preciso llevar adelante? Lo dudo.

Ignoro por qué pedimos a nuestros jóvenes que hagan aquello que nosotros no estamos dispuestos a hacer. ¿Es que para quienes tenemos más de 40 ó 50 años ya se acabó la vida, las obligaciones, las responsabilidades? ¿Acaso no debemos seguir respirando, comiendo, trabajando, sólo porque vemos cómo nuestros hijos se dan a la molicie y el abandono? ¿Quizá no hemos sido nosotros los auténticos causantes de este estado de cosas que ahora sufrimos? Entonces, ¿por qué pedir a los jóvenes que hagan algo, escudándonos en unos valores que, al mismo tiempo, les negamos?

Ahora ya sé por qué comencé este artículo por las ramas: la salud está en el movimiento. Si queremos continuar disfrutando de un excelente estado de forma, no queda más remedio que movernos, actuar, hacer –o deshacer– todo aquello que sea preciso para cambiar nuestra vida estúpida por otra mejor. Y lo debemos hacer nosotros, no delegar tal responsabilidad sobre quienes, en la mayor parte de los casos, aún no conocen el significado de semejante palabra.

Ninguna sociedad anterior fue mejor ni peor que la nuestra, sino distintas. No es cuestión ahora de intentar parecernos a otra cosa que no sea nosotros mismos, pero usando la cabeza, y no la soberbia, la envidia, el egoísmo o la manera fácil de evadirnos escurriendo el bulto. Nunca antes hemos disfrutado de tan alto grado de comodidad y tecnología, pero no sabemos utilizarlos, no sabemos. En vez de pedirles cuentas a nuestros jóvenes, cuya formación y conocimientos son competencia de todos, mirémonos y reflexionemos, y volvamos a valorar esa antigua costumbre de algunos pueblos, hoy por desgracia en desuso: pedir consejo a los ancianos, que algunos poseen, además de canas, sabiduría. Podemos dar un vuelco a nuestra penosa situación. Quizá no estemos capacitados para ser pastores, pero deberíamos cuando menos dejar de ser borregos dóciles y sumisos. Dejemos de ir contra nuestra propia naturaleza y movámonos.

4 comentarios:

  1. "No es cuestión ahora de intentar parecernos a otra cosa que no sea nosotros mismos".
    "Mirémonos y reflexionemos, y volvamos a valorar esa antigua costumbre de algunos pueblos, hoy por desgracia en desuso: pedir consejo a los ancianos, que algunos poseen, además de canas, sabiduría".

    Por fortuna o por desgracia, tengo la impresión de que llevamos en los genes esa aspiración que tú niegas: parecernos a lo que no somos. De hecho, el único "nosotros mismos" que yo conozco es, precisamente, el de negar la identidad a toda costa y aspirar a ser siempre otro, acaso mejor, acaso peor, pero otro que satisfaga la necesidad de cambio permanente que forma el ADN de nuestra especie.
    Por otro lado, ya Machado dejó escrito que no todas las canas son venerables. Y coincido con él. Ni el culto a la juventud, ni el culto a la senectud. Sí, siempre, el respeto a la razón, tenga la edad que tenga. A Lorca, por ejemplo, le aterraban los viejos, le incomodaban, no sabía de qué hablar con ellos ni cómo estar con ellos, le repelían. La perversa obra del capitalismo moderno es la devastación existencial de los trabajadores explotados, a quienes les roba de hecho su biografía, como explicó perfectamente Richard Sennet en "La corrosión del carácter.Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo" (Anagrama). Ahí se lee cómo la experiencia vital es, en el fondo, para la mayoría de los trabajadores, una pérdida autobiográfica y, sobre todo, un embrutecimiento que poco o nada tiene que ver con el tópico del viejo sabio. De hecho, resistirse al embrutecimiento es una actitud heroica que honra a quienes se empecinan en ello, ¿no? Esa implacabilidad de los años consumiendo la poca sindéresis que se almacena sí que la he sentido a lo largo de mi ya dilatada vida laboral como una sombra mezquina dispuesta a devorarme, y contra la que me defiendo nultiplicando mis intereses intelectuales: me niego a sucumbir.

