viernes, 13 de enero de 2012

Manu militari

Es el sujeto ibérico recio por naturaleza, y noble. Pero bruto. Cada individuo un mundo, un estado, no a la luiscatorcesca manera, ya saben, l’État, c’est moi, sino como entidades impermeables, autónomas, seres radicales y libres, o liberados, o libertarios, nihil novum sub sole

Siendo tantas las personas convencidas de que están en posesión de la verdad, de que cualquiera de ellas sabe cómo arreglar de una vez para siempre todos los problemas del mundo, atajar la impunidad con que deambulan por el escenario nacional tantos chorizos, es admirable, por eso mismo, que nunca, nadie, arregle cosa alguna. Estadísticamente debería de haber, entre tamaña multitud, algunas mentes preclaras que realmente pudieran poner su sabiduría al servicio de los demás. Sucede, sin embargo, que tales cerebros, si existen, prefieren mantenerse a salvo de lobotomías peregrinas ocultos entre la masa gris –no la de su encéfalo, sino la de los demás– que entregarse en sacrificio para disfrute de la comunidad.

Mucho me temo que usted mismo, o este escribidor –pongo por caso si tuviera suficiente inteligencia–, haríamos lo mismo, no por egoísmo sino por ser lo más conveniente, sensato y ajustado a razón. Porque, ¿qué habríamos de ganar, salvo su desprecio y sus risotadas alevosas, ofrendándonos así a las fieras del populacho, si ya van bien aviados con lo que tienen, que para eso lo han elegido? Nada que alegar. Es derecho que asiste al magistrado errar, porque, cual soberano coronado, así también deviene irresponsable ante la ley, pues además sus desmanes no los refrenda nadie, nadie es su garante, por más que todos, incluidos los esforzados participadores de la democracia en sazón, sintamos algo más que cosquillas como efectos secundarios del latrocinio general y la esperpéntica pantomima parlamentaria.

Tiempo atrás un compañero de labores docentes, cura él a su pesar –vocación de los años de posguerra y hambre, se entiende–, me contaba que una democracia más perfecta sería aquella en que dejaran gobernar a los hombres sabios, a los filósofos y humanistas, en vez de a los charlatanes profesionales que hacían de la cosa pública oficio y beneficio. Y que, a falta de tal, bien podría empezarse por instaurar el voto de calidad. Qué cosa será esta, podrán preguntarse algunos lectores ahora como el escribidor, siempre falto a pesar de su facundia, se lo preguntó entonces.

La máxima democrática de «un hombre» un voto no guarda relación estricta con las raíces de la democracia misma, que quiere la Historia darnos lecciones que de ninguna manera estamos dispuestos a aprender, aunque solamente empeñemos en ello nuestra soberbia. O eso o, en origen, no consideraban los demócratas hombre a cualquiera. Por tal se tenía al ciudadano libre, consciente de sí y en posesión de todos sus derechos como animal político. Eran distintas las versiones y las formas, desde los inicios mismos de la cosa democrática hasta no hace tantos años, en que se podía acceder a esta condición ciudadana, en la que no entraremos ahora por prudencia, falta de tiempo y de ganas.

En contraposición, las democracias liberalcapitalistas modernas otorgan esos sagrados derechos a todo individuo por el simple hecho de serlo, en consonancia con la Declaración Universal de Derechos Humanos ampliamente consensuada y aceptada, por más que luego pocos se molesten en hacer cumplir sus preceptos. Hoy todo quisqui, desde el más necio al más inteligente de los individuos, desde el más pobre al más rico, tiene, en teoría, el mismo peso político, de tal forma que su voto vale exactamente igual. ¿Exactamente?

Sobre el tema cabrán mil interpretaciones, pero una de ellas, quizá no la menos inverosímil, sea que en el recuento sí son iguales todos los votos, pero los mecanismos inducidores al mismo, ese proceso hábilmente manipulado por el aparato del Estado, de los partidos y de las estadísticas, de los poderes económicos y financieros que se traduce en la propaganda electoral, abduce la escasa inteligencia de amplios sectores de la población, incapaces de tener ideas propias sobre casi nada, hasta el punto de que su voto llega a ser, en sentido tan amplio como queramos, literalmente suplantado, con el increíble mérito por parte de los secuestradores de voluntades de hacer creer a todos –a casi todos, mejor dicho– que se trata, en realidad, del máximo exponente de la libertad individual: votar en conciencia.

No descubro nada, no invento teorías, pero es público y notorio que, dadas las mismas oportunidades a todos por igual, sólo unos pocos las aprovecharán adecuadamente, permaneciendo el resto en un estado más sutil, más algodonado, somnolientos ante el continuo ataque de propaganda proveniente de mil frentes distintos. ¿Seguirán teniendo sus derechos pese a su lamentable falta de capacidad? Sin duda, pero, ¿también el derecho a votar a sus representantes? Ahí entra en juego el voto de calidad, que no todo el mundo debería tener, según mi colega cura, porque no todo el mundo comprende el significado, la importancia y el destino del voto pedido. Puede que el escribidor esté de acuerdo con ello, a grandes rasgos. El problema radica, como en casi todo, en marcar los límites a uno y otro lado.

