jueves, 19 de mayo de 2011

A las barricadas…

¡A las armas, a las armas!, es el grito de guerra de incontables episodios en innumerables pueblos de todas las épocas a lo largo y ancho del planeta mundo. Cuando la lucha se desarrolla en el medio urbano, y al menos desde las revoluciones liberales del XVIII, a la tradicional llamada se unía otra, más sofisticada, más acorde con los tiempos: ¡A las barricadas! Cualquier día de estos me voy a comprar una pistola para disparar al primero que me encuentre, a lo mejor un banquero o un político, a lo peor mi vecino de abajo… Después, me fumaré un buen puro, aunque no fume, y me tomaré un vaso de ron, aunque no me guste, y tan contento marcharé a las barricadas previa y cuidadosamente preparadas por los camaradas revolucionarios, o contrarrevolucionarios, quizá ya. Allí ocuparé mi puesto, y con mi pistola y el fusil que me prestará algún correligionario de revolución, defenderé los sagrados valores de la libertad, la igualdad y la estupidez reinante.

Llegados a este punto tan heroico, les traslado unas preguntitas que no hace mucho me hizo el cuñado de López: ¿A quién darán su voto los casi 5 millones de parados (según la EPA) que va dejando esta crisis como daño colateral en nuestro país de españoles? ¿Votarán, acaso, a alguna nueva formación de esas visionario-ciudadanas que últimamente se han puesto de moda? ¿Seguirán votando demagógica y útilmente a los dos grandes de este sistema partitocrático en que vivimos? ¿O, quizá, por fin a Izquierda (des)Unida, para ver si de una vez por todas alcanza el dichoso poder y se pringa o no, gobierna o no, y se convierte en azote terrible de demócratas de medio pelo? No lo sé. Pero tampoco me importa. Porque, lo que sí sé es que, le den el voto a quien se lo den, o se lo guarden en un bolsillo, como un servidor, las cosas seguirán igual, más menos, a como son ahora. Y si, bendito sea quien sea, el paro finalmente disminuye a cifras civilizadas, no se deberá a la tarea de gobierno de este o aquel partido, sino a, sin más, la propia inercia del mercado, tótem total.

Votatis votandi, si me permiten la tonta licencia, llega la hora de la verdad para los ciudadanos de pro, sensatos, sesudos, concienciados con la cosa pública democrática. «Vota tú para que no voten por ti», «Ejerce tu libertad», «Vota, es tu derecho» y otras consignas por el estilo son argumentadas en época electoral por los gestores/cuestores/censores de los partidos políticos para que no se les escape ese néctar precioso de la democracia, el voto, que al parecer solamente tiene valor y/o utilidad cada cuatro años, sin que en los largos intermedios político alguno, siquiera sea de segunda fila, se digne preguntar al sufrido ciudadano consciente, sensato y sesudo de pro qué le parece tal o cual asunto en el que, con su tan preciado voto, se debe intervenir o no para mejorarlo o no.

Pese a no entender mucho de política, y de economía absolutamente nada, duele ver cómo representantes del pueblo, pagados con el dinero de todos, eluden sistemáticamente responder a cuestiones comprometidas cuando se ven envueltos en escándalos hasta que sus engominados asesores les redactan la respuesta más adecuada. ¿Es que no tienen la obligación de rendir cuentas no sólo en el Parlamento sino también ante sus electores aunque no sea periodo de campaña? Ante la crisis que golpea duramente a amplios sectores sociales, sólo se proponen medidas parciales, parches a todas luces insuficientes que hablan claramente del carácter de improvisación que tiene todo en este país, incluida la cosa pública. Pero es que tampoco desde el fondo del pueblo se eleva clamor alguno que exija otra cosa que limosnas, aquellas que los políticos han sabido vender, en vez de arremeter contra el sistema mismo hasta desmoronarlo, hacerlo cenizas de las que surja otro nuevo, mejor..., porque tengo para mí, aunque en estos últimos días parezca que se mueve algo en esta sociedad desencantada, que estos tales indignados que tan poca cobertura están consiguiendo sólo piden lo suyo, lo de ellos, digo. Y pregunto, ¿qué hay de lo mío, de lo de los demás, de lo de todos? ¿Es que, acaso, en una sociedad democrática, cada uno debe exigir lo suyo, a la feroz manera individual, en vez de luchar todos juntos por el bien común de toda la sociedad? Qué sé yo… Lo dicho, a las barricadas, con la bayoneta calada y un destornillador para desmontar el tinglado…

