domingo, 12 de junio de 2011

… y así seguimos

Hace muchos años, cuando uno era un tierno –que no joven, ya– estudiante de Historia, compartía pupitre y litrona con cierto compañero, Jorge, que era una extraña mezcla de hippy, roquero y heavy (a propósito, y aunque no viene a cuento, ignoro por qué hippy y punki están en el DRAE y heavy no, ¿algún académico presente lo sabe?), más preocupado por los aspectos políticos y sociales de la carrera que por aprobar los exámenes. Era reivindicativo. Su frase favorita, paradigma de su ideario mismo, aún resuena en mi cabeza: «Caña a la banca». Sí, señor. Eso era exactamente lo que decía. Entonces, uno, que todavía no había despertado a este puto mundo –¡parece mentira, con los años que tenía!– y mantenía credo y filiación política, carné incluido, tomaba a Jorge medio en broma, sin concederle, siquiera, el beneficio de la duda ante sus virulentas disertaciones, en cuyo punto de mira estaba, invariablemente, el sistema financiero capitalista.

Es verdad que ya había pasado de largo el glorioso mayo del 68, y que sus alevines estaban dignamente colocados en los engranajes del sistema que intentaron derribar, o al menos cambiar, si sus papás se lo permitían, que no fue el caso. Es verdad que en esos momentos no había crisis económica de especial magnitud (aunque es sabido que la tal crisis está siempre presente). No es menos cierto que el Estado del bienestar ya alcanzaba a amplios sectores de la sociedad. Y, sin embargo, Jorge protestaba y luchaba, panfleto en mano, contra la corriente de los tiempos, y proclamaba el boicot a la banca, paradigma del neoliberalismo.

No estamos ahora tan alejados de sus planteamientos. Muchos como él (pero quizá no mejores, porque Jorge luchaba cuando aparentemente no tenía motivo, sin esperar a que le tocara la vez) acampan en las principales plazas pidiendo lo suyo, que no sé muy bien qué es. Reclaman menos corrupción, nuevas leyes y más trabajo para ganar más dinero para vivir mejor y para comprar más cosas y para que el banco no les embargue la casa, el coche, los televisores, las vacaciones de verano y la correa del perro. También piden otras mejoras, no sé, culturales, económicas, sociales... Quizá esté algo desconectado de este tinglado porque hace tiempo que no leo la prensa ni nada, que no me desinformo. Así que no me queda más remedio que recurrir a lo que llevo dentro, que no es mucho y que además puede estar ya obsoleto, aunque tal vez conserve algo de vigencia, porque ciertas ideas son tan intemporales como el mismo tiempo…

Cuando se acaban las ideologías, aún nos quedan los ideales; y, a falta incluso de éstos, puede que conservemos algunas ideas, no muchas, pero sí suficientes para continuar la lucha –o la vida, que tanto da. Y es que no inventamos nada, si acaso malcopiamos actitudes, pensamientos, modelos, pautas y conductas que ya tuvieron vigencia –o no tanta– en su momento. Estos indignados-acampados, ocupas de lo público, es decir, lo de todos, se disuelven esta tarde sin grandes aspavientos, o con muchos menos, en todo caso, que los realizados al inicio de su sentada/tumbada. No han conseguido gran cosa, salvo llamar la atención durante unas pocas semanas. Es como si se terminara una huelga salvaje sin más logros que obtener del patrón la promesa de que no va a despedir a nadie... de momento. El Estado sigue incólume, no han cedido sus cimientos, mucho menos los del sistema, a salvo de estos pequeños temblores internos dirigidos contra nada…

Hoy, más de dos décadas después de mis andares por la facultad, viendo lo que pasa en este perro mundo, acosado por todas partes por la publicidad agresiva, la desinformación crónica, la corrupción (no sólo política) endémica, el capitalismo salvaje, el consumismo doctrinario, la crisis perenne y necesaria, me acuerdo de Jorge. Y me entristezco. No sé qué habrá sido de él. Puede que ande aún metido en esos jaleos reivindicativos. A veces lo imagino de ocupa en algún edificio barcelonés, o como activista de Anonymous. Aunque, también, puede haber sucumbido al sistema y me lo encuentre cualquier día, corbata al cuello, de sicario en una sucursal bancaria (lo cual dudo mucho porque ya no me suelo relacionar con la mafia desde que me rompieron las piernas a la altura del esternón).

Quizá sólo sea capaz de escribir cuando estoy triste. Qué mundo más aburrido…

10 comentarios:

  1. Aunque sea triste y aburrido, algunos instantes algo se eleva por encima de la cotidianidad y nos iza, para permitir que respiremos. No pocas (mejorando lo real), ese fugaz instante procede de emociones que la música, la literatura o el cine, nos provocan. Cohen.

    http://www.youtube.com/watch?v=6ufAmc7utLo&feature=related

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  2. Lo siento, no me dejó despedirme.

    Espero que te guste, Javier. Más pretende ser un abrazo cariñoso que lúcido comentario. Tómalo así. Zim.

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  3. Gracias, Zim, la tristeza es siempre menor con música. El melancólico Cohen es de mis preferidos, y, a pesar de su cadencia, consigue revitalizarme. Igual que Triana.

    Un abrazo.