En todo caso, vista la reacción popular en las urnas ante la autocrisis que padecemos, y haciendo balance de las consecuencias del permanente estado de improvisación, engaño, fraude y desesperanza en que nos sumen nuestros gobernantes, no descarto la posibilidad de que, a no mucho tardar, puedan algunos sectores auparse al poder para decirles a los nobles ciudadanos españoles, en línea más acorde con nuestro verdadero y visceral espíritu patrio, lo que deben realmente hacer, zanjando de un golpe, sin reales decretos ni nada, toda esta mandanga de los derechos democráticos, falacia y ensueño de un puñado de ilusos idealistas, al lacónico grito de: la democracia es para los que saben usarla. 

8 comentarios:

  1. Amigo Don Javier,

    No sé qué pasa con su blog. Desde esta mañana intento abrir los comentarios de Homicidios, para poder leer el segundo, y no hay forma de abrirlo.

    Ya le comentaré el Manu militari.

    Un cordial saludo,

    Antonio

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  2. En los tiempos de Felipe González éste se defendió una vez de las "recetas milagrosas" de a derecha y a izquierda (El PSOE es un centro izquierda moderado) alegando que no éramos nosotros quiénes para dar lecciones de democracia a países que llevaban ejerciéndola tantísimos años. El argumento, aun cuando pueder ser atacado, como todos, me pareció que reflejaba esa humildad del recién llegado a la democracia, dispuesto a ser corregido en sus errores. Desafortunadamente más tarde se vio que el propio FG cayó en un cierto ensoberbecimiento que lo abocó al final que todos conocemos, al de la demaggia de la mixtificadora de la "derrota dulce". La de ahora lo ha sido sin paliativos, bien amarga, y va a costar mucho rehacerse. Más, si se escoge el camino inconsistente y palabreril de Chacón, pero es algo que ya se verá en su momento. Respecto del tema del artículo, ¡qué fuerte la tentación de "poner a cada cual en su lugar y darle la exacta importancia que tiene"! Hay algo, sin embargo, muy profundo, que nos dice que el despotismo ilustrado se construye sobre una injusticia terrible. Quizás no sea menos terrible que el destino de las naciones queden en manos de quienes, como en Valencia, aúpan a despilfarradores y corruptos, pero la propia Ilustración ya dejó claro que la redención del ser humano se producirá a través de la formación, de la educación, del conocimiento. Y en esas estamos aún.
    No sé si lo de "un hombre, un voto" debe ser puesto enn tela de juicio, pero lo que está claro es que el axioma de que "todos los votos son iguales" es una mentira contra la que aun no nos hemos rebelado. NO estaría de más que cada vez que un diputado de UPyD o de IU se levantara para hablar dejara claro que no todos los diputados son iguales y que unos representan a más electores que otros y que, en consecuencia, a según quiénes levantaran la voz se les habrían de bajar los humos representativos para ponerlos "en su lugar". En definitiva, que ya me contentaría yo con que en nuestra democracia, en efecto, todos los votos valieran lo mismo.

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  3. Espero su comentario, Antonio. Ya le dejé respuesta en Homicidios.

    Un abrazo.

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  4. La justicia es un concepto más que una realidad, Juan, y encima invento del hombre, para más inri. No sé de nada en la Naturaleza que sea justo o injusto, sino simplemente natural. Sucede con los humanos que, a fuerza de alejarnos de la naturalidad que un día nos caracterizó, comenzamos un largo proceso de intelectualización de lo natural que desembocó, a fuerza de machacarlo, en un rosario de doctrinas, ideologías, metafísicas, paranormalidades y otras majaderías de las que unos pocos se valen para someter a otros, que son mayoría. Y eso no es democrático.

    Los valores que defendió el Despotismo no implicaban necesariamente una igualdad en derechos, ni la extensión de éstos a todos los individuos, ni mucho menos su universalización esencial. Lo contemplamos desde nuestra perspectiva actual, y por tanto errónea, o cuando menos esquiva e ilusoria, porque no atiende al verdadero contexto de la época en que surgió. Es más, ni siquiera puede referirse a época alguna, incluida la actual. Por eso considero que la supuesta injusticia despótica no es mayor o menor que la de cualquier sistema político, presente o pasado, con toda la carga ética que queramos añadirle.

    El concepto de justicia es tan convencional como queramos admitir –o manipular. ¿Es justo que quien tiene dinero afronte su enfermedad con más garantías de curación que quien no lo tiene, siendo el medicamento el mismo? ¿Es justo que unos roben embutidos en trajes de marca mientras otros apenas pueden hacerlo en alpargatas? ¿Es acaso justo que la Justicia, esa bizca torticera, caiga con distinto peso sobre el delincuente según su origen, naturaleza y solvencia económica? ¿Debe la posición social ser único aval del triunfo o fracaso de un individuo, por encima de su capacitación intelectual?