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  2. Ni abogo por la senectud ni defiendo la juventud, tan sólo arremeto contra nosotros, intemporales, y trato de ver qué puede haber de bueno en cada época, en cada edad. No soy Lorca ni Machado, Juan, tan sólo yo. Cierto parece que los ancianos, por viejos, lo único que tienen en su haber son las canas. La sabiduría, si no la cultivaron a lo largo de toda la vida, no les vendrá por cumplir años. Pero no es menos cierto que, en otras culturas, los ancianos eran depositarios del acervo común. Puede que sublimemos esa edad arcádica, puede que tales circunstancias se dieran en pueblos sin otra forma de transmisión cultural que la oral, pero la fórmula del consejo de ancianos funcionó en sociedades tan civilizadas como la romana o la griega: ¿qué otra cosa era, si no, el Senado?

    Pero, en realidad, mi entrada no es tanto alabanza de la edad anciana cuanto descrédito de la madura, de unos hombres que parecemos habernos desentendido de nuestra responsabilidad para cargarla sobre quienes aún no pueden asumirla. En fin, supongo que es difícil a veces explicarse correctamente, y por tanto hacerse entendible. A menudo, cuando nos expresamos, arrojamos sobre los demás más oscuridad que luz, no por propia voluntad, pero sí por incapacidad.

    Un abrazo.

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  3. No sé si tu escrito hace velada alusión a plantemientos parecidos a Stephane Hessel y su célebre panfleto "Indignaos" en que se dirige a los jóvenes para que se rebelen contra el estado de cosas que estamos viviendo. Otro que "descarga" su responsabilidad es José Luis Sampedro que apela también a los jóvenes. No sé bien contra qué o contra quién se dirigen tus dardos, pero estimo que en mi ejercicio profesional me dirijo a jóvenes permanentemente y no conozco otro mensaje que el de instigarles a que se muevan. Lo hacía hace treinta años y lo sigo haciendo ahora. Concibo mi profesión como la de agitador de ideas cuyos destinatarios son muchachos de entre doce y dieciocho años. No pienso que haya de transmitirles un saber estático sino dinámico, no un saber conservador sino desafiante, inspirado en la tradición y en la vanguardia, un saber no lleno de conclusiones sino de preguntas cuya respuesta es abierta. Si tuviera que convertirme en un profesor que enseñara un saber cerrado creo que enfermaría. Y sí, transmito el mensaje de que hay que moverse todos, pero son los jóvenes los que heredarán el mundo. Tienen que conocer cómo funciona. Hay jóvenes rebeldes, conozco a algunos. Son minoría, pero me gustaría pensar que en un momento de su existencia hayan tenido una pequeña aportación mía. Espero seguir haciéndolo aunque no sirva para nada. Y sí, pienso que los jóvenes tienen que moverse. Yo también lo hago o al menos lo intento. Y me da igual si somos nosotros los que les hemos conducido a la pasividad y el conformismo. Me rebelo contra ese estado de cosas.

    Un abrazo. Desde Galicia frente al mar.

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  4. Yo también me rebelo, Joselu, yo también. No intento emular a nadie, ni tampoco esconderme tras las bambalinas. Me gusta citar las fuentes cuando es menester, pero hay asuntos en los que la fuente somos todos, y aunque sean dos o doscientos a quienes se oiga, somos todos los que voceamos, somos todos los indignados. Sin embargo, poco o nada nos movemos como no sea para cambiar ligeramente de postura en el sillón. Está el mundo por ganar, pero tenermos tanto que perder, ¿o no?

    El recurso a la juventud es lícito, es necesario y hasta imprescindible. Pero, si no contamos con ellos para casi nada, si queremos ser nosotros, los adultos, quienes controlemos todo, si los tutelamos hasta el infinito desconfiando de su capacidad de entendimiento y de acción, ¿en virtud de qué cínicos postulados somos capaces de exigirles que se muevan, que protesten y que den la cara? ¿Que protesten contra qué? ¿Acaso contra el sistema? Pero, ¿no somos nosotros el sistema, incluso ellos? ¿Qué falaces ideas estamos intentando inculcar en sus ñoñas y blandas cabezas? La juventud heredará la Tierra... siempre pensé que serían los mansos. Aunque, claro, dada la mansedumbre de estos jóvenes, que no se arrancan ni aunque los despellejen...

    No creo que sea tarea exclusiva de la juventud tomar las riendas de lo que esté por venir. Más pienso que somos nosotros, ese todos en el que necesariamente están ellos también incluidos, quienes debemos actuar, al unísono y contundentemente. Pero, claro, también es verdad que todos somos muchos, y en la muchedumbre se diluyen las ideas, los afanes y los trabajos. Falta de liderazgo, la masa se enfría, languidece y se dedica a ramonear. Habrá que conformarse, pues, ya que los pueblos, como dije alguna vez, no hacen la Historia, sólo la sufren.

    Un abrazo (quién estuviera en Galicia...).

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...