lunes, 25 de julio de 2011

Amigos míos

Hay quien tiene amigos, muchos amigos; los colecciona como cromos o llaveros, por si un día le pueden ser de utilidad. Como esos padres interesados que ven en los hijos el apoyo de su vejez, la ley de vida natural que carga sobre los hombros de los débiles el peso de una deuda no contraída. Tener amigos está bien, si no resulta molesto, cargante y oneroso.

De adolescente buscaba ansioso la amistad de algunos compañeros, chavales que destacaban por su popularidad, o por su especial inteligencia. Cuando tenía esa edad incierta en que no se es hombre ni niño, esa edad en que eres tan sólo un proyecto de lo que vendrá, o a veces ni eso, simplemente un ratón, anhelaba la compañía de quienes presumía individuos de éxito, triunfadores. Era un juego raro, en el que solamente yo perdía. Algunos de estos compañeros ni siquiera se daban cuenta de mi presencia, de mi insistencia o de mi desesperado intento de abandonar la soledad del raro. Otros, más conscientes de sí, se dejaban querer para tratar, más tarde, de sacar algún provecho a su condescendencia. Había uno en particular, del que no diré más datos –es decir, ningún dato–, que estaba tan solicitado que parecía más un abogado al que hubiera que pedir cita.

Cuando era adolescente creía en fantasmas y en los Reyes Magos, que no eran sino otro tipo de espectros. Buscaba amigos que me entendieran, que compartieran mis sueños, mis cosas... Perseguía un imposible, porque en nadie vi reflejado el brillo alucinado de mis ojos, en nadie mi modelo elevado de lo real. Así que tuve que conformarme. Crecí aislado, y a la postre, enajenado, tratando de encontrar mi hueco en el rol de la vida pero sabiéndome perdido. Jugué solo, me inventé aventuras, fantasías imposibles, a veces paranoides, comencé a leer cuanto caía en mis manos, sin importar si eran cuentos de ficción, novelas, historia, religión, filosofía, biografías, dogmas o qué sé yo… palabras, en fin. Y empecé a escribir, como un sinfín consecuente que devuelve por un extremo lo que coge por el otro. Y avancé hacia la edad adulta. Sin amigos.

Sucedió entonces, cuando no era ya el propósito, que los caminos confluyeron y el encuentro se produjo. Sin darme siquiera cuenta, sin pretenderlo, sin buscar, sin esperanza alguna, surgió el chispazo prodigioso de la amistad en forma de ser humano, en forma de mujer, que atesoro. Vinieron después otros amigos, unos de paso y otros para quedarse, en silencio, sin pedir nada, sólo ofreciendo cuanto de bueno tenían y podían. Amistad sincera sin exigencias ni obediencias. Unos llevan mi sangre, otros mis ideas. Pocos amigos, buenos amigos. Personas a las que quiero, que me quieren. Seres corrientes, como yo, pero cercanos, amigos, con una sonrisa esbozada de comprensión, de gratitud, de no hace falta decir nada…

Pocos amigos, es verdad, pero mucha amistad. A vosotros dedico no esta entrada, que sólo sirve para deciros lo que normalmente dais por entendido, para contaros que estáis ahí, manos abiertas, sino todas las entradas de este blog, todas sus palabras, todas… amigos míos.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Es extraña la amistad y compleja la inquisición intelectual de una emoción tan común como difícil de definir de modo inteligible. Todos la experimentamos, pero pocos se atreven a definirla más allá de los lugares comunes. Como emoción singular que es, no es muy diferente del amor, de ahí que, salvo que uno sea como el personaje de Truffaut: "El amante del amor", son pocas las amistades que nos han hecho vivir ese afecto no ajeno al deterioro e incluso a la extinción. Solemos quejarnos a menudo de las pocas amistades que tenemos, pero mi experiencia es que las amistades han de "cultivarse" con mucho esmero para conservarlas y acrecentar su realidad. La vida moderna induce a no dedicar ese tiempo valioso que distraemos para lo que creemos importante y que en realidad no lo es, por eso nos deja vacíos cuando reparamos en la soledad a que nos reduce. La amistad hay que ganárselas a pulso y conservarlas con mimo; hay que nutrirlas y abonarlas con afecto y, sobre todo, tiempo.

    ResponderEliminar
  3. Coincido contigo, Juan. Quien ha experimentado el placer de una amistad no creo que se atreva a renunciar a esa sensación, pues, como en buena parte de las relaciones sexuales, la pareja viene y va, pero el amor permanece. Y si el amigo te siente, es improbable que busque otro nido.

    Pero esa relación debe ser dual, si no está condenada al fracaso, o, peor aún, al despotismo aberrante que deriva del sentimiento unidireccional. Es tiempo lo que se necesita, y también ganas, voluntad. Nada se consigue sin esfuerzo. Por eso tener amigos se revela tan importante en nuestra vida, en parte porque representa el triunfo de la perseverancia y el trabajo bien hecho, y la satisfacción de saber que tu amigo está ahí, pero también el goce que supone comprender que uno mismo está dispuesto.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...