Llega el verano (¿llegó?), y pareciera que el mundo
todo se disuelve en la canícula feroz que evapora los pensamientos. Los
acontecimientos ya no se producen, sino que se funden en una suerte de
malhadada manía persecutoria para autogenerarse, como si su inmolación al ya escaso
apetito de la masa vociferante, ahora apaciguada, no merecieran otra
oportunidad de mejor acomodo y optaran por ese sacrificio incruento y
silencioso que otorga la inanidad de todo un pueblo que prefiere escorar la tierra
patria hacia el levante mediterráneo sin el contrapeso debido que oponer al
vaciamiento interior.
Llega el verano, pues, y lo que antes era, ahora
yace, transitando humildemente a su través, sin levantar emociones, ni
sospechas, ni polvo… sin arrojar más sombra que la del abrasador mediodía.
Carecemos de la memoria necesaria para poner en marcha nuestro entendimiento,
desentrenado tras largas temporadas tumbado en el confortable sofá de la cosa
dada. Y, sin esa memoria maravillosa que nos hace ser humanos, nos arrojan al
corral con las bestias, como a bestias… Yendo apenas con lo necesario, ¿no
habrá quien nos ofrezca su mano firme para salir del aturdimiento? «No», respondo, a la pregunta que nadie formuló.
Hay mil maneras de desahucio. Desahuciados están
quienes arrojan de sí la emoción de sentir el susurro del viento que a veces
eriza la piel de la nuca. Y los que se jactan de su ignorancia por el placer de
ver en rostro ajeno lo que el suyo plasma con tanta contundencia. Los que
anteponen su insignificante rasguño al dolor lacerante del otro, esos también
están desahuciados. Y los que claman a dioses y hombres por cien gramos
siquiera de justicia, no importa su procedencia, son desahuciados en este mundo
y en el otro, por más que quieran vivir engañados. Y otros muchos están
igualmente desahuciados, y muchos más los seguirán sin tardar… Quien no se
desahucia es porque no quiere…
No conozco nada más atroz y repugnante que la
impasibilidad de quien, al otro lado de la protectora mesa, clava sus ojos
imperturbables en los tuyos implorantes, con una expresión tan inhumana y fría
que solo puedes pensar, antes de levantarte para salir al sol inmisericorde, a
la calle que será hogar: «También está
desahuciado».
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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...