El capitalismo rescató a la democracia del ostracismo
de la historia para escapar a su propia destrucción, porque, conociendo
perfectamente la naturaleza humana, de la que participa, sabe que el hombre es
un gran mentiroso –quizá ése al que los Evangelios atribuyen la esencia
diabólica–, y de esa forma, y solo de esa, con engaños, era posible atraer a su
causa a las masas, siempre dúctiles y receptivas hacia todo tipo de supersticiones
y falacias.
Sin embargo, no se puede achacar al capitalismo el
hecho atroz de haber inventado la religión, pero solo porque ya existía; si no,
también la habría creado como medio idóneo, junto con la democracia, de
representar la gran confabulación del mundo aparente e irreal en que nos
movemos, pese a que sus consecuencias son del todo reales y contundentes.
Hace unos días dije algo en un comentario que quizá, aunque nadie
me la pida, necesita una explicación. «Es
la religión asilo de idiotas», afirmé. Es una sentencia literal que
trasluce su significado íntegramente; es decir, es asilo en tanto que en ella
se refugian quienes, siendo creyentes, por esa misma cualidad están ya
desahuciados para la cosa humana, que no puede ni debe admitir a individuos que
transfieran a otros su propia responsabilidad; y son idiotas porque la
suposición de que un ser superior –infinitamente omnisciente, omnipresente,
omnipotente y todos los demás atributos que se le quieran endosar– ha creado
todo lo que existe, incluido, claro, el hombre, sencillamente no puede darse en
una persona con la inteligencia suficiente para comprender el mundo. Semejante
y portentoso atributo (la credulidad) ni siquiera le sirve al sujeto en
cuestión para comprenderse a sí mismo, y, en consecuencia, su nivel de
conocimiento no será el requerido para contarse entre los integrantes de la
especie sapiens, formando parte, como mucho, de la subespecie semisapiens. Sin
que reclame comprensión de nadie, pero anticipando previsibles inmolaciones, desearía
que se entendieran estas palabras en su justa medida y en cuanto de grito
desesperado de llamada a la reflexión contiene: son legión las personas buenas,
que creen lo que les dicen, pero son tontas.
Que política y capitalismo están íntimamente unidos
es algo palmario que cualquiera puede ver con solo asomarse a la ventana de la
historia, donde, indelebles al paso del tiempo, podemos mirarnos y reconocernos
uno a uno. En el fondo, y aunque se llamen a sí mismos otra cosa, todos los
regímenes políticos son capitalistas, porque todos confabulan para la obtención
y ejercicio del poder, logrado sin apenas esfuerzo gracias al engaño y a la
mentira. Todos aspiran a lo mismo: el control de las masas sociales y la
apropiación de los medios de producción en exclusivo beneficio de unos pocos.
La democracia crea una ilusión al hacer supuestamente partícipe en tal proceso
a cualquier individuo, y de ahí su éxito secular, pues consigue atraer a los
ciudadanos incluso en las más adversas circunstancias, de la misma forma que lo
hacen las religiones. Ambos, pues, religión y capitalismo, tejen una extensa
red en la que atrapan a las pobres moscas que somos, incluso aunque no lo
queramos, incluso aunque no lo sepamos... ¿Qué peor destino que el de la mosca
que se sabe y conoce su inmediato fin?
El dinero está siempre unido a la religión, no en
vano ambos predican lo mismo… Un símbolo inequívoco aunque contradictorio de
semejante simbiosis es el dólar, por esencia el icono y patrón valor de esta
humanidad capitalista, en cuyo reverso, centrado y al lado de la imagen de la
divinidad en forma de ojo que todo lo ve, reza la leyenda «In God we Trust», es decir, «En
Dios confiamos», que hay que traducir como «A Dios –y a su representante en la tierra, el capital– nos encomendamos».
Por eso, la pobreza es el único lujo que no pueden permitirse los ricos.
Y todo se hace, como en la época ilustrada, germen y
sostén del capitalismo feroz, por el pueblo, por esa masa heterogénea de
individuos inanes, dóciles y resignados que creen –casi siempre y casi todos–
cuanto les dicen. ¿Nunca se han preguntado por qué las administraciones de
Hacienda y de la Seguridad Social son tan sumamente eficientes y cuentan con
bases de datos perfectas donde todos y cada uno de nosotros estamos registrados
hasta el último cabello? De tal manera es así que cualquiera puede pagar sus
impuestos, tributos y multas telemáticamente sin mayores complicaciones desde
casa; y realizar todo tipo de gestiones relativas a altas, afiliaciones, bajas…
de forma no presencial y gratuita. En
cambio, prueben a interponer una denuncia, o una demanda judicial, incluso en
persona y con abogado… Intenten agilizar un recurso o un procedimiento de reclamación,
cualquier asunto que implique la petición de un derecho, de justicia o,
simplemente, de legalidad. No es por casualidad que otras administraciones
estén colapsadas, desbordadas y abandonadas a su suerte, porque ésta es la de
millones de ciudadanos reclamando sus derechos, y eso no interesa al poder,
que, en consecuencia, hará todo lo posible porque el ciudadano desista de sus estúpidas e inútiles pretensiones.
