domingo, 31 de julio de 2011

Revolución

Lo que no evoluciona, revoluciona. No sé cuántas veces lo habré dicho en los últimos tiempos. O pensado, que en mi caso viene a ser lo mismo. Revolucionar significa dar vueltas, sin más. Quieren las doctas eminencias históricas aplicarlo a la ciencia política, sin embargo, y venir a querer decir algo así como movimiento de cambio convulso en lo social, lo institucional, lo económico… Sobre todo en este último aspecto, si hemos de hacer caso a lo visto, oído y sucedido en estos pocos años pasados. Porque, hagan memoria, ya lo avisaron el pater patriae Obama y sus senadoresconsultos de Occidente, que eso de hacer lo que querían los mercaderes capitalistas se iba a terminar.

Mano de santo fue la intervención de los políticos sacando pecho por sus ciudadanías. A partir de ese momento, hace ya unos añitos, las cosas no solo pudieron empeorar sino que lo hicieron, y mucho. Ciertos sectores financieros cuyos nombres prefiero ignorar afilaron las uñas y comenzaron una cruzada contra tanta tontería y demagogia barata de unos gobernantes desnortados. De repente, en todos los periódicos, tertulias y debates, comenzaron a oírse cosas de las que jamás tuvo el mediocre ciudadano medio noticia, y así nos enteramos que hay agencias privadas que determinan y deciden, en función de datos de alta fiabilidad y a costa del dinero de todos nosotros, si un país es bueno o malo, solvente o derrochador, y si merece garrote o paredón, que hasta nos dan a elegir.

Contra los poderes políticos que se suponen mandan en el planeta mundo, pero con ellos como clientes, garantes y mamporreros mayores, y al dictado de la cosa mercantil global, dictaminan a qué país, región o institución pública o privada aplican el tercer grado. Cual decreto-ley. Es más, el simple anuncio de que están estudiando bajar la prima de riesgo surte efecto demoledor en esos señores forrados de billetes que hemos dado en llamar inversores. La monda. Menos mal que los políticos dijeron que todo ese tinglado, del que los de infantería ni siquiera sospechábamos su existencia, se iba a terminar.

Eso sí, no faltaron voces sensatas por miles que ya lo habían vaticinado, y que incluso lo justificaban por el peligroso grado de endeudamiento de algunos países. Y luego llegó la indignación de unos cuantos, que se manifestaron en las plazas, ágoras improvisadas donde ya no se discute de política sino de economía, que ahora viene siendo la misma cosa. Vinieron unos a protestar sensatamente, otros a medrar, unos más a apoyar, reafirmar y dejarse ver, por si en algo beneficiaba su caché. Pidieron cambios, democracia real y la condonación de las hipotecas. Y luego se fueron, ufanos por su gesto orgulloso, por su manifestación de principios y valores, en cuanto se dieron cuenta de que alguno quería mandar más de lo que la convivencia en concordia precisaba.

Entretanto, por el camino la mitad de la población repartió su sacrosanto poder decisorio en las urnas entre los dos partidos herederos del destino universal de la patria. Se conoce que esta mitad no era la que había pedido una democracia real, digo yo. Pero, lo que tampoco saben quienes sí la pidieron, propongo a la luz de las evidencias, es que ya tenemos democracia real, justo la que realmente nos hemos dado. ¿Qué otra podríamos tener, siendo como somos tan cafres para unas cosas y tan mansos para otras, a elegir? ¡Revolución!, se oía gritar en algunas plazas, en algunas asambleas de colegas de la vega. ¡Revolución o muerte!, gritaban los sans culottes dos siglos atrás. Y sangre corrió mucha por las calles, y vueltas dieron muchas también, y pensaron que lo habían revolucionado todo. Pero, después de un tiempo de reflexión, mirando de soslayo lo que se había hecho, comprendieron que todo seguía más o menos igual. Unos ricos sustituyeron a otros, los políticos a los nobles en el control del país, unas leyes más modernas a otras ya enquistadas… y el pueblo, aquél que sin duda debería haber sido el gran protagonista, se sustituyó a sí mismo, se revolucionó y continuó su camino saludando a los nuevos líderes de la República como antes lo había hecho a los tiranos del reino. La diferencia es que a aquéllos los habían elegido democráticamente. O eso pensaban.

