La villa se convierte, además de en la unidad de
producción básica, en un verdadero sistema de ordenación social y política
desde la cual el propietario, normalmente inserto también en la activa vida del
Imperio, mueve los hilos de sus relaciones palaciegas. Las villas de la Meseta
son claramente un ejemplo de este momento al proceder de esta región la nueva
savia que nutre los órganos oficiales, como la propia familia del emperador
Teodosio.
La aristocracia hispana bajoimperial, concentrada en la Meseta, se distribuye
en estas villas rústicas en las que es posible constatar, junto a las funciones
agropecuarias que les son propias y las dependencias para los campesinos
colonos, grandes complejos residenciales dotados de todas las comodidades y
lujos que la vida en la ciudad ya no es capaz de ofrecer.
Encontramos, así, villas que en conjunto reproducen
semejantes esquemas constructivos, como La Olmeda, en Palencia, Villa de Prado
y Almenara de Adaja, en Valladolid, y Cuevas de Soria, con sus instalaciones
dispuestas alrededor de un gran patio columnado, estructuras termales decoradas
con magníficos mosaicos, restos de hermosas pinturas que recubrían las
paredes... Estas villas están construidas en parte con mármoles y piedra de
gran calidad y rodeadas de zonas ajardinadas que en conjunto configuran
auténticos palacios en el campo. Las escenas mitológicas y de caza reflejadas
en los mosaicos confirman esa ideología del poder vigente entre los círculos
aristocráticos de Hispania durante el
siglo IV d.C. como muestra de las actividades realizadas durante los periodos
de ocio.
Los restos arqueológicos de estas grandes villas,
así como las referencias que es posible encontrar en los textos clásicos de la
época, indican la proliferación de estos establecimientos rurales ocupados por
un cada vez mayor número de integrantes de los grupos aristocráticos de la
sociedad hispanorromana del momento, tras abandonar sus obligaciones políticas
y sociales en las ciudadades, que comienzan un imparable proceso de decadencia.
Toda la cuenca del Duero registra una considerable densidad de villas tardorromanas
de diferente tamaño y tipología, pero con predominio de los grandes complejos
constructivos dotados de todo tipo de instalaciones.
Tal es el caso, por citar los ejemplos más
significativos, de la villa de Santa Cruz en Baños de Valdearados (Burgos); las
del Pago del Piélago en Cimanes de la Vega y Navatejera, ambas en León; Cercado
de San Isidro en Dueñas, Tejada en Quintanilla de la Cueza y la citada de La
Olmeda, en Pedrosa de la Vega, las tres en Palencia; La Dehesa de Soria en
Cuevas de Soria, Los Quintanares en Rioseco de Soria y Los Villares en
Santervás del Burgo, todas ellas pertenecientes al territorio soriano; y, por
último, las villas vallisoletanas de Almenara de Adaja, Santa Cruz en Cabezón
de Pisuerga, y Villa de Prado en la propia ciudad de Valladolid.
No es de extrañar, en consecuencia, que las villas
de la Meseta constituyeran durante el Bajo Imperio un verdadero centro de
poder, no sólo económico debido al propio carácter de las explotaciones
agropecuarias sino político por constituir el lugar de origen de buena parte de
los senadores y miembros de la aristocracia social que encabezarían las más
altas instancias del poder imperial, sobre todo en época del emperador
Teodosio, originario él mismo de la Meseta.
Siempre me ha llamado la atención el respeto con que nos acercamos a los vestigios del pasado, aunque estos nos hablen de la explotación, la represión , el asesinato,la tortura, el esclavismo, etc. Nos colocamos ante un mosaico y babeamos sin recordar los esclavos que han estado, quizás, de sol a sol, por una comida de miseria y un jergón de paja, dejándose la vida en su colocación. Me pasó durante una visita al castillo de Arundel, cerca de Brighton, en cuya biblioteca fui incapaz de extasiarme,a pesar de ser para mí una de las más hermosas que había visto nunca, porque no dejé de pensar en ningún momento en toda la sangre y el dolor que se había necesitado para que yo, en esa visita, admirara el "legado" de los nobles ingleses. No lo puedo remediar. Viene de lejos. Siempre pienso en el esfuerzo que se requiere para hacer las cosas. Y ante cualquier persona lo primero que me pregunto es de qué vive exactamente. Soy un maleducado, sin duda.
ResponderEliminarEs preciso mantener la asepsia imprescindible para poder abordar lo más objetivamente posible las huellas de nuestro pasado. Supongo que el mismo ejercicio de imposible objetividad inspira a jueces y fiscales. Imagínate por un instante, Juan, qué sería de la Justicia si el albur, el ánimo o la simpatía inevitable dominaran el criterio de nuestros jueces... Es verdad que no siempre se logra, pero hay que intentarlo. Igual sucede con los historiadores, que deben esforzarse porque en su pluma no interfieran posibles filias o fobias, aunque no siempre se consiga evitar ese presentismo ideológico que tanta afinidad encuentra en los ecos pretéritos, aunque esto sea una incongruencia en sí mismo.
EliminarLa contingencia humana hace que el sufrimiento sea inherente a la condición de siervo, que en todas las épocas existen, llámeselos como se les llame. El hecho de que una obra sea producto de la explotación del trabajo de otros (mira que siempre defendí el trabajo como única medida de cuenta) no le resta belleza o valor, si acaso arroja infamia sobre los patrocinadores. Creo que en alguna entrada de este cuaderno hice alusión a estos asuntos, resaltando que el paso del tiempo cubre toda aberración con una suave pátina de romanticismo, si no nostalgia muchas veces.
Un abrazo