Hay que ver, con lo difícil que las autoridades españolas
ponen la obtención de una licencia de armas, y sin embargo el permiso de
conducir está al alcance de cualquiera… que lo pague. Y eso que en las manos de
un tonto tiene más peligro un volante que un fusil de repetición.
No quiere el escribidor hacer escarnio de los
conductores de vehículos, ni de su propia estupidez esencial, ni del poco seso
que demuestran al volante, ni de la arrogancia, parsimonia, chulería, torpeza o
presunción con que circulan, según el caso y la tipología de su fauna, pero
tampoco puede hacer dejación de un deber moral como es proclamar a los cuatro
vientos la sinrazón que asiste a una inmensa mayoría de conductores, a los que
llamaremos, genéricamente singularizando, tontolcoche.
Enfrentado a la amplia variedad de situaciones que a
diario acometen a cualquiera que se aventure, coche en mano, por esa jungla de
asfalto que son las ciudades, el tontolcoche
siempre reaccionará de idéntica manera: mal. Es su uso y costumbre adquirir hábitos
viciados que confunde con extraordinarios atajos y personal pericia, y arremete
contra el mundo cargado con tan formidables armas. Tanto, que apenas deja títere
con cabeza.
Muy temprano se incorpora a la circulación. Y ya se
manifiesta su ira, intolerancia y desprecio por todo cuanto no sea él, su coche
y él de nuevo. Lleva siempre prisa, y no respetará límite alguno que no le
venga impuesto por fatídico y recaudatorio radar, de suerte que uno siempre le
tendrá delante, estorbando al paso del cinemómetro, pues no duda en reducir su
velocidad hasta casi pararse, para después, y hasta el siguiente, emprender
rauda carrera al máximo de velocidad que le permiten los demás tontos que le
acompañan y rodean.
Si hay una palabra –y por ende el concepto que
define– que le resulta verdaderamente extraña al tontolcoche, ésa es rotonda.
En términos simples, podríamos decir que rotonda equivale, para el tontolcoche, a recta indefinida, es
decir, no parece encontrar en ella más sutileza que la de una cierta línea recta
que no lo parece. Daría la impresión, a cualquier observador medianamente
inteligente, que, ante una rotonda, el tontolcoche
no sabe qué hacer salvo seguir su instinto primordial, que es continuar recto.
En otras palabras: hace lo que quiere. Y lo hace mal. De modo que, amigo
conductor, siempre que pueda huya de las rotondas como alma que lleva el
diablo, pues son territorio natural del tontolcoche.
En los semáforos, en cambio, no parece tener atisbo
de duda, y rápidamente sabe cuándo debe parar y cuándo emprender la marcha (salvo
los muy soberbios, que ante nada se arredran): rojo y verde, algo tan sencillo
nunca proporcionó al poder tanto beneficio, pues a través de ambos colores se
asegura el control de las masas de tontosdelcoche
que en el mundo son.
El stop, para el tontolcoche,
no es sino un relajado ceda el paso, y a veces, guiado de una proverbial osadía
y desprecio por la vida (de los demás) y las cosas (también de los demás), ni
siquiera eso. Y, llegado el caso, no duda en insultar incluso a algún probo
conductor que, parado convenientemente en la señal, mira a ambos lados antes de
continuar la marcha, aduciendo que ese stop está mal colocado, que los del
ayuntamiento no tienen ni idea…
Y qué decir del ceda el paso, que a los ojos del tontolcoche no reviste mayor interés que
el concedido, y aun así de mala gana, al guardia que le recrimina por no dejar cruzar
a un peatón en un paso debidamente señalizado. ¿Acaso nunca se siente
viandante, él, que quizá nació con un coche entre las piernas y algo de serrín
en la cabeza?