    El eterno debate, Juan, el eterno dilema… La educación vendrá a resolver tal diferencia, dicen. Lo malo es que la educación es, por lo menos, tan manipulable como la justicia, y por tanto no interesa al poder que sea igual para todos, entre otras cosas porque no todos somos iguales, ¿no? Digan lo que digan los políticos, el sistema educativo sirve a un fin concreto y determinista: la diferenciación de la sociedad. Y no será este escribidor quien defienda la uniformidad de los individuos, no. Pero tampoco su clasificación en función de aspectos tan poco saludables como su capacidad económica.

    Precisamente estoy trabajando en un artículo sobre la educación y el poder que, espero, sirva para aclarar mis propias ideas al respecto y que así sean vistas por quien las lea, es decir, más claramente.

    Un abrazo.

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  5. Espero ese artículo. El debate es eterno y el dilema, por ahora, no tiene miras de resolverse.
    Como bien marcas, nos hemos separado de la naturaleza, hemos tomado de brújula una y otra cosa y nada que tenga tanto conocimiento y sabiduría como la naturaleza he visto hasta ahora. El tema es que nos hemos separado hasta tal punto de ella que ya no hay modo de volver atrás.
    Este último comentario que has escrito merece una entrada, Javier."Digan lo que digan los políticos, el sistema educativo sirve a un fin concreto y determinista: la diferenciación de la sociedad. Y no será este escribidor quien defienda la uniformidad de los individuos, no. Pero tampoco su clasificación en función de aspectos tan poco saludables como su capacidad económica." Suscribo

    Un abrazo.

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  6. Yo también espero el artículo, Ana, yo también. Pero se resiste, ignoro por qué. Quizá sea porque algún malhadado conjuro ha confundido mi mente; o porque no lo he trabajado lo suficiente aún; o puede que, simplemente, no tenga las luces necesarias para alumbrarlo. En todo caso, estoy en ello, y trato de que nazca con el rigor y la seriedad necesarios para merecer el apelativo de artículo.

    Dices que no hay forma de invertir el reloj, Ana. Pero yo creo, sin embargo, que en cualquier momento las manecillas pueden pararse, aun sin quererlo nosotros, y ¡hala, a correr todos por el campo hociqueando trufas...! Muy radical, pero muy expresivo. Quizá no quede tanto para que perdamos de un plumazo todo cuanto creíamos poseer, pues lo único que realmente tenemos es lo que llevamos dentro. Y a algunos les pesa bien poco el equipaje...

    Un abrazo.

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  7. Uf Javier...bien Nietzscheano el debate, para mi ver las manecillas ya se han detenido, ya hemos perdido lo que creíamos poseer, sólo que los hombres no nos hemos dado cuenta de ello, seguimos en una loca carrera hacia ninguna parte. Hemos matado a Dios, pero aún no tenemos con que reemplazarlo. La prisa y el sin-sentido que estoy viendo en los últimos tiempos me asombra. Escaparemos de la angustia que nos produce caminar al filo y sin red o nos suicidaremos lentamente y en unos miles de años no habrá ni rastros de nuestra especie en esta bendita tierra?...Mientras tanto brilla el sol y por aquí es verano....
    Otro abrazo

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    1. Acabo de ver tu comentario, Ana, y asumo con placer la tarea de contestarte, no por decir la última palabra, pues tienes derecho de réplica, sino por pura educación (y también, de paso, para probar este nuevo invento de Blogger de los comentarios anidados una vez que logré arreglar la plantilla del blog).

      Sobre Nietsche, dejé en tu blog la tarea pendiente de hablar sobre el asunto algún día. Él sí mató a Dios, a todos los dioses, y quizá por ello nos conformamos ahora con estos idolillos del tres al cuarto que relumbran por doquier. Es verdad que vivimos acelerados, porque el mundo va cada vez más rápido y nos impele a seguir su ritmo frenético, sin darnos tregua, sin importar nada más que la inmediatez... Tan pronto surge una noticia ya es de ayer, porque otras diez la suplantan, y así sucesivamente. El volumen de información es tan increíblemente enorme que no deja espacio para otra cosa, y, sin embargo, apenas podemos asimilar una ínfima parte del total, para volver a comenzar... Deprisa, deprisa, te dicen, y uno, que ya no puede más, lo único que anhela es tenderse a ese sol de tu tierra y descansar, y ralentizar su metabolismo, y atesorar el tiempo para disfrutarlo...

      No creo que tengamos que esperar tantos años para ver el final de nuestra triste andadura sobre esta roca, porque el camino que lleva la Humanidad es, precisamente, el del despeñadero, el del total suicidio colectivo, como dices.

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...