domingo, 1 de diciembre de 2013

¡Ah, las palabras...!

Hablamos y hablamos, leemos y escribimos, incluso voceamos, pero, ¿somos conscientes de que estamos inventando la realidad? El lenguaje es arma mortal, definitiva, sirve a los necios para identificarse y a los astutos para medrar; a los poderosos para sojuzgar y a los débiles para implorar, cada uno tiene su código, su razón, sus palabras… Inertes, ingratas, muchas veces insensatas… así son las palabras.

Palabras olvidadas, que no se usan o han perdido la función para la cual fueron creadas (algunas, apócrifas, ni siquiera figuran en los diccionarios al uso): usmia (localismo que viene a decir tacaño, rácano), monicaco, panarra, parte (informativo de la radio, más tarde de la tele, y por extensión telediario, originalmente parte de guerra diario que el mando ofrecía, noticias), perra (rabieta del niño, perra gorda/perra chica), mocha, zascandil, zote, zamarra, zambomba, tirria, tirillas, tapaculos (fruto del escaramujo), mamajuela, somanta, soponcio, roña, romana, quinqui, pistonudo, pamema, esbelitar, que es como estresarse pero a lo paleto…

Palabras ocultas, que conviene no pronunciar: demoníaco, divino, testamento, muerte, mal[dad], otro, amor, tú…

Palabras malsonantes, de las que, a pesar de ser groseras y detestables –castizas, dicen algunos-, echamos mano a diario para las más variopintas situaciones, con objeto de llenar de oprobio al otro y descargarnos nosotros de tensiones: no diremos ninguna, por si acaso.

Palabras que tienen un gran significado en nuestro ideario colectivo, que están presentes en los grandes momentos de la humanidad, pero que carecen del vigor que otorga la realidad arrolladora y solo se manifiestan a través de contrarios, gracias a la fuerza normativa de vocabularios enriquecidos: justicia, igualdad, libertad, [ser] humano, ser [humano], ley, principio[s]…

Palabras que nada significan, pero que igualmente nos acompañan a todas partes, siquiera sea como ese otro compañero intangible que habla con nosotros, que nos susurra al oído y que nunca se da por aludido: conclusitivo, intelectual, yo, materialismo, inteligencia…

Las palabras… del lenguaje simbólico prehomínido al de signos ininteligibles actual, del arcano límbico al córtex prefrontal, de la conciencia del yo al acaso social…, palabras, palabras… ¡ah, las palabras!


11 comentarios:

  1. El lenguaje expresa lo que pensamos y a su vez actúa sobre el pensamiento. Hablar bien es pensar bien, normalmente un buen vocabulario favorece la expresión pero a su vez ayuda a elaborar reflexiones más complejas, desconfío de la simplificación de la lengua, creo que denota pobreza de ideas, por otra parte soy de la opinión que la práctica de la conversación actúa en forma de gimnasia para mantener en forma el pensamiento. En catalán para decir 'hablar' habitualmente empleamos el verbo "enraonar" que es algo así como entrar en razón.
    Salud
    Francesc Cornadó

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    1. Sin embargo, las palabras se las lleva el viento, Francesc, y no es solamente un tópico. Esta tempestad que vivimos se lo lleva todo, incluidas las palabras, incluidas las palabras escritas... Es elocuente la lengua catalana, a fe: expresión preciosa la que mencionas, referida a razonar, y otras, más curiosas, como rentadora, que ya sabes qué significa...

      Un abrazo

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  2. A veces es mejor callar y dejar que los demás viertan sus palabras, aunque poco o nada nos signifiquen...

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    1. Casi siempre es mejor callar, Oki, casi siempre... Salvo cuando toca vocear, claro, y además muy alto y muy fuerte, puesto que duele si nos pisan: entonces sí que hay que levantar la voz, y la gallarda -como dicen en algunos pueblos-, a ver si se amainan las cabezas...

      Un abrazo

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  3. las palabras son la Zona de Stalker, todas ellas conforman un espacio donde lo mirífico es lo natural. Me perdí un día en un cuento hecho del roce extraño con ellas, como si el diccionario se hubiera vuelto geografía y uno lo recorriera encontrándose con lo inverosímil, desde una cascada de giste hasta un apergaminado desierto de de fárfaras sobre el que crujían dulcemente las pisadas desconcertadas, pasando por un paisaje de escueznos mientras recogía de una paradisíaca fontana una ambuesta de oxizacre regenerador. Perdido y hallado, recorría paisajes y dimensiones con el asombro del primer filósofo y el primer niño, porque el bosque de las palabras no tiene más desahogos que ciertos claros abiertos al aire de las almenas por donde cruza el pájaro solitario sujeto a sus místicas condiciones. No porque el bosque lo sea de palabras es menos bosque ni las palabras menos palabras: todo suma; todo colma; todo embarga, de emoción. Sí, se respiran palabras y latimos palabras, porque somos ellas, desde el nombre hasta el deseo, desde la cuna hasta la mortaja.

