jueves, 1 de agosto de 2013

Desahuciados

Llega el verano (¿llegó?), y pareciera que el mundo todo se disuelve en la canícula feroz que evapora los pensamientos. Los acontecimientos ya no se producen, sino que se funden en una suerte de malhadada manía persecutoria para autogenerarse, como si su inmolación al ya escaso apetito de la masa vociferante, ahora apaciguada, no merecieran otra oportunidad de mejor acomodo y optaran por ese sacrificio incruento y silencioso que otorga la inanidad de todo un pueblo que prefiere escorar la tierra patria hacia el levante mediterráneo sin el contrapeso debido que oponer al vaciamiento interior.

Llega el verano, pues, y lo que antes era, ahora yace, transitando humildemente a su través, sin levantar emociones, ni sospechas, ni polvo… sin arrojar más sombra que la del abrasador mediodía. Carecemos de la memoria necesaria para poner en marcha nuestro entendimiento, desentrenado tras largas temporadas tumbado en el confortable sofá de la cosa dada. Y, sin esa memoria maravillosa que nos hace ser humanos, nos arrojan al corral con las bestias, como a bestias… Yendo apenas con lo necesario, ¿no habrá quien nos ofrezca su mano firme para salir del aturdimiento? «No», respondo, a la pregunta que nadie formuló.

Hay mil maneras de desahucio. Desahuciados están quienes arrojan de sí la emoción de sentir el susurro del viento que a veces eriza la piel de la nuca. Y los que se jactan de su ignorancia por el placer de ver en rostro ajeno lo que el suyo plasma con tanta contundencia. Los que anteponen su insignificante rasguño al dolor lacerante del otro, esos también están desahuciados. Y los que claman a dioses y hombres por cien gramos siquiera de justicia, no importa su procedencia, son desahuciados en este mundo y en el otro, por más que quieran vivir engañados. Y otros muchos están igualmente desahuciados, y muchos más los seguirán sin tardar… Quien no se desahucia es porque no quiere…

No conozco nada más atroz y repugnante que la impasibilidad de quien, al otro lado de la protectora mesa, clava sus ojos imperturbables en los tuyos implorantes, con una expresión tan inhumana y fría que solo puedes pensar, antes de levantarte para salir al sol inmisericorde, a la calle que será hogar: «También está desahuciado».


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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...