domingo, 25 de diciembre de 2011

Miedo

Hay quien escribe por aburrimiento; otros lo hacen por ilusión; algunos más porque les da la gana… y unos pocos porque creen que tienen algo que decir, que quizá a nadie le importe una mierda, pero que para quien lo escribe es lo principal. Este escribidor lo hace por miedo. Simplemente. Miedo a quedarme de repente mudo, o ciego, o tonto (más todavía, quiero decir), y reventar con todo lo que llevo dentro. Por eso escribo, porque es más fácil soltar lastre que arrastrarlo.

En los tiempos que corren, que no son sustancialmente peores que otros cualesquiera, aunque lo parezcan, uno renegaría gustosamente de la parte putativa de especie humana que le toca, de esa que nos convierte en animales otra vez cuando ya pensábamos que habíamos superado esa etapa ancestral de nuestra larga prehistoria. La bestia que acompaña como huésped inefable a todo ser humano late con fuerza en lo oscuro, agazapada, cabizbaja a veces, pero siempre alerta para, tan pronto se presenta la ocasión, aherrojar vilmente el cerebro debilitado de su amo, usurpando su identidad, quién sabe si con su anuencia o contra su voluntad.

¿Qué pensamiento infame devora la mente del hombre, capaz de entregarlo a cruentos aquelarres de sangre, a mercadeos inmundos de carne titilante, a masacres homicidas sin parpadear? ¿Compensa un noble gesto, un acto de humildad, tantas y tantas cobardes aberraciones? ¿Merece la pena el esfuerzo de realizarlo siquiera? ¿Dónde encuentra esta raza de Caín tan despreciable sustento? Quizá un armagedón catártico fatalmente provocado por el hombre-dios restablecería el orden que nuestra especie podrida nunca debió alterar…

Expoliado el Tercer Mundo al tiempo que en este, que llamamos eufemísticamente Primero, crecía uno nuevo, el Cuarto ya, la conspiración ha vuelto sus ojos sobre el núcleo donde radica su propio poder, es decir, Occidente, y ha comenzado un proceso imparable de sedación que precede, inevitablemente, a la fagocitosis. Incansables, los esbirros repiten incesantemente las mismas proclamas apocalípticas que tantos y tan buenos frutos cosechan, voceando por doquier las consignas que portan en sí, como germen de una nueva y peor era, la doctrina ideológica del poder mundial: dar menos y exigir más.

Hubo épocas en la Historia de la Humanidad en que los pueblos, que entonces no lo eran, no al menos en el sentido político que comprendemos actualmente, estaban reducidos, en su inmensa mayoría, a la condición de simples productores semiesclavos. Fruto de ciertos avances sociales que darían para muchas tesis, parecía, desde hace algún tiempo ya, que arrastrando todavía los complejos de nuestros ancestros, habíamos avanzado por la escalera del progreso, en todas sus vertientes: progreso político, social, económico, jurídico… Pareció, durante un lapso de tiempo difícil de medir y tremendamente etéreo, que teníamos al alcance de la mano el mismísimo Paraíso: ¿ilusión o drama?

Somos seres tan predecibles, previsibles y poco creíbles, que bien poco han tardado en recordarnos nuestro verdadero papel en esta tragedia. 

11 comentarios:

  1. Nada que añadir, sino mi aplauso.
    ¡Gracias!

    ResponderEliminar
  2. Es que hay muchos que ya no dejan escondida a su bestia; la sacan a pasear como si fuera una bella Caperucita y eso, a veces, asusta o produce aversión.

    ResponderEliminar
  3. Amigo Profesor, Don Javier,

    ¡Menuda pregunta y trascendental cuestión! Yo escribo, y la verdad es que no me había planteado el motivo por el que escribo. Ahora reflexiono y, Narcisismo aparte, me temo que escribo para leerme a mí mismo y, tal vez, también porque algo tengo que decir, y, sin tener la certeza de ello, porque hay alguien a quien le puede interesar lo que yo escribo. ¡Vamos! Como dirían en mi pueblo, que, al reflexionar sobre esto, me hago la picha un lío.

    ¡Hombre!, Don Javier, ya es normal que, en épocas de crisis y escasas esperanzas, la bestia –yo me creía hasta ahora que se trataba sólo de un animal a secas, en boca de Aristóteles, un animal político, sin más connotaciones- la bestia, digo, salga a la superficie y deje constancia de su existencia y de sus miedos tanto tiempo reprimidos.

    Habla Vd. de la auténtica Raza de Caín, la maldita raza, a la que tenemos la desgracia de pertenecer, aunque, también hay que decirlo, unos pertenecen más que otros, y nos presenta Vd. un panorama obscuro [sic] y trágico: quizá valdría la pena de que los que no tenemos ya fe, hiciéramos abstracción de ello por un tiempo y probásemos a creer en Dios, o en Abel, a título de prueba. A ver qué es lo que pasaría por nuestra mente.

    Buena descripción la que nos presenta Vd. a los que nos pretendemos del innominado Primer Mundo: nunca había sido yo tan consciente hasta ahora de lo mal que lo estamos haciendo con el Tercer Mundo: a ver quién es el guapo que no lleva en su muñeca un reloj baratísimo hecho por esclavos chinos, niños y niñas todos, o no tiene en su casa un buen televisor, hecho también en el mismo lugar y por los mismos niños-esclavos, por mucho ElCorte Inglés, en que lo haya comprado.

