martes, 24 de mayo de 2011

Traspaso charco con ranas, croando

La máquina humana, perfecta en su diseño, es por mor de nuestros vicios fisiológicos y defectos cerebrales, que son una y la misma cosa, poco eficiente. Pensamos mal, respiramos mal, caminamos mal, descansamos mal, hacemos ejercicio mal, comemos mal, bebemos peor, y muchos, incluso, fuman y hasta practican la coyunda, que es lo único que nos reconforta pero que también hacemos de forma incorrecta.

Como consecuencia de este mal funcionamiento del engranaje que nos constituye, la humanidad toda se encuentra en un estado físico y mental lamentable, incluso –o sobre todo– en los países llamados ricos. Acongojada, la especie en desazón mira en derredor buscando una salida, una solución, que no encontrará, sin embargo, fuera de sí. Si fuéramos capaces de volver nuestra mirada hacia el interior que nos cobija, alcanzaríamos a ver la chispa que prende el entendimiento. Pero este proceso, que de manera individual es factible llevar a cabo, se torna misión de imposible cumplimiento cuando al conjunto de los seres humanos afecta. ¿Por qué? Si tuviera la respuesta probablemente no estaría escribiendo esta desiderata, sino ocupándome de ponerla en práctica. Es una pregunta retórica que no precisa respuesta, bien porque no la tenga, bien porque no deseamos encontrarla, dado que hacerlo implicaría, por fin, que el hombre cumple como tal, aplicando a su ser y entorno el sentido común que se le supone en tanto sapiens sapiens.

Por desgracia, quizá haya que replantear de manera científica la gradación de la inteligencia humana, introduciendo una nueva variante que bien podría llamarse semi sapiens, en atención, al menos, a las inmensas mayorías humanas que podrían ser consideradas como candidatas naturales a la tal categoría. Por encima de identidades culturales, nacionales, étnicas, lingüísticas, científicas o incluso folclóricas, planea la misma concepción global de lo inmediato, lo rápido y lo tangible. Solamente un selecto grupo humano traza designios a largo, largísimo plazo. Son individuos fuera de nuestro alcance, ya que conforman esa gran conspiración a la que alguna vez me referí y que muy probablemente exista de verdad. En tal caso, el carácter común que identifica a esas mayorías no sería otra cosa que la noción que de nosotros tienen los conspiradores, verdaderos alquimistas de lo humano que transforman en poder de una minoría el gran esfuerzo de trabajo y la miseria moral del resto de la especie. Y este concepto adocenador es en el que con mayor claridad nos vemos y nos sentimos reflejados, identificándonos con él y en él sin ningún pudor.

Adalid de batallas perdidas, la Humanidad, al menos esa parte semi sapiens aludida, choca continuamente consigo misma en su vano intento de prosperar, sin tener noción clara acerca de cuanto la rodea ni comprender el significado de su proyección histórica, dado que el hombre es el único animal que tiene historia en virtud de su memoria escrita. Sin sospechar que existe el vocablo griego tele, que como todo el mundo sabe significa lejos, a distancia, camina en círculos cada vez más estrechos empequeñeciendo su verdadera dimensión, de suerte que, no tardando, se producirá un auténtico colapso ante la imposibilidad de continuar avanzando, materialmente avanzando. Ignoro si entonces se producirá el final de la Historia al que aludía Fukuyama –aunque en realidad él diseccionaba el mundo como una confrontación de ideologías, quizá no esté tan descaminado al certificarse, en la práctica, el triunfo de una de ellas, la neoliberal democrática y su pensamiento único–, o si este final ya ha sucedido realmente y ningún periódico nos lo ha dicho.

Imposible sustraerse, por más que se intente, a la inmediata realidad que nos apabulla. Inútil huir de conversaciones, debates, coloquios y conclusiones que nos rodean por doquier. Ha pasado la Historia sobre nosotros, de nuevo. Otra vez se frustraron las expectativas de muchos y se cumplieron los anhelos de otros tantos. Somos complacientes, condescendientes y desnaturalizados, los humanos, hasta límites inconcebibles, pensando, como masa, que podemos, que somos dueños de nosotros y de nuestro futuro, de nuestras ideas y de nuestras vidas. Pero nunca las masas decidieron cosa alguna, sólo lo pareció. Nuestra vida es prestada, nuestras ideas campañas publicitarias, el futuro una planicie intelectual en un océano de productividad y nosotros, ¡pobres nosotros!, eslabones necesarios mas prescindibles del sistema económico del que nos sabemos esclavos y al que, inocentemente, pretendemos imponer la alienación que nos prodiga.

Y en términos más prosaicos, al final lo de siempre: un partido ganó mucho y otro menos mucho, de donde se deduce, dado que hay ganador, que necesariamente debe haber perdedor. ¿Adivinan quién? En efecto, todos los ciudadanos –menos los muy miopes, casi ciegos, auténticos y conmovedores creyentes. Aunque, según el principio aristotélico del tercero excluido, esto no sería posible. Qué lío… Como para fibrilarlos vivos... No puedo vender porque no tengo la plena propiedad, pero al menos traspaso…

4 comentarios:

  1. A propósito de lo que dices, Javier, quiero contarte una cuestión que siempre me ha acompañado en mi experiencia de la arquitectura. Debo decir que en mi práctica profesional, he tenido la suerte de tener casi siempre clientes impersonales (instituciones, empresas, corporaciones, etc.) y pocos clientes individuales, pero cuando los he tenido es cuando más he sufrido con el proyecto. Se hace todo complicado, vas conociendo a la persona y te arrepintes de conocerla, nada hay tan desagradable como conocer sus manías. He conocido casos auténticamente esperpénticos de clentes (más de uno) cuyo nivel era, por lo menos, universitario que rayaban al esoterismo, la irracionalidad más absoluta y la desinformación más supina. En estos casos siempre he pensado que lo de homo sapiens, nada de nada, efectivamente como tu dices: homo semi-sapiens.

