domingo, 22 de diciembre de 2013

En el nombre de España

Envueltos en la bandera, los hombres se muestran incapaces de sentir el frío atroz que atormenta a quienes andan desnudos a la intemperie…, incluso sin intemperie ni nada… La bandera les protege, les enseñorea, da calor a sus corazones y fundamento a su [poca] inteligencia. Sin ella se sienten inanes, como vagabundos indiferentes. No importa el color de la tela: es la bandera.

Realidad histórica, aducen quienes, llevados tan solo por la soberbia y la estupidez propias de los pococéfalos –aunque duda el escribidor que sean capaces de reconocerse en el espejo–, reclaman para sí y para sus iguales e hijos y descendientes territorios, derechos y banderas, e incluso banda de música propia. De simples, desconocen cuanto invocan para legitimar su causa, y se limitan a manipular, deformar y curvar la historia, mejor dicho, ciertos hechos históricos, para adecuarlos a su espuria necesidad de libertad, rebuscando en un cajón de sastre tan amplio como se quiera, y en el que siempre es posible, por mor de la necesidad histórica, encontrar parches, remiendos y todo tipo de retales con que fabricar una bandera. Primero se crea de la nada un objetivo, y después se contratan mercenarios que sean capaces de encontrarle justificación.

El pensamiento humano, desde aquellos remotos tiempos de la horda viviendo en grutas que paulatinamente se asentó en el valle, se ha visto impelido a reclamar para sí todo cuanto veía, sin tener en consideración ni a los de su propia especie ni, por descontado, a los integrantes de especies inferiores. De la misma manera que el hombre blanco reclamó título de propiedad sobre las extensas praderas norteamericanas, sin darse cuenta de que no estaban despobladas sino habitadas por un sinfín de tribus mal llamadas indias a cuyos integrantes consideraban poco menos que subhumanos (y conste que, a día presente, la situación conceptual apenas difiere de la de entonces), ahora los nuevos conquistadores exigen su diferencia haciendo valer supuestos derechos históricos, igualmente inútiles que los esgrimidos, antes que ellos, por quienes les precedieron; o de la misma manera válidos, si prefieren.

Esto, que vale para tirios y para troyanos, no parecen verlo, ni reconocerlo, quienes tienen sobre sí la responsabilidad que el demasiadas veces fallido buen criterio de los ciudadanos ha depositado en ellos. Nacionalismo central y nacionalismos periféricos se acusan mutua e innecesariamente de transgresiones, injusticias, sometimientos y todo tipo de tropelías históricas, y a la historia se remiten y en ella parecen relumbrar sus derechos y privilegios, sus oprobios y sus cuitas… Falsedades todas, a juicio del escribidor, pues no existe una realidad histórica, sino tantas como sujetos de ellas sean concebidos. Si ahora existe España, y su nombre significa algo, solo es porque, a lo largo de un cierto periplo no exento de incomprensión, engaño y mucha sangre, hubo quienes en ello se empeñaron y su propósito consiguieron. Pero fue por las armas, que no se engañe nadie, fue por derecho de guerra, tan antiguo como el mundo y único medio que conoce el hombre en sociedad para sentar su razón en la mesa de negociaciones.

España lo es –ahora, vuelvo a recalcar– porque hubo una corona con la suficiente fuerza para imponerla, pero también porque existieron unos súbditos que se congregaron bajo una cierta idea común y bajo una misma bandera. Y es la manera en que se forman los Estados. Y se disgregan, también… Pocos ejemplos existen de lo contrario, acaso ninguno, porque el país donde dicen que reside la esencia de la libertad y la democracia, los Estados Unidos de América, solo salieron fortalecidos como potencia tras una sangrienta guerra civil a la que llegaron territorios que, supuestamente y desde la independencia de Gran Bretaña, tenían poder casi absoluto de autogobierno. Y, sin embargo, tuvo que emplearse igualmente la fuerza para aclarar su situación jurídica…

Cualquiera sabe, o debería, que España no siempre fue UNAgrande y libre solo eran alucinaciones de Franquito por tomar demasiado vino de misa, aunque ahora, porque está escrito en la Constitución, también es plural–, que hubo tiempos en que no solo no era una sino que fue, además y para escarnio de los ultranacionalistas españolistas, muchas, como así se refiere en no pocas crónicas de nuestra gloriosa historia de todos. Para más inri, ni siquiera se llamaba, o no siempre, España, sino que su denominación era, cuando menos, controvertida, y dependía tanto de la percepción mental de sus habitantes como de la voluntad de reyes, gobernantes y cronistas: la Hispania romana –cuando, a pesar de que la península se concretó en una verdadera unidad jurídica y administrativa, sin embargo solo era una provincia más de Roma–, que heredan los visigodos en forma de Regnum Gothorum –primera unidad política real del espacio peninsular, pues incluía los territorios lusitanos–; después Spania ya en la Crónica de Alfonso III; o Isbanihya, como llamaban los no menos españoles de al-Andalus a toda la península; o incluso las Espanya y Spanya de la crónica aragonesa de los siglos XIII-XIV de Bernat Desclot, en las que el Conde de Barcelona, al mismo tiempo rey de Aragón, afirma «Yo són I chomte d’Espanya (…)» (seguro que a nuestros amigos catalanes no les interesa remontarse tan atrás para reivindicar sus hechos diferenciales); o la Espanna de las crónicas cristianas medievales; y las Españas iniciadas por la monarquía católica, pues en los distintos territorios regían fueros y leyes idiosincrásicos; y, por último, la España de nueva planta creada por los borbones.