El capitalismo no se puede cambiar, se tiene que
destruir, dice en una entrevista la diputada islandesa Birgitta Jónsdóttir, y creo que ese es el
camino, y comparto casi todo cuanto dice esta activista mujer, salvo su latente religiosidad, porque,
según parece, cree en Dios, y su ingenuidad, pues, como ella reconoce, entró
en el Parlamento de Islandia para comprender cómo funcionan las cosas y evitar
cometer los mismos errores: el escribidor no piensa que las cosas se decidan en los parlamentos…
Dice León Felipe –y el presente de indicativo es una
manera tan buena como otra de hacerlo vivir entre nosotros– que le han contado
todos los cuentos. Harán falta más
poetas y menos cuentos, entonces:
Yo no sé
muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo
lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna
del hombre la mecen con cuentos,
que los
gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto
del hombre lo taponan con cuentos,
que los
huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el
miedo del hombre...
ha inventado
todos los cuentos.
Yo no sé
muchas cosas, es verdad,
pero me han
dormido con todos los cuentos...
y sé todos
los cuentos.
Como la historia es devenir, cuando "fijamos" un concepto, pongamos por caso "capitalismo", necesitaríamos una larga explicación para "refijar" un significado que nos permitiera hablar de lo mismo o echar pestes de lo mismo, porque es indudable que no es lo mismo el capitalismo del XIX que el del XXI, o que, en todo caso, aun compartiendo principios irrenunciables, difieren en las formas y aun en los objetivos. Incluso, cuando la época de Tatcher, se hablo del "capitalismo popular", a cuya llamada muchos "dinerohabientes" de clase media accedieron al morbo, vértigo y pasión de la compra y venta de acciones, un mercado enfebrecido que nunca le falla, como la religión, al que en él arriesga parte de sus dineros. Una compañera tuve que, nada más llegar al trabajo, apenas leída las páginas bursátiles del diario, lo primero que hacía era ponerse en contacto con su corredor paraa darle las órdenes oportunas, bien sencillas: compra o vende, porque si se abstenía de ellas, no había llamada: el silencio era un "virgencita que me quede como estoy". Hacce dos dias compré en el Lidl "El capital", de Costa-Gavras, por un precio razonable, 8 euros, y he de reconocer que la inversión ha sido provechosa, porque, sin ser excepcional, la película, casi en tono documental, permite vivir "por de dentro"-al modo de los Sueños quevedianos- la hosca y cutre realidad de la gran banca. La interpretación del protagonista es de antología, y el uso del "aparte" clásico para entablar la complicidad con el espectador, un acierto. El tono de fábula que tiñe la película se concreta hacia el final, cuando un marrullero y pícaro Director que había sido elegido como víctima propiciatoria, vence a sus rivales y les regala a los miembros de su Consejo de Administración la perla de las perlas: "Soy el nuevo Robin Hood: se lo voy a quitar todo a los pobres para dárselo a los ricos", lo que provoca un delirio exultante entre los consejeros, que aplauden y lo celebran casi como una revelación sinaítica, mientras, en un aparte final, el Director nos confiesa: "Son como niños".
ResponderEliminarAhora renuncio a afilar ese último comentario, porque lo que de niños tienen los capitalistas es el egoísmo salvaje, la crueldad inaudita y la falta de sentido de la culpa: comparten, los consejeros, con ellos, la barbarie de la incivilización.
Jolín, Juan, qué dentelladas das... Nos imagino a ambos, en clase, largándoles a los chavales tamaña comparación entre ellos (aunque ya estén creciditos) y los capitalistas. Pero nada es tan execrable -¡qué bien viene al caso la palabrita!- que no merezca redención, y ni siquiera los bíblicos sodomitas carecieron de su oportunidad. De la misma manera, habría que dar al capitalismo el derecho a una defensa justa, pero con abogado de oficio, para que viera claramente qué hay al otro lado.
EliminarEn este mundo nuestro de cada día, existirá religión mientras haya un solo hombre que necesite creer, que es tanto como decir mientras haya hombres... Y se agarrará el capitalismo a nosotros mientras haya alguien que necesite vender algo. Iba a rematar la faena diciendo el consabido y si no, al tiempo, pero no lo verán nuestros ojos.
Un abrazo
En la línea que Juan señala, eso de hallar una concepción adecuada a la fase presente de las sociedades capitalistas del, así llamado, centro (teniendo en cuenta que el capitalismo y sus fases se reparten no sólo según el tiempo, sino también según el lugar), creo que La Gran Transformación de Karl Polanyi es un libro ciertamente iluminador. Tan recomendable para este asunto que les ocupa como las Meditaciones de Marco Aurelio para el arte de vivir.
ResponderEliminarSon tantos los frentes abiertos que difícilmente podríamos encontrar combatientes para contener al enemigo en todos ellos. Y por eso el ¿enemigo? avanza inexorablemente cada día, cada minuto, invadiendo nuevos territorios, seduciendo a los vencidos...
EliminarGracias por el comentario y la aportación, Precesión, pues es lugar propicio al decaimiento el entorno en que nos movemos, aunque, más que el epicureísmo maroaureliano, necesitaríamos el estoicismo, que no deja de ser concomitante al cinismo, e incluso la austeridad y el rigor lacedemonios, para poder soportar tanta miserable ambición, porque vida y capital parecen hoy la misma y única cosa.
Un abrazo