Democracia que a todos cobija, pero más a unos que a otros. Leyes dictadas ad hoc para satisfacer apetitos espurios y vertiginosas emboscadas legales. Un sistema político que determina quiénes tienen derecho y quiénes no sustentándose únicamente en el color de la chapa que ostenta cada uno, de suerte que, bajo la sospecha o indicios de pertenencia o colaboración con banda armada se limita o prohíbe el acceso a la concurrencia de las urnas, pero ante la clara, evidente y palmaria imputación en tramas de la más soez corrupción económico-política (¿cómo desligarlas?), no pasa nada y se sigue adelante con las listas, las candidaturas y el programa establecido, resultando, incluso, que los electores avalan las tales corruptelas con mayorías increíblemente absolutas –o absolutistas. Quizá todo el mundo piense que esos imputados bien podían ser ellos mismos, y de ahí la profunda y solidaria empatía.

Falacia de falacias, la democracia no es el gobierno del pueblo, es un mal presagio de la Ilustración rediviva, esa que trajo cultura y esplendor a las decadentes monarquías europeas del XVIII. Y, ahora como entonces, no se cuenta con nadie que no pertenezca al engranaje, bien engrasado por los palurdos ciudadanos que creen, hoy y antes de ayer, en lo que les cuentan sus políticos. Personas que no cuestionan las razones, el fondo o la naturaleza de los asuntos públicos sino, únicamente los intereses inmediatos de sus quehaceres privados, mezclando unos y otros en imposible amasijo de difícil cuadratura. Ciudadanos tan endurecidos como los políticos que los gobiernan y que se merecen, miopes intelectuales tan sólo interesados en lo último, la novedad, el entretenimiento... Personas insensibles e insensibilizadas que buscan lo noticioso, lo morboso y lo asqueroso para desinhibirse y desentenderse de sus propios problemas, trasladándoselos a los demás y a ese Estado superprotector que a todos cobija. ¿O ya no?

A las barricadas, pues, marchemos todos juntos…

5 comentarios:

  1. Quien no confía en los demás siempre encontrará razones para descalificar los actos de éstos. Javier: yo tampoco confío en que esta movilización existente hoy en Madrid (principalmente) sea el preludio de un cambio radical en las políticas que se sigan a partir de ahora. Pero, ¿no decíamos que, tal como estaban las cosas, no se entendía que no hubiera una rebelión social? Pues aquí tenemos algo en esa dirección. ¿No les creemos? Solo llevamos una semana con el asunto. Yo tampoco confío, pero me gustaría ver a dónde deriva el tema. Después juzgaré: a toro pasado, en efecto. Pero es que juzgar a priori me parece muy temerario en este caso. De todos modos, te diré que sí creo (básicamente) en este sistema, como comentaba hoy por la mañana con un amigo. ¿Qué defecto hay en un sistema que da la oportunidad de elegir a sus dirigentes cada equis tiempo? Si no nos gusta cómo han actuado, elegimos a otros. ¿Que no los elegimos? La culpa es nuestra, no de la democracia. No recurramos a echar balones fuera, tales como que el propio sistema busca que volvamos a votar siempre a los mismos: tú te metes en una cabina electoral y depositas tu voto como quieres, sin presión de nadie. Lo que sí estoy de acuerdo es que, en los cuatro años de ínterin, la participación ciudadana debería ser mayor. Pero no continua: una democracia que dé continuamente voz a los ciudadanos no me parece viable. Quizá esto no sea políticamente correcto, pero lo pienso así. Lo que no deberíamos NOSOTROS (LOS CIUDADANOS, NO LAS LEYES) consentir es que un corrupto nos tome el pelo en nuestras narices. Ni que gestionen con nuestro dinero para favorecer a los amiguetes. Pero el resto, hay que verlo como errores (o aciertos) de nuestros REPRESENTANTES, que es lo que son.

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  2. Será escepticismo, será pesimismo, será romanticismo o simplemente estupidez, pero no me siento representado por nadie en este país: ni por aquellos en quienes deposité mi confianza regalándoles el voto, ni por esos otros en quienes confió el resto de los votantes. Es más, no creo que estos políticos representen cosa alguna distinta de sus propios y espúrios intereses económicos.