    Prefiero pelear con los cálculos, me gustan más las vigas que las personas. Prefiero las piedras a los cuerpos, seguramente por esta razón elijo el frío mármol de una estatua griega antes que el cuerpo sudoroso de una modelo recauchutada o la mente de un ejecutivo que pretente construirse una casita que albergue todas sus vanidades.

    Perdona, Javier, que haya expuesto una situación tan personal.

    Salud
    Francesc Cornadó

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  2. NO hay, Javier, confrontación de ideologías. Hace tiempo, como tú muy bien sabes que, al menos en nuestra charca, no se enfrentan ideas, sino personalismos. A quien esgrime una idea, se le ataca con una estadística. Y así nos luce el pelo. Vengo de decir en otro sitio que el principio fundamental del sistema democrático habría de ser nuestra principal exigencia: una persona, un voto; que ningún voto valiera más que otro, lo que ahora ocurre de una manera escandalosa que sobrerrepresenta los territorios despoblados frente a las urbes superpobladas. Junto a ese principio debería prevalecer el de la libertad de elección en listas abiertas, para que se acabe la dictadura de los partidos y se imponga el derecho a elegir de los ciudadanos, con sus ventajas y sus inconvenientes, por supuesto. Se trata de dos propuestas sencillas que pondrían patas arriba nuestro actual sistema.

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  3. Francesc, conozco (en diferente grado), aparte de ti, a tres arquitectos, todos ellos más pendientes de las cosas materiales que de las espirituales, y, como a ti, también les interesan más las piedras que las personas, aunque los motivos son diferentes. Resulta obvio que el afán humanista está ausente en ellos, como en tantos.

    Quise un día construirme una casa, alejada de la aglomeración urbana. Y me puse en manos de uno de tus colegas, confiándole los planos y diseños que entre mi esposa y yo hicimos con ilusión. Nos sorprendió que, para una planta de unos 100 m más un altillo de 30, colocara 20 pilares nada menos. A partir de ahí las desgracias se encadenaron: eran los años del ladrillo, imposible encontrar contratista. Finalmente, levantada la monstruosa estructura de hormigón a precio de atraco, decidí, con la inestimable ayuda de mi hermano (mejor dicho, yo era quien le ayudaba), comenzar la obra por mi cuenta. al final contacté con un buen albañil y mejor persona, pero cometí el error de no darle toda la obra, sino sólo cerramientos y tejados. Después tuve que ir contratando los oficios por separado, y nosotros mismos tuvimos que poner muchas horas de trabajo para llegar adonde los otros no lo hacían. Tanto esfuerzo, tanto trabajo empleado, tanto tiempo se demoró la construcción, que cuando finalmente conseguimos vivir en la casa, el presupuesto inicial se había más que multiplicado por dos, y la cuota de la hipoteca se había incrementado exponencialmente, de modo que resultó imposible hacerle frente.

    El banco se quedó con la casa y este que escribe con cara de tonto buscando un alquiler económico. Ignoro si podré volver a intentarlo de nuevo, pero ahora sé exactamente qué no debo hacer.

    No sé si venía a cuento esta perorata, de modo que te pido disculpas. Pero, como verás a la luz de lo que te cuento, en ambos lados de todo negocio hay insufribles individuos.

    Un abrazo.

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  4. Un hombre, un voto, Juan, que decían los demócratas convencidos antes de las correcciones de género uniformadoras. Que no hay confrontación de ideologías es claro, no sé si por cumplrse los augurios de Fukuyama o porque todas han muerto de iannición, no sin antes llevarse consigo lo mejor de la especie sapiens. Y es que tengo para mí que todas las ideologías mataron a todas las personas. Por eso me gusta más hablar de ideas, buenas, malas, regulares, ostentosas, ejemplares, cautelosas... pero ideas. El debate ha de ser necesariamente sobre ideas, y que gane la mejor, no la menos mala, eso no me sirve, sino la mejor.

    Son tantas las cosas que no interesan al poder, al verdadero poder, que las que señalas como principios del sistema electoral sin duda ocupan un lugar relevante en su escala, mas ignoro cuál. De esta incertidumbre nace la desconfianza en el logro que, de ser llevadas a efecto, produciría. Quizá revolucionara el panorama político español, quizá habría un efecto parcipativo serio en la sociedad, quizá fuera mejor... Imposible saberlo sin materializarse, pero, dado que sí conocemos la naturaleza humana, si los nuevos líderes surgidos del tal sistema fueran de la mediocridad de los hasta ahora figurantes, pobres de nosotros de nuevo, una vez más. ¡Qué triste desilusión para las generaciones venideras, que verían ahogados sus anhelos apenas nacidos! En todo caso, bienvenido sería el cambio, si trajera algo de brisa y alguna idea...

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...