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  4. Cuando nos domina la tristeza, somos la tristeza; cuando nos domina la ira, somos la ira; cuando nos domina la felicidad, somos la felicidad. Javier, no es inevitable estar dominado sistemáticamente por la tristeza. Yo lo he estado en muchas ocasiones y sé qué es eso. Pero no es una maldición. Busca ayuda aunque sea química, tántrica, terapéutica, amorosa... Todo menos dejarse anegar por esas ondas tremendas de desesperanza. El mundo no es así como lo ves. Es un filtro que tienes, al que te has acostumbrado tal vez.

    Perdona si me meto donde no me llaman, pero conozco bien esa sensación opresiva en que se ve el mundo como árido, aburrido, sin sentido y doloroso, sobre todo esto último.

    Un abrazo, Javier.

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  5. Gracias, Joselu, por tus palabras de aliento. La verdad es que no escribí esta entrada con la tristeza como objetivo, aunque, a la luz de vuestras perspicaces miradas -la de Zim y la tuya-, y reflexionando sobre ello, no cabe duda de que ahí estaba como trasfondo, y no sólo por haberlo mencionado explícitamente.

    No es la tristeza un sentimiento nuevo, pero siempre resulta sorprendente darnos cuenta de que la tenemos residente, atenazante en ocasiones, pero liberadora otras. Tengo que reconocer que, a menudo, me siento triste, pero no creo que sea tanto un filtro a través del cual miro el mundo como una auténtica forma de ser, esa que llaman los psiquiatras melancolía. Si es o no una perturbación de la mente, entonces soy un perturbado triste. Es inevitable. Y no quiero más pastillas.

    En todo caso, bienvenida sea, a veces.

    Un abrazo.

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  6. La exposición, perfecta, y compartible. El corolario, incongruente. La propia peripecia de Jorge, caso de que su bucle vital hubiera sido el de convertirse en tiburón financiero, ya da de sí lo suficiente para una buena risa. Quien sea ciclotímico, como a mí me ocurre, sabe perfectamente lo que son el infierno y el éxtasis, pero también que de ambos estados se puede extraer "soma" vital. La melancolía es romántica, por definición. La euforia, dadaísta. Ir de una a la otra y viceversa es casi una bendición: líbrenos nuestro señor don Quijote tanto de la tristeza figurada como de la alegría sandia. Escribir, cueste lo que cueste, es una satisfacción impagable. Estar triste, una bendición. Oír el silencio, ¡el éxtasis! Tiene canción -que no razón- Guillén: "Dije: Todo, completo./¡Las doce en el reloj!"

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  7. Hace tiempo me dijeron que era ciclotímico. Medio en serio, yo argumentaba que era cicloatómico, que no anda tan lejos de la realidad. Luego el diagnóstico fue distimia, depresión leve sostenida, que casi suena a música. Ahora procuro mantenerme en el justo medio aristotélico... En definitiva, Juan, que no sé qué soy, pero ando triste por la llanura esteparia de Hesse, cabizbajo mirando a las estrellas, y gozoso, como dices, por tal privilegio. Que escribir reconforta, lo saben dioses y héroes, y algunos, pocos, de entre nosotros, carne mortal. Lo demás, habladurías.

    Un abrazo.

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  8. Javier, comparto contigo la desesperanza, esto no se arregla, no lo arregla nadie, ningún sistema político, todo decae ya lo decían los clásicos. La mala calidad de los políticos ha llegado a niveles que nunca en la historia fueron así de execrables. La corrupción, el engaño y la pérdida sistemática de cualquier valor, un cúmulo de sinrazón. Hace tiempo que perdí toda esperanza, los ideales del amor y la belleza fracasaron pero pueden ser usados como refugio, sobre todo la belleza, la música y todos estos bienes que el viento del oeste no se llevará jamás. No espero nada, debo estar apuntado en la lista de los hombres más pesimistas del mundo, pero te aseguro que mi buen humor no se lo salta un torero. ¡No podrán!
    Salud
    Francesc Cornadó

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  9. Cornadó, no se me pase, por los clavos de Cristo: "La mala calidad de los políticos ha llegado a niveles que nunca en la historia fueron así de execrables." ¡Si yo le contara del reinado del "deseado", del Fernando VII a quien le han quitado los romanos, junto a la Generalitat, para que los barceloneses no nos avergoncemos de pisar una calle dedicado a un tirano sanguinario! ¡Si yo le contara la historia del régimen de Pol Pot! son historias que Vd. debe de conocer, sin duda. Téngalas presente para no dejarse llevar por la indignación...

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  10. Valores, Francesc, y también temores, a falta de sentido común. Hoy, no menos que ayer, nos falta de todo. quizá sea debido a esta sublime globalización (antes había un término, internacionalización, creo recordar, que acaso suene ahora a nostalgia trasnochada, arrumbado por los nuevos tiempos neoliberales, ¿es que inventaron, por ventura, los comunistas Internet, tan ocupados en socializar a las masas como estaban?).

    Cuando todo son derechos, y la sociedad los abusa sistemáticamente sin conceder hueco a los deberes, entonces hay que aplicar el temor, pero, ¡qué grotesco y hasta fascistoide suena, que a los adultos haya que castigarlos por no hacer bien las cosas! Y, sin embargo, ¿no es eso precisamente lo que hacen las leyes coercitivas del Estado? Claro que dirigido a una minoría que las infringe, pero, ¿no es menos delictiva la invasión del derecho -sentido- común por parte de esa mayoría de la sociedad que carece de la necesaria sensibilidad para respetar al otro, que, al parecer, para nadie existe?

    Debemos estar tristes, sin duda, hoy como ayer. Sucede, sin embargo, que hoy creemos saberlo ya todo frente a sociedades anteriores peor comunicadas e informadas...

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...