    El pueblo no participa en democracia salvo cuando toca votar. Entonces los políticos más parecen caudillos arengando a la muchedumbre en armas, muy lejana su pose de la que adoptan en los hemiciclos y salones de plenos, tan pausada, sensata y serena. En campaña parecen leones enjaulados, gritan hasta quedarse afónicos y adelgazan 3 ó 4 kilos por el exceso de sudor y adrenalina. ¡Lástima no verlos así en el periodo entre campañas, porque, aunque no cumplieran una sola de sus promesas electorales, al menos no les quedaría tiempo para robar, malversar o defraudar, que es la misma cosa!

    Más que la corrupción de la clase política -en general, claro, que por supuesto hay excepciones-, me duele la actitud mansa y pesebrera de los muy ínclitos votantes, quienes, ora a unos, ora a otros, según los tiempos, siguen manteniéndolos en el poder. Un político es elegido por el pueblo para que haga lo que se le supone como obligación y devoción, porque servir a la cosa pública no puede ni debe estar por delante de los intereses personales: se sirve porque se quiere, que a nadie se obliga a ser incluido en las listas. Se debe, entonces, ser consecuente y realizar la misión sagrada de servicio público, gestionando, decidiendo y actuando en todas aquellas materias de su competencia, no en más, pero tampoco en menos.

    Sin embargo, servir en lo público, en vez de a lo público, se ha convertido en enjundiosa ocupación profesionalizada, enquistada, endogamizada y corrompida. Si depositar mi voto implica elegir entre uno malo y otro peor, Requejo, me quedo en casa y salga el Sol por Antequera. Como si no sale, que tanto da...

    Un abrazo.

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  3. La crítica descalificadora de lo existente, sin repuesto alguno que se ofrezca, tiene una esencia de ambigüedad que nunca atraerá a los votantes que siguen creyendo en la democracia como el menos malo de los sistemas de representación. La acampada no es una barricada. En ella se manifiestan los hijos del estgado del pseudobienestar que piden a gritos que ls escuchen, que los traten bien, etc., es decir, desde una posición sumisa que se contradice con la chulería rampante de algunos de sus mensajes, tan alejados de la realidad que ni siquiera como expresión poética tenían lectura amistosa. Querían hablar por los 5 millones de parados, pero yo espero, incluso con temor, el día que, en vez de festivas acampadas pseudohippies, haya auténticas barricadas porque se lucha, con todo y hasta perder lo único que se tiene, para combatir la miseria, porque la compasión del Estado tiene los dias contados con el neoliberalismo de derechas y de izquierdas que sólo piensa en los "puntos básicos" que poco o nada tienen que ver con la futura "hambre básica", al modo argentino, que alla llevó casi a una refundación de su sistema democrático. ¿Vamos hacia allá? Aún hay colchón en Hacienda para evitarlo, pero no sé yo hasta cuándo.

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  4. Ah, Juan, tan malo es descalificar sin alternativa como tenerla y callarse. Imposible encontrar el justo medio, el equilibrio entre A y B, que ni es su suma partida por dos ni la raíz de su cuadrado. Quizá algún algoritmo paradójico...

    Mentiría si dijera que este artículo lo escribí inspirado por estos indignados. Igualmente mentiría si negara, tras haberlo esbozado en lo esencial antes del célebre 15M, que alguna influencia tuvo éste. Y como mentir se me da mal, y lo hago lo justo y en ocasiones especiales, no falto a la verdad si digo que estas barricadas de las que hablo son, como bien señalas, las de verdad, las de toda la vida, esas en que se levantan los adoquines de las calles para que sirvan igual de parapeto que de arrojadiza ira popular. Tú temes que llegue el día. Yo temo también, pero al mismo tiempo un impulso interior me mueve a ello como el mar atrae al suicida. Perderemos, sí, vida y hacienda algunos, otros sólo su sangre, pero podremos mirarnos a la cara con dignidad, y nuestros hijos -quien los tenga, claro- nos reconocerán entre la multitud.

    La cosa pública quiebra en aras de la privada, del mercadeo de los fenicios, que vuelven a surcar con sus naves ligeras las aguas de la civilización. A las barricadas, pues, a las barricadas...

    Un abrazo.

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  5. CORRIGENDA

    En la respuesta que te escribí, amigo Requejo, hay una frase que dice porque servir a la cosa pública no puede ni debe estar por delante de los intereses personales. Siendo fiel al hilo del razonamiento del comentario entero, debe decir, lógicamente porque servir a la cosa pública no puede ni debe estar por detrás de los intereses personales.

    Espero que sepas disculpar el traspiés.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...