Hoy son legión quienes siguen creyendo que la democracia funciona, pese a todos sus defectos. No lo dudo. Quizá funcione mejor que el resto de sistemas probados, aunque este es asunto que requeriría un análisis mucho más profundo. Funciona porque está vigente. También las tiranías funcionaron mientras bebían en la fuente del poder. Pero es ilusorio el pensamiento que albergamos de que podemos cambiar las cosas sólo con desearlo, con movernos o manifestarnos. Ni siquiera con los fusiles en la mano somos fuertes. Nunca el pueblo cambió nada, a pesar de lo que pueda parecer al leer los libros, porque quien los escribió sabía bien cuál era su trabajo. Los pueblos no hacen la Historia. Sólo la sufren.

7 comentarios:

  1. "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie"... "una de esas batallas que se libran para que todo siga como está".
    Giuseppe Tomasi di Lampedusa

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Esa es una de las claves que usa el poder para perpetuarse, Ana, tan sencillo como el proceso de adaptación de la especie al medio. Hace años, cuando el corralito se adueñó de tu preciosa tierra, mantuve contra descreídos que tal proceso no era sino experimento inducido por las élites financieras para observar la reacción de un país rico y occidental. Como nada pasó que les hiciera inquietar, decidieron pasar a la acción a gran escala, en un alarde de fuerza sin precedentes que dejaba desvalidos a los propios Estados ante un enemigo interno demoledor: la especulación.

    Claro que todo esto sólo forma parte de mi paranoide teoría de la conspiración, de modo que muy probablemente no sean sino sombras sobre negro.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Desde mi ignorancia, lo que veo es que la Historia de la Humanidad ha sido una sucesión de revoluciones y contrarrevoluciones. El revolucionario de turno deja de serlo cuando se sienta en el trono y se apega al poder y al dinero, entonces surgirá otro revolucionario que lo quite para ponerse él. En lo que llamamos Oriente Medio se han alternado revueltas y contrarrevueltas desde el origen de los tiempos. En América Central y del Sur se suceden presidentes salidos de la chistera de la Revolución. Hace tiempo leí un libro, “El Recurso de Método” de Alejo Carpentier, donde en un homenaje a Descartes el autor hacía una crítica a los revolucionarios que se creen en la posesión de la verdad.
    Los revolucionarios del 68 hoy en día son o han sido presidentes de gobierno, de repúblicas, de organismos internacionales, …y han llenado bien sus alforjas.
    También ahora hay “iluminados” (llámense presidentes o secretarios generales de partidos políticos, directores de medios audiovisuales, presidentes de organizaciones empresariales u obreras…) que nos intentan convencer de que los sigamos como aquellos discípulos (que según nos han contado) siguieron otro revolucionario de la Palestina del siglo I después de él.
    Javier ya conoces un poco mi faceta refranera, quiero dejar aquí uno que creo explica en pocas palabras lo que puede llegar a ser una revolución: “Un tonto engaña a ciento si tiene lugar y tiempo”

