domingo, 18 de noviembre de 2012

El tontolcoche


Hay que ver, con lo difícil que las autoridades españolas ponen la obtención de una licencia de armas, y sin embargo el permiso de conducir está al alcance de cualquiera… que lo pague. Y eso que en las manos de un tonto tiene más peligro un volante que un fusil de repetición.

No quiere el escribidor hacer escarnio de los conductores de vehículos, ni de su propia estupidez esencial, ni del poco seso que demuestran al volante, ni de la arrogancia, parsimonia, chulería, torpeza o presunción con que circulan, según el caso y la tipología de su fauna, pero tampoco puede hacer dejación de un deber moral como es proclamar a los cuatro vientos la sinrazón que asiste a una inmensa mayoría de conductores, a los que llamaremos, genéricamente singularizando, tontolcoche.

Enfrentado a la amplia variedad de situaciones que a diario acometen a cualquiera que se aventure, coche en mano, por esa jungla de asfalto que son las ciudades, el tontolcoche siempre reaccionará de idéntica manera: mal. Es su uso y costumbre adquirir hábitos viciados que confunde con extraordinarios atajos y personal pericia, y arremete contra el mundo cargado con tan formidables armas. Tanto, que apenas deja títere con cabeza.

Muy temprano se incorpora a la circulación. Y ya se manifiesta su ira, intolerancia y desprecio por todo cuanto no sea él, su coche y él de nuevo. Lleva siempre prisa, y no respetará límite alguno que no le venga impuesto por fatídico y recaudatorio radar, de suerte que uno siempre le tendrá delante, estorbando al paso del cinemómetro, pues no duda en reducir su velocidad hasta casi pararse, para después, y hasta el siguiente, emprender rauda carrera al máximo de velocidad que le permiten los demás tontos que le acompañan y rodean.

Si hay una palabra –y por ende el concepto que define– que le resulta verdaderamente extraña al tontolcoche, ésa es rotonda. En términos simples, podríamos decir que rotonda equivale, para el tontolcoche, a recta indefinida, es decir, no parece encontrar en ella más sutileza que la de una cierta línea recta que no lo parece. Daría la impresión, a cualquier observador medianamente inteligente, que, ante una rotonda, el tontolcoche no sabe qué hacer salvo seguir su instinto primordial, que es continuar recto. En otras palabras: hace lo que quiere. Y lo hace mal. De modo que, amigo conductor, siempre que pueda huya de las rotondas como alma que lleva el diablo, pues son territorio natural del tontolcoche.

En los semáforos, en cambio, no parece tener atisbo de duda, y rápidamente sabe cuándo debe parar y cuándo emprender la marcha (salvo los muy soberbios, que ante nada se arredran): rojo y verde, algo tan sencillo nunca proporcionó al poder tanto beneficio, pues a través de ambos colores se asegura el control de las masas de tontosdelcoche que en el mundo son.

El stop, para el tontolcoche, no es sino un relajado ceda el paso, y a veces, guiado de una proverbial osadía y desprecio por la vida (de los demás) y las cosas (también de los demás), ni siquiera eso. Y, llegado el caso, no duda en insultar incluso a algún probo conductor que, parado convenientemente en la señal, mira a ambos lados antes de continuar la marcha, aduciendo que ese stop está mal colocado, que los del ayuntamiento no tienen ni idea…

Y qué decir del ceda el paso, que a los ojos del tontolcoche no reviste mayor interés que el concedido, y aun así de mala gana, al guardia que le recrimina por no dejar cruzar a un peatón en un paso debidamente señalizado. ¿Acaso nunca se siente viandante, él, que quizá nació con un coche entre las piernas y algo de serrín en la cabeza?

