domingo, 14 de agosto de 2011

Algarabía

Me perdonarán que vuelva a la carga con estos temas tan prosaicos y escabrosos, pero uno tiene sus demonios y no puede, a veces, sustraerse a la desagradable tarea de tratar de exorcizarlos.

Que alguien me explique qué es el mercado, ese dios totipotente al que los mismísimos estados deben calmar so pena de no sé qué tipo de desgracias mundiales, cual bíblicas plagas. ¿Quién gana dinero, mucho dinero, con toda esta larga serie de ataques a los sistemas financieros de los países integrantes de la moneda única europea?

Prestigiosos analistas, de esos que no supieron ver la pedrada que se nos avecinaba, aseguran ahora que no hay ningún tipo de conspiración –¡qué lástima, con la ilusión que a uno le hacía!– ni nada parecido detrás de todo este embrollo. Que simplemente se trata de acciones especulativas de los inversores. Pero, qué casualidad, esos movimientos en las bolsas y los lugares de transacción de las deudas soberanas inciden y redundan en lo mismo: el euro. Y ahí sí que parecen estar de acuerdo otros brillantes analistas, amigos de juergas de los anteriores, al señalar que es precisamente el euro el objetivo de los especuladores.

Pero, entonces, ¿hay o no hay un objetivo tras todo el tinglado? Porque, si no existe un acuerdo internacional –al estilo judeomasónico del pequeño dictador, ¿recuerdan?– encaminado a derribar no sé qué sistemas político-económicos determinados, ¿por qué todos esos ataques se dirigen contra países que tienen como moneda, precisamente, el euro?

Se trata de acciones inconexas perpetradas por miles de inversores a la vez que, asustados por noticias determinadas, tengan o no fundamento, son capaces de dar un vuelco al sistema financiero en cuestión de minutos, nos dicen. No veo la manera de que esto sea posible, si realmente estamos ante miles de inversores individuales, aunque sean simples especuladores, salvo que compartan algún tipo de catalizador que los aglutine (¿el acoso y derribo de la moneda europea?). También dicen que se usan programas informáticos automatizados que son capaces de mover en los parqués mil millones de euros en cuestión de minutos. ¿De verdad? Y si sí, ¿quién maneja esos programas? No me lo digan, ya sé la respuesta: los mercados.

Tras este ambiguo y últimamente desagradable nombre –el mercado, obviamente– se esconde todo cuanto nadie quiere explicarnos. Ignoro el desenlace final de esta larga serie de movimientos especulativos, que si bien no producen un crash contundente y aplastante como el del 29, sí generan, en cambio, un ambiente política y económicamente tan tenso que resulta, en sí mismo, terrorífico, sin que aún veamos el objetivo claro de tanto trajín especulativo. Mucho me temo, sin embargo, y les ruego que sean una vez más condescendientes conmigo, que todo esto sí forma parte de un entramado previamente trazado, de un plan armónico que sí está dirigido por alguien que sabe perfectamente cómo maniobrar para conseguir su objetivo, sea éste el que sea. Y puestos a jugar a los acertijos, ¿cuál podría ser este objetivo? Se admiten apuestas.

Puede que no haya solución. Si realmente se trata de ataques incontrolados contra todo lo que se mueve por mor de la plusvalía, sálvese el que pueda… Si, en cambio, la cosa está orquestada, dirigida y manipulada por alguna entidad que está muy por encima de los mercados, no se salva nadie. Porque ni siquiera los propios estados capitalistas se ponen de acuerdo en la solución, pues cada uno mira hacia donde no debe, quizá por miedo a ser el siguiente, quizá porque sepan quién va a ser el siguiente.

4 comentarios:

  1. Las dos opciones que das: que todo sea un entramado previamente trazado o que se trate de algo improvisado e incontrloado, acaban ambas en el mismo diagnóstico: el sálvese quien pueda.

    Por otro lado yo no tengo ni idea de economía y menos de mercados, pero sí sé un poco de los estertores en que se ha debatido la historia en la evolución de los medios de producción que llevaron de sociedades esclavistas al feudalismo y luego al liberalismo, pasando por el marxismo. Probablemente creíamos que íbamos a vivir plácidamente siguiendo la senda del capitalismo triunfante durante los años noventa y primeros dos mil, pero no es así. Estimo que la crisis todavía no ha llegado a su punto máximo, y que en definitiva será el momento en que hayamos de idear un sistema nuevo, con correcciones al liberalismo de los mercado. Pero hay demasiadas cosas conectadas a las que no son ajenas nuestro sentido de la vida y del consumo. La mente humana es colectiva: queremos el máximo bienestar, el máximo beneficio, el mayor número de bienes de consumo, y eso no es privativo de los mercados anónimos. Cada uno de nosotros somos una terminal de los mercados, mínimas pero eficientes. El estilo de vida que hemos llevado nos ha hecho depredadores inconscientes. Probablemente tenga razón José Luis Sampedro y en el fondo haya una crisis de valores. La profundidad de la crisis alumbrará un modo nuevo de encarar la realidad, pero eso no se hará sin sufrimiento, aunque para los del Cuerno de África será infinitamente mayor que para los que estamos aquí.

