viernes, 29 de junio de 2012

No es lo que parece


Quizá piense el amable lector que uno, entre artículo y artículo, se dedica a devanarse el seso y a dedicar muchas horas diarias para gestar el siguiente escrito, ora desentrañando profundos misterios, ora investigando sucesos o ideas, ora persiguiendo noticias de la máxima actualidad... Pues no. Los que nos dedicamos a juntar palabras también tenemos otras dedicaciones. Bueno, debo pedir disculpas, porque no tengo en absoluto derecho a compararme a quienes realmente hacen todas esas cosas que he señalado. Uno, que es diletante hasta en el vivir, no podía ser de otra manera en el escribir, de modo que, en adelante, y puesto que la generalización no es sino aberración de la realidad, según se discutió aquí en cierta ocasión (y me disculparán si no recuerdo cuándo), uno hablará solo por uno. Exclusivamente.

En fin, quería decir que también tengo otras dedicaciones, la más importante de las cuales es perder el tiempo, como ahora mismo… A falta de algo mejor que hacer, y como no me gusta molestar a los demás (salvo cuando se atreven a acercarse por aquí a leer estas memeces), escribo estas pocas líneas para desahogarme tras tantos y tan variados acontecimientos generales que en el mundo han sido desde mi última y atrevida incursión en este cuaderno prestado.

Cierta escritura intuitiva me asiste, de modo que por regla general cuelgo mis escritos según los voy alumbrando, y como mucho los releo una vez para evitar, en la medida de mis pocos conocimientos, faltas gramaticales y de ortografía, aunque esto, como ya casi todo el mundo se declara competente para las cosas académicas y eso, cada vez tiene menos sentido. Pero a veces, pocas, sí que elaboro más detenidamente algún artículo, bien por ser de especial relevancia para mí, bien por falta de documentación en determinados momentos, bien por cierto esmero y pundonor de aficionado, ya que a profesional no llego porque no me pagan por escribir. ¿Quiero esto decir que tales artículos, por llamarlos pomposamente así, son de mejor calidad que los otros, los que prácticamente, como éste mismo, salen a vuela pluma? No creo. Por lo menos eso me han dicho en ocasiones: suena más real, más sincero, lo que se dice desde las entrañas que lo que se dice desde el cerebro. No quiere decirse, con esto, que lo sea, solo que lo parece. Y que cada uno se acoja al santo de su mayor devoción…

Puede que el sentido último de lo que escribimos –de lo que escribo, quiero decir, no se ofenda ningún escritor–, sea ese no tan escondido deseo de perdurar en el tiempo (ya que no lograremos hacerlo en el espacio), en la memoria común del hombre. Poco importa lo que digo, lo que plasmo en la hoja –da igual si está escondida en un cajón o a la luz pública en un blog–, la esencia del acto de escribir es hacerlo, no el tópico tener algo que decir sino el simple hecho de decirlo, para que así quede de manifiesto y quizá un día, aunque ya no esté físicamente, con mi cuerpo, si logre hacerme presente (mejor imprescindible) en el ideario colectivo. El afán de inmortalidad me mueve; la idea de perdurabilidad, o mejor, de resucitación una vez desaparecido, tan propia de las religiones de lamentación, me guía…

Como ven, uno acaba siempre, sea de la forma que sea, hablando de uno, porque en el fondo es el protagonista de su propia puta vida, incluso a su pesar. Y como es así, y ni antropológica ni política ni religiosamente –¿acaso no son todas la misma cosa?– parece que pueda ser de otra manera, no conviene sino asumirlo con humildad y sobrellevarlo lo más dignamente que uno pueda… Porque, en el fondo, a todos (a mí, quiero decir) nos gusta que nos hagan caso. Aunque sea menos que al gato…

Este escribidor que suscribe lo afirma (si bien no se excluyen otras posibilidades).

2 comentarios:

  1. Y tampoco pasaría nada si fuera lo que parece, que conste. Me fijo, con todo, en esa dicotomía entre entrañas (ojo, que de ahí viene "entrañable"...) y cerebro que a mi, particularmente, me resulta difícil de aceptar e incluso de concebir como tal. Tengo pocas o ninguna creencia y dos o tres principios básicos que les garantizan a los demás mi sociabilidad tranquila y una cortesía en las maneras de las que ya no se estilan (no en vano, el único libro del que leí casi hasta la mitad, antes de los quince años, fue uno intitulado "Ciencia de la mundología" o algo así), pero he de reconocer que la teoría holista, a partir del tratado de Jan Smut, que apareció después como una corriente psicoterapéutica muy discutida, la Terapia Gestalt, siempre se ha ganado mis favores: la unión indisoluble entre mente y cuerpo me parece un axioma (si es que ello vale más que la simple verdad). NO puedo deslindar dónde acaba de gobernarme el cuerpo y dónde la mente. Pero de lo que estoy seguro es de la influencia recíproca entre ambos. A finales de los 60 principios de los 70 se puso muy de moda la idea de que el escritor tenía que escribir "desde el cuerpo", con él, que sus escritos habían de ser una prolongación de sus "entrañas" por decirlo a tu modo, que la pasión tenía que emerger de las frases como una emanación, que no había una lectura completa de la obra si no se experimentaba esta sensorialmente. Sigo pensando que ha de ser así. No sé si hay artículos más naturales que otros, pero yo todos los escritos los considero naturales, incluso los que se empeñan, vanamente, en censurar la naturaleza, en esconderla, como si fuera ella, en realidad, y no la imaginación, la loca de la casa.

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    1. Bueno, Juan, pues te acogiste a tu santo... Como tantas cosas, desconozco los entresijos de la neurología y de la fisiología, aunque en algún lugar se juntan ambas para detonar el ente pensante y presente que llevamos dentro. Que la voluntad radica en nuestra parte orgánica contenida en el cráneo parece fuera de toda especulación; que este cerebro pueda mantenerse autónomo sin su soporte corporal, parece que también, si por tal entendemos el estado orgánico vegetativo al que se ven reducidos ciertos individuos carentes de movimiento y sensibilidad en todo su organismo excepto en el cerebro, pero...

      La tradicional separación entre mente y cuerpo, que en cierto modo persiste a través del horizonte de sucesos religiosos, no acaba de explicar ese decir nuestro de escribir con el corazón o hacerlo con la cabeza. Si a la postre todo es uno, y en su fusión encontramos nuestro sentido, ¡qué más da cómo lo llamemos! De mis palabras en el artículo venía a querer significar que normalmente es el ímpetu emocional el dominante en lo que se escribe, al igual que en lo que decimos o hacemos, y que son menos las veces en que nos paramos a reflexionar, sopesar y racionalizar nuestros actos, palabras o plumas estilográficas. Convengo en que, en ambos casos por igual, la fuerza interior proviene del mismo útero, que es el cerebro, por supuesto, pero unas veces es modulada por ciertos mecanismos de control atravesando largos pasillos y otras sale directamente y de sopetón por la puerta de emergencia... A ver, si no, cómo explico yo todo esto que acabo de decir...

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...