La tipología del tontolcoche es también amplísima, y solo esbozará el escribidor algunos perfiles, como el de la comercial agresiva, que igual que va a 80 por ciudad, esa misma es la velocidad de crucero que alcanza en autovía, para desesperación general. O el subnormal del pumba-pumba, discoteca ambulante, pelo de punta y gafas oscuras de marca asomando por el perfil bajo de la ventanilla, acelerando cuando es su gusto. O el tufarra profesional, que mueve el cochazo de veinte en veinte metros, lo justo para llegar al siguiente bar, y siempre en doble fila, por supuesto. O las mamases que, afanosamente, llevan a su prole al colegio de la vuelta de la esquina en el segundo coche de la casa, generando unos tapones a tales horas que mejor harían los guardias en mirar para otro lado (y lo hacen, creo). O los que no dejarán de estar eternamente agradecidos a esos ingenieros viales que les allanan el camino para que aparquen en las aceras al ladito de sus chaletes de alto standing, porque es moda muy europea y así los pobres peatones no saben por dónde deben caminar, porque los bordillos no separan niveles distintos y claramente definidos (el coche por la calzada y el viandante por la acera, más elevada) sino espacios compartidos, que es muy lo último en urbanismo. O los que llevan la oficina en el coche a juzgar por el tiempo que emplean en hablar por el móvil, para lo cual han desarrollado especiales habilidades de conducción a una mano.

Mucho más podríamos despotricar sobre el asunto, que a todos atañe, pero aquí lo dejamos, con una última consideración. Y es que el tontonlcoche, personaje singular de nuestra vida cotidiana, es asaz competente y eficaz, y sus niveles de eficiencia en la tontuna conducción alcanza cotas altísimas, que nunca con tan poca inversión (el precio del carné) consiguió nadie tamaña sensación de poder, de tener el mundo a sus pies, de sentirse tan superior a todo y a todos que se sabe capaz de cualquier proeza.

En fin, no se ofenda ni desespere el lector si se ha sentido identificado por una o varias de las cualidades intrínsecas del tontolcoche, porque, en el fondo, todos somos así, todos reaccionamos así o lo hemos hecho en algún momento. Lo malo, no obstante, es que muy pocos logran superar esa etapa de estupidez asesina para entrar a formar parte del grupo de seres racionales a los que les es dado llamarse personas.

2 comentarios:

  1. Coincido contigo en todo. Es también mi experiencia propia al volante. Tan es así que he de confesar dos pecadillos vengativos contra esa subespecie locomocional y locoemocional del homo insapiens contemporáneo. Cuando tengo que adelantar a algún camión o autobús en autopista de dos carriles, me lo tomo con calma, porque con el limitador de velocidad a 100km/h, me lleva mi tiempo, justo del que disfruto hasta la exultación si se me pega detrás un tontolcoche que adorna con mil aspavientos su desesperación, porque le he hecho ponerse a 90km/h. He de decir que, después de haber rebasado completamnte al camión o al autobús, saco el intermitente derecho y me voy desplazando tan lentamente hacia el carril derecho que, cuando el tontolcoche me adelanta, me miran como si acabaran de adelantar a un extraterrestre.
    El otro pecadillo es ponerme en las rondas de circunvalación en el carril rápido a la máxima velocidad petmitida, que es, en Barcelona, de 80Km/h. ¡Cóm disfruto cuando el tontolcoche de turno se pone a darme luces y yo, sacando el brazo enhiesto, pero no fascista, estiro el índice hacia la inmediata señal de 80 para indicarle que menos prisa, Mesala... Ese es el momento en que se vuelven locos, me adelantan por la derecha y se acuerdan de todo mi árbol genealógico... Yo les sonrío y les digo, no, no, con el índice de la otra mano, que han hecho una maniobra prohibida...
    En fin, ya digo, miserias cotidianas...

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    1. ¡Qué peligrosos son esos pequeños pecados, Juan! Nunca se sabe quien está al volante, aunque no es difícil presuponer a la bestia que va dentro... y algunas tienen reacciones sumamente violentas.

      La creencia generalizada de que el carril de la izquierda de las vías dobles es para ir más deprisa es causa, también, de numerosos equívocos y de que te miren mal. Parece desconocer, la mayoría, que la limitación de velocidad afecta por igual a ambos carriles, y que el izquierdo es preferentemente utilizado para descongestionar el tráfico denso, amén de para adelantar a vehículos más lentos, claro, pero sin por ello ser territorio privativo de los fitipaldis aficionados.

      Total, que nos quedamos como estamos, ¿no te parece?

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...