La tipología del tontolcoche
es también amplísima, y solo esbozará el escribidor algunos perfiles, como el
de la comercial agresiva, que igual que va a 80 por ciudad, esa misma es la
velocidad de crucero que alcanza en autovía, para desesperación general. O el
subnormal del pumba-pumba, discoteca ambulante, pelo de punta y gafas oscuras de
marca asomando por el perfil bajo de la ventanilla, acelerando cuando es su
gusto. O el tufarra profesional, que mueve el cochazo de veinte en veinte
metros, lo justo para llegar al siguiente bar, y siempre en doble fila, por
supuesto. O las mamases que, afanosamente, llevan a su prole al colegio de la
vuelta de la esquina en el segundo coche de la casa, generando unos tapones a
tales horas que mejor harían los guardias en mirar para otro lado (y lo hacen,
creo). O los que no dejarán de estar eternamente agradecidos a esos ingenieros
viales que les allanan el camino para que aparquen en las aceras al ladito de sus
chaletes de alto standing, porque es
moda muy europea y así los pobres peatones no saben por dónde deben caminar,
porque los bordillos no separan niveles distintos y claramente definidos (el
coche por la calzada y el viandante por la acera, más elevada) sino espacios compartidos, que es muy lo último
en urbanismo. O los que llevan la oficina en el coche a juzgar por el tiempo
que emplean en hablar por el móvil, para lo cual han desarrollado especiales
habilidades de conducción a una mano.
Mucho más podríamos despotricar sobre el asunto, que
a todos atañe, pero aquí lo dejamos, con una última consideración. Y es que el tontonlcoche, personaje singular de
nuestra vida cotidiana, es asaz competente y eficaz, y sus niveles de
eficiencia en la tontuna conducción alcanza cotas altísimas, que nunca con tan
poca inversión (el precio del carné) consiguió nadie tamaña sensación de poder,
de tener el mundo a sus pies, de sentirse tan superior a todo y a todos que se
sabe capaz de cualquier proeza.
En fin, no se ofenda ni desespere el lector si se ha
sentido identificado por una o varias de las cualidades intrínsecas del tontolcoche,
porque, en el fondo, todos somos así, todos reaccionamos así o lo hemos hecho
en algún momento. Lo malo, no obstante, es que muy pocos logran superar esa
etapa de estupidez asesina para entrar a formar parte del grupo de seres
racionales a los que les es dado llamarse personas.
Coincido contigo en todo. Es también mi experiencia propia al volante. Tan es así que he de confesar dos pecadillos vengativos contra esa subespecie locomocional y locoemocional del homo insapiens contemporáneo. Cuando tengo que adelantar a algún camión o autobús en autopista de dos carriles, me lo tomo con calma, porque con el limitador de velocidad a 100km/h, me lleva mi tiempo, justo del que disfruto hasta la exultación si se me pega detrás un tontolcoche que adorna con mil aspavientos su desesperación, porque le he hecho ponerse a 90km/h. He de decir que, después de haber rebasado completamnte al camión o al autobús, saco el intermitente derecho y me voy desplazando tan lentamente hacia el carril derecho que, cuando el tontolcoche me adelanta, me miran como si acabaran de adelantar a un extraterrestre.
ResponderEliminarEl otro pecadillo es ponerme en las rondas de circunvalación en el carril rápido a la máxima velocidad petmitida, que es, en Barcelona, de 80Km/h. ¡Cóm disfruto cuando el tontolcoche de turno se pone a darme luces y yo, sacando el brazo enhiesto, pero no fascista, estiro el índice hacia la inmediata señal de 80 para indicarle que menos prisa, Mesala... Ese es el momento en que se vuelven locos, me adelantan por la derecha y se acuerdan de todo mi árbol genealógico... Yo les sonrío y les digo, no, no, con el índice de la otra mano, que han hecho una maniobra prohibida...
En fin, ya digo, miserias cotidianas...
¡Qué peligrosos son esos pequeños pecados, Juan! Nunca se sabe quien está al volante, aunque no es difícil presuponer a la bestia que va dentro... y algunas tienen reacciones sumamente violentas.
EliminarLa creencia generalizada de que el carril de la izquierda de las vías dobles es para ir más deprisa es causa, también, de numerosos equívocos y de que te miren mal. Parece desconocer, la mayoría, que la limitación de velocidad afecta por igual a ambos carriles, y que el izquierdo es preferentemente utilizado para descongestionar el tráfico denso, amén de para adelantar a vehículos más lentos, claro, pero sin por ello ser territorio privativo de los fitipaldis aficionados.
Total, que nos quedamos como estamos, ¿no te parece?
Un abrazo.