Cualquiera sabe que la sociedad se mueve
diletantemente en tanto no bascula sobre un eje concreto –y correcto– que le
proporcione el necesario equilibrio. Aparte del combate ideológico hoy
prácticamente inexistente –y casi es mejor así– entre defensores y detractores
de principios y valores varios, ya que la uniformidad del pensamiento global ha
calado hasta los huesos en el conjunto de las sociedades mundiales, por más que
se disfracen, unas de cordero y otras de mesiánico ser, poco o nada queda de la
secular lucha de clases, denostada hasta la extenuación incluso, ya, por los
pródigos descendientes de sus afanados instigadores.
Pero, con la sabiduría que dan las profecías por
cumplir, sería menester, ahora mismo, resucitar las viejas y polvorientas
proclamas proletarias, porque no tardando a eso vamos a ver reducidos pueblos y
culturas. ¿Por qué será que el movimiento obrero cesó radicalmente en cuanto se
produjo un cambio de nomenclatura, tan evidente como incomprensible, y los trabajadores
se convirtieron, por arte de birlibirloque, en operarios? Quizá el diablo
anduvo enredando, y mediante promesas y engaños sedujo a los pobres parias de
la tierra ofreciéndoles un paraíso que, andando el tiempo, se está cobrando
elevadísimos y sanguinarios intereses…
No es la intención de este pobre escribidor decir
nada que no se sepa Ni es su misión en la vida desfacer entuertos, que pocos –por
no decir ninguno– Quijotes quedan ya
por los caminos, antes llenos de Panzas,
y sobre todo de asnos, que no están tan en riesgo de extinción… Ahora bien, sin
decirlo, debe proclamarlo, que no en vano se tiene por hombre libre, incluso en
medio de esta gran prisión. Chomsky ya habló mucho y bien sobre las variadas
formas de que se sirve el poder –en abstracto, que no es cuestión ahora de
personalizar– para ejercer su control sobre la sociedad indolente, para
manipular la información que la sociedad inane necesita, y para adulterar la
calidad de los bienes que la sociedad indecente consume sin apenas preguntar
por su origen o raíz. Y otros se han hecho eco de estas y algunas estrategias más
de control.
Quizá, y aunque este escribidor se equivoque de medio
a medio, pues de ello no conoce más que lo poco que alcanza a oír y comprender
ya que nunca, jamás, ha participado, pertenecido ni curioseado en semejante
asunto, el medio de control social –entiéndase de masas– actual más eficaz de
que disponen quienes ejercen autoridad y poder impúdicamente sea las redes sociales. Y es que la terrible
duda –ya confirmada, por otra parte, respecto a la educación, aunque de eso
hablaremos otro día– de que todo aquello que se ofrece como argumento para el
libre y sagrado ejercicio de la libertad, tanto en su vertiente individual como
colectiva, no deja de ser, al mismo tiempo y por ese preciso motivo, un medio
idóneo y enseguida contagiado de control social, le asalta al escribidor.
Cuanto más se involucra un sujeto en la red, en
cualquier red, más se enquista en esa suerte de territorio movedizo del que
resulta ya imposible escapar. Es como una secta cuyo pastor, en su acepción
perfeccionada, es el rumor, que enseguida se torna chisme y termina por
convertirse en cotilleo mundial. A través de estas redes, en las que cada vez
más y más gente cae, el poder ejerce una suerte de control difuso pero
igualmente efectivo, pues se encauza y dirige la opinión global de manera ni
siquiera sutil, sino abrupta y descaradamente, propagando toda clase de noticias con o sin fundamento o rigor,
que es lo de menos, pero a una velocidad de vértigo que posibilita, si bien por
una parte cierta libertad de acción a las masas participantes, por otra el
conocimiento instantáneo de estos movimientos masivos por parte de los esbirros
al servicio del poder y sus medios de control.
Que a veces se escape a dicho control tal o cual
evento, reunión o aglomeración puede ser otro indicador más del fin último
deseado por el poder, precisamente la aparente libertad del movimiento social
en su conjunto. Es verdad, también, que factores imprevisibles, incluso para
quienes pretenden ejercer su dominio sobre la sociedad, pueden darse, y de
hecho suceden, al margen de la actividad estrictamente programada y/o deseada,
como una suerte de efectos (co)laterales en el ejercicio del poder real. Y en
esto poca o ninguna influencia tendrían los poderes a los que estamos
habituados, esos que consagran las leyes
que nos rigen.
Contradictoriamente al empecinado objetivo de nuestra
especie, que es progresar indefinidamente, unos pocos individuos, aquellos a
quienes les está reservada la parte sagrada de los oficiantes, se sirven de la
tecnología, cada vez más perfeccionada, para asegurarse el beneficio de sus
aplicaciones sin tener que repartirlo con las masas. ¿Acaso no necesitan quien
las guíe e instruya?
Se trata, en definitiva, de crear adictos, que ya se
sabe que es mucho más fácil controlar a quienes se ven sometidos a necesidad. Y
no parece que, en esa alta misión, haya nada mejor que enganchar a todo quisqui
a las redes sociales, puesto que, según dicen, si no se está en alguna uno no
existe. ¿Tendrá algo que ver esa nueva cosa que se llama wasap?
Entretanto, el Gobierno –¿nuestro Gobierno?– retomará
mañana, tras el paréntesis dominical, su normal actividad paranormal. Quizá
habría que sacar en procesión al santo Mariano…
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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...