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    1. Somos lenguaje, Juan, esta especie es así: no dependemos de nuestros caninos, ni de una aguda visión nocturna, ni siquiera de poderosas piernas que nos permitan correr como el viento... No, nosotros somos palabras, ecos registrados por la mente y plasmados en conceptos, en objetos, en emociones... ¡Qué maravilloso descubrimiento, el alfabeto del que bebemos en Occidente! Pasa como con Dios, si no lo hubiéramos inventado ya, habría que hacerlo de nuevo. Qué listos eran estos fenicios, les agradezco las letras, no así el mercadeo...

      Gracias por tu hermoso comentario, y recibe mi abrazo

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  4. Sin embargo, la vida acelerada que vive nuestro tiempo ha desgastado el lenguaje y por ende las palabras que dejan de tener resonancias profundas embebidas por la superficialidad de la vida frenética. Yo me planteo hacerles reflexionar a mis alumnos sobre la palabra "libertad" y sé que no obtendría más que magros resultados, más bien demasiado concretos y esquemáticos. Las palabras han perdido densidad comunicativa y el lenguaje se ha empobrecido en las últimas generaciones, creo que de forma irremediable.

    Un abrazo.

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    1. Más bien podría ser que, teniendo las palabras toda su fuerza expresiva, han ido perdiendo la normativa. Y eso quizá se deba a que lo que se ha ido empobreciendo no es el lenguaje, es decir las palabras, sino las personas, muy probablemente fruto, como exactamente señalas, Joselu, de ese aceleramiento superficial que a ninguna parte conduce.

      Hoy, para decir algo, gran parte de quienes integran la sociedad tienen bastante con un par de docenas de vocablos o términos -fíjate, ni siquiera palabras-, de modo que, siendo suficiente para ellos, estando claro y sobreentendido el mensaje del emisor por parte del receptor, ya se establece la comunicación, aunque, a nuestro pesar, dicha comunicación tanto daría en un lenguaje gestual, pues carece de contenido claro, de información. Los canales están oxidados, me temo, más cuando esta falsa época de la tecnología de la comunicación, que tan bien se vende entre la estulticia generalizada, hace sentir a cada uno, por memo que sea, el centro del universo entero, en una vuelta manifiesta (por decirlo así, que es mucho decir, evidentemente, y me perdonarás por ello) al antropocentrismo renacentista... pero sin ninguno de sus valores, claro.

      Un abrazo

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  5. Los que más me irritan son su uso de las palabras son los que se exceden, no las usan tanto para comunicar como para despelgar el vocabulario, es como ir con la chorra fuera todo el tiempo por la calle solo por creer que en cualquier momento te puede ver una mujer que va con las bragas por los tobillos...

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    1. Es preciso no perder de vista que el exceso es también una forma de comunicar: se hace saber a todo aquel que tiene tiempo para perderlo en contemplar a los excesivos, que lo son (excesivos, claro). Sucede así, Jordim, que estos sujetos, a los que llamaremos pedantes, por decir algo, tuercen y retuercen el lenguaje hasta desfigurarlo completamente, en un intento -fallido, a mi entender- de virtuosismo que solamente produce en el lector/oidor cacofonía aguda.

      Claro que, por otro lado, tenemos el caso contrario, como le decía a Joselu, el de la gente que tiene un vocabulario marcadamente no excesivo, y que con apenas dos docenas de palabras lo arreglan todo: mola, guay, vale, bueno...

      Es verdad, también, que quienes escribimos con frecuencia, tenemos tendencia a participar de ambos extremos, es decir, por un lado intentar la extrema concreción, corrección y también recreación en lo escrito, corriendo el riesgo de caer en un cierto barroquismo alarmante, y por otro, y como reacción a lo anterior, simplificar ideas y conceptos hasta dejarlos tan huesudos como el metafísico caballo de don Quijote. En fin, que habrá que buscar ese justo medio aristotélico tan escondido.

      Un abrazo

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  6. El exceso en sí no me molesta, me gusta si tiene un sentido (me encantan Pynchon o D. F. Wallace), lo que no me gusta es el exceso mecánico, el leer a alguien que cree que la literatura no va de abrirse sino de sacar pecho sin más. Cuantas más herramientas se tienen, mejor pero esto es como todo, la clave esté en saber usarlas.

    Saludos!

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...