    Un abrazo veraniego (con lluvia).

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  2. Joselu, qué alegría... Espero que estés disfrutando de unas merecidas vacaciones, aunque sean lluviosas; ya sabes, todo es bueno para el convento...

    Que el modelo especulativo capitalista hace agua, es evidente. Que fracase... del todo, habrá que esperar a verlo, porque no creo que se resista a desaparecer sin más, después de haber hecho millonarios a tantos rufianes. Que los políticos, al menos estos de ahora, no están a la altura de las circunstancias sociales, es también evidente. Los tiempos históricos requieren determinadas respuestas que pocas veces alguien acierta a dar, y en consecuencia los acontecimientos siguen su curso sin trabas, un derrotero que nos lleva, las más de las veces, a la deriva, prosperando pero perdiendo al mismo tiempo algo por el camino, ¿el qué? Porbablemente esos valores de los que tanto se habla últimamente, quizá nuestra esencia humana, la bondad que poseemos (no la del buen salvaje, sino la que hemos atesorado con esfuerzo) y, sobre todo, nuestra paciencia, bien ya escaso en muchos lugares.

    En otras partes del mundo se sufre, de forma distinta según sea la cultura, la tierra y hasta el color de la piel, pero sufrimiento al cabo, algo que bajo ningún pretexto está justificado, máxime al ser otros seres humanos, por llamarlos así, quienes originan tanto sufrimiento. No creo que seamos capaces de variar el modelo hiperconsumista que nos hemos dado, no al menos por las buenas. Pero, entonces, ya tenemos otra vez en lontananza cosas que creíamos superadas en nuestros prósperos países occidentales: dictaduras, guerras, opresión...

    Un abrazo.

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  3. La idea de la gran conjura universal, un poco al estilo de Los protocolos de los sabios de Sión, tiene un resabio religioso, en el fondo. La suma de esfuerzos desorientados o de reacciones ateorizadas no alivia el problema ni da más esperanza, pero se ajusta más a la naturaleza del sistema: el juego. No entiendo ni papa de economía -ni de casi nada-, pero extirpar esa raíz lúdica de la bolsa y devolver el comercio de los valores a una relación inexcusable entre los resultados reales de las empresas y su valor en bolsa me parece la solución. Nos está costando muy cara la ingeniería lúdica de quienes no tienen otro oficio que embaucar para sacar beneficio, aunque sea, como se explica en Inside Job, vendiendo unos bonos contra los que el vendedor ha invertido una cantidad a favor de que su valor deaiga en bolsa: es decir: ganan dos veces: cuando los venden por primera vez y cuando, caído el precio, vuelven a ganar. Una vez conocido el ejemplo, una estafa de lo más vulgar, ¿cuánto hemos de esperar para que haya una huelga de pequeños inversionistas en bolsa que les digan a los grandes depredadores que el juego se ha acabado? ¿Se aprecia mi ingenuidad, además de mi ignorancia?

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  4. Se aprecia, Juan, se aprecia. Tu ignorancia es la mía. Y tu ingenuidad, también. Pero ni una ni otra nos salvarán de la hecatombe global de estos soplagaitas. Según parece harán falta algo más que palabras y sonrisas para terminar con esta confabulación. Quizá un misil... Tampoco creo que esos pequeños seres que inversionan (quiero decir, invierten) en bolsa sean la solución; antes bien son el problema, pues su afán de beneficios sin límite, es decir, su ambición, es la fuerza motriz que dota de movimiento al engranaje. Cuando les va bien se compran buenos coches y buenas casas, y cuando les va mal reclaman al Estado que vele por sus legítimos intereses bursátiles.

    Además, me reivindico en mi teoría de la conspiración, por más que suene a chino, a sermón de la montaña o a novela de Clarke. Y, como decía el periodista Murrow en la época de la caza de brujas en los Estados Unidos, buenas noches, y buena suerte.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...