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. jeje Javier, tal vez hayamos estado internados en el mismo neuropsiquiátrico....No creo que lo que sucedió en mi país haya sido "la desembocadura natural" de la predisposición que tenemos los argentinos al desorden y a la especulación como quieren insistentemente hacernos creer. Tengo una tendencia paranoide fuerte...
    En el 2001 hubo por acá revueltas al clamor de "Que se vayan todos!" nadie se fue, los mismos (o muy similares) que nos hundieron en la peor de las crisis, nos sacan de ella....nos sacan?? (Veo lo que sucede en España, en Grecia y me parece un dejà vu) La bonanza que estamos viviendo por estos días me la creo del mismo modo que me creí la crisis, son los vaivenes del poder.
    " Ni siquiera con fusiles en las manos somos fuertes" escribís...En cuanto a revolucionarios he conocido pocos. Ernesto "che" Guevara era argentino, médico, recibido en las mismas aulas donde me recibí de médica, entiendo que tipo de ideología lo movía, era un revolucionario puro (al decir de E. SábatoEnlace aquí) y su ideología se vació de contenido hasta tal punto de que hoy todo el mundo conoce al Che por estupideces, mucha gente lo menciona sin haber leído una sola línea de todo lo que ha dejado escrito. Esto para poner sólo un ejemplo...y sin reivindicar la violencia porque como bien has marcado tampoco sirve...
    Tal vez te interese el enlace, es un homenaje que hizo Ernesto Sábato a Ernesto Guevara en París al poco tiempo de su muerte, ya que hablamos de revolución, está bueno...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Andamos desencantados los occidentales en estos últimos tiempos, Delfi, viendo cómo se nos escapa de entre las manos la comodidad, la prosperidad y el poder que, como potencias dominantes, hemos tenido sobre el resto del mundo. Se erigen nuevos países abanderando otra serie de revoluciones distintas de aquellas a las que la Historia nos tiene acostumbrados. Entre tanto, los mismos de siempre siguen pasando hambre.

    ¿Qué importa quién nos gobierne, sea negro, blanco o amarillo, si nuestro cometido en la vida es vivir y morir, y entre medias servir de sustento a unos pocos? Las revoluciones se suceden sólo para gozo de esos pocos, que ven en ellas la herramienta perfecta para amansar a los pueblos expectantes y, a la vez, perpeturase como clase dominante, con otros o parecidos nombres. Pero, mientras un revolucionario lucha por los ideales que le han imbuido, cumple el cometido que le está reservado, participa en el engranaje para que la rueda siga girando... ¿Hay alguna visión más risoria que la de un capitalista defendiendo una barricada? Quizá sí: la de un revolucionario con chistera.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Hay muchas trincheras en el mundo, Ana, y a lo largo de la vida pasamos por algunas de ellas. En unas nos apetecería quedarnos más que en otras, por el simple hecho de que allí se puede descansar. Pero la vida es lucha, y cada uno lucha como mejor puede, sabe, o, en última instancia, quiere. Algunas cosas no las elegimos, pero cómo luchar es un privilegio de todo hombre, no de su libertad, sino de su dignidad. Quien no elige su camino, el de su lucha, omite un bien preciadísimo de su vida, y pone en manos de los poderosos su servidumbre y sumisión perpetuas. El Ché tomo el camino de la última ratio, y otros le siguen aún. Algunos todavía no se han decidido por esa vía, y perseveran en el diálogo, creyendo que la palabra es fuerza bastante contra la estupidez, contra la indolencia, contra la inercia histórica de los pueblos arrebañados en masa.

    Sobre lobos y corderos podríamos teorizar eternamente, pero, para no dilatar la disputa, quizá deberíamos reflexionar –quienes quieran hacerlo, claro, pues es también lugar socorrido de encuentro la encrucijada de la supuesta ignorancia de los hombres semisapiens– sobre nuestra propia mismidad, y, en sentido unívoco, deliberar qué puedo yo hacer para que todo sea mejor. Y sólo se me ocurre una respuesta válida y fácilmente verificable: ser yo mismo mejor. Mejor estudiante, mejor maestro, mejor médico, mejor albañil, mejor padre, mejor vecino, mejor amigo… la mejor de las personas. Sólo en esa competitividad me reafirmo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. ¿Qué efecto tuvo la intervención de los políticos en relación con la ciudadanía, según el texto? Regard Telkom University

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...