    Efectivamente, Don Javier, la Historia nos demuestra que es bien poco lo que hemos avanzado desde que éramos homo sapiens, o homo erectus: todo lo contrario: es el retroceso continuo lo que representa eso que llamamos –llaman-Civilización.

    Ya el conspicuo Cornelius Tacitus constataba en el siglo I/II dC, en su Germania, que lo que los Romanos llamaban progreso no era una cosa envidiable, y que la vida que llevaban los Germanos, sin estar sometidos al arbitrio de Roma, era preferible a la que llevaban los togados Romanos.

    Que pase Vd., Don Javier, unas Felices Fiestas, y que los que tenemos algo de lucidez para ver las cosas, seamos alguna vez víctima –transitoria, eso sí- de una ceguera que nos impida ver lo mal que lo están haciendo quienes pretenden dirigir nuestras vidas, es decir, los que detentan el Poder y almacenan el dinero y las riquezas y recursos, que deberían ser de todos.

    Le envío un abrazo solidario.

    Antonio

    ResponderEliminar
  4. Muy buena entrada, Javier. Aprovecho para desearte feliz Navidad y buena entrada de año, de este 2012 que parece venir con la cara adusta y envuelto en dificultades.
    Un abrazo, Javier.

    ResponderEliminar
  5. No merezco gracias ni aplausos, Animal, pero cuenta igualmente con mi aprecio y estima.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. La bestia siempre nos acompaña, viste como son las cosas (¡coño que nombre más largo escogiste!), tan sólo es cuestión de tiempo que se manifieste. Pero, tengo para mí, que todo temblará cuando sean los hombres buenos y sensatos quienes la desaten.

    Bienvenida y gracias por participar.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. A todos nos gusta leernos, Antonio, y mirarnos y peinarnos. Hay un cierto ritual en ello. Lo malo es cuando uno no es capaz de ejercer control sobre esos impulsos y cae en la egolatría, que es narcisismo excesivo y, como éste, demoledor.

    Debemos vérnoslas con nosotros mismos, transposición radical de lo que somos, y, puesto que el hombre es un continuo pasarle cosas, a la orteguiana manera, no veo que hayamos aprendido nada como especie más allá del progreso tecnológico que todo lo absorbe, pues por lo que respecta a nuestra conciencia social apenas hemos pasado el estadio del derecho natural -pese al gran desarrollo de la jurisprudencia, que no viene sino a confirmar tales supuestos en virtud del servicio debido no a la comunidad de individuos sino a unos individuos determinados, justo aquellos que tienen en sus manos los resortes del control económico.

    Por cierto, Tácito, que sin duda se inspiró en César como fuente más cercana para su descripción de Germania, pues no consta que él viajara nunca allí, no podía dejar de aprovechar cualquier oportunidad para denostar la moral imperfecta y decaente de Roma, alejada de la virtud republicana, frente a tan bárbaros pero naturales vecinos, de modo que su supuesta abdicación en su favor debería entenderse, según creo, más en sentido retórico que literal, sobre todo teniendo en cuenta que al Imperio le faltaban aún unos cuantos años para saborear el éxtasis de su corrupción.

    Me excusará de felicitarlo, pues, no siendo creyente ni en los dioses de aquí ni en los de allí, abomino, por más que no hacerlo sea tradición falaz y frase hecha, de estas fiestas consagradas para mayor honra del mercado.

    Le transmito, eso sí, un gran abrazo, como cada vez que tengo ocasión de departir con usted. Un abrazo tan fuerte como pueda recibir.

    ResponderEliminar
  8. Te agradezco tu deferencia, Javier, y también quiero transmitirte mis mejores deseos, mas no felicitarte, ya que no comparto esta tradición y costumbre. Sé que tardo más en explicarme que en decir un simple Feliz Navidad, pero huyo, ahora como antes, desde que esta parafernalia adquirió para mí su verdadero significado, de lo hecho, sin que ello signifique menosprecio hacia quienes sí sienten y tienen tal hábito.

    Todo lo dicho no obsta para que sientas el calor de mi abrazo tan cercano como quieras, Javier.

    ResponderEliminar
  9. Excusado queda Vd., Profesor Don Javier, de felicitarme por estas Fiestas falsas y de pura apariencia, producto o causa del márketing de las Multinacionales. Yo tampoco comparto ninguna de las creencias en divinidades o demonios. Creo en el Amor, en la Fraternidad, en la Solidaridad, en el Respeto a los demás, y alguna cosilla que se me habrá olvidado.

    Pero tendrá Vd. que reconocer conmigo que las Navidades y el 18 de Julio tienen una cosa buena: Que el Capital nos da una migaja más de lo que nos ha robado previamente, y nos da una paga extraordinaria.

    Le envío un abrazo solidario, amigo mío.

    Antonio

    ResponderEliminar
  10. Cuidado con el miedo, que impele a heroicidades que no vienen a cuento... En cualquier caso, el simple uso de la palabra, reflexiva o creativa, redime la bestia que nos habita. Los tiempos siempre han sido peores, como ya lo indica el aforismo relojístico: "Todas hieren, la última mata". Las palabras, si bien usadas, son un excelente bálsamo de fierabrás para esas heridas, y casi para cualesquiera otras...

    ResponderEliminar
  11. El miedo es también motor, Juan, muchas veces necesario, sin que ello deba asustarnos más de lo debido, si es que sabemos dónde está ese límite. Cosa distinta es el pánico, que paraliza la mente y agarrota el cuerpo, que nos mata antes que el enemigo supuesto.

    De palabras me alimento, pues, que no otra cosa nutre este exangüe despojo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...