Que España existe, y lo hace desde antiguo, parece evidente, reciba el nombre que reciba esa realidad. Que deba seguir existiendo, o cuánto tiempo lo haga, es algo que solo a nosotros, los españoles, atañe y compete, salvo mejor criterio y suponiendo que no nos invadan los moros otra vez. Como dijo el profesor Benito Ruano, el nombre España se aplica a todas las acepciones del vocablo político-territorial con el que se identifica, da igual si se trata de país, reino, corona, monarquía, nación o estado, y, por eso mismo, también a cualesquiera de ellas, idea en la que igualmente abundaba el profesor Valdeón. De igual modo, y desde una perspectiva conceptual, puede entenderse como ente histórico del que emana un sentimiento de patria, base para toda reivindicación posterior en atención a la percepción clara que sobre el mismo tienen unos determinados grupos de individuos que comparten iguales o semejantes intereses culturales, idiomáticos, religiosos y/o políticos.

Por eso, y permítanme que este escribidor sonría al decirlo, resulta tan estúpido como poco práctico propugnar, a estas alturas históricas, una secesión de ciertos territorios respecto del conjunto del Estado cuando, por el contrario, deberíamos todos estar empujando a políticos y demagogos para, traspasando fronteras y banderas, propiciar la integración de todos los países del planeta, instaurar un único gobierno mundial, dotar a sus ciudadanos de las mismas leyes y, luego, comenzar un nuevo periplo que nadie sabe cómo terminará pero que merece, al menos, la oportunidad de nacer. Todo lo demás, don Pelayo y la cuestión catalana incluidos, son bobadas. O totalitarismos.


12 comentarios:

  1. Javier, coincido con lo que dices. Las fronteras se han trazado en el suelo con la punta de la espada y en los mapas se han dibujado con lineas de sangre. Banderas, himnos y estados son patrañas, las pátrias son entelequias. Todo esto solo sirve para que unos atropellen a otros, y tengamos que oír sandeces que nos dicen que el otro es peor y que los niños que están al otro lado de la frontera lloran más que los de aquí, que las mujeres de los otros huelen mal y que los hombres de aquí son más altos, más rubios y más listos. Mentiras que sólo sirven para sembrar la discordia. Nada es como dicen los medios de comunicación, nada es como afirman los políticos; la gente quiere vivir en paz, llenar como mejor pueda el plato de sopa y olvidarse de tanto simbolismo, sólo unos descerebrados pueden dar crédito a tanta tontería. Estoy harto de escuchar tantas mentiras, la gente habla como puede y sabe, intentando hacerse entender y no es cierto que se obligue a hablar de una determinada manera, aunque muchos así lo deseen; no es verdad que se discrimine a uno por razón de su origen o apellido, aunque a algunos ya les gustaría hacer listas, etc. Nada de esto es así, porque la vida sigue y la lucha es dura en estos momentos de crisis. Y tan harto como estoy de las mentiras también lo estoy de los medios que magnifican las diferencias y de los que se empeñan en separar y harto de los que se empecinan en atar. El clima que se está creando es tan ficticio como irrespirable, pero lo están creando los politicos y los medios de comunicación y una pandilla de aborregados se lo cree.
    Que tengas una feliz navidad y que el 2014 sea mejor de lo que podemos imaginar.
    Francesc Cornadó

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    1. Sabes que las mentiras repetidas y amplificadas se convierten en verdades. Es como si se tratara de una profecía autocumplida, Francesc, o como la fe: mientras haya un solo creyente, Dios existirá. A veces, mientras observo las caras de las personas con las que me cruzo, intento descifrar qué piensan, pero últimamente no hay muchas caras que ver, porque la mayoría de ellas solo ansían verse reflejadas en su teléfono móvil, o como se llame ahora, y caminan, conducen, mean e incluso van al cine siempre con la cabeza inclinada sobre el nuevo ídolo que el mercado les ofrece... Y eso pasa lo mismo en Cataluña que en Extremadura; en China o en Colombia... Es una verdadera lástima, uno intentando saber qué piensan los otros, y los otros escabuyéndose sin dar la cara.

      En fin, que nos alejamos del tema, aunque, en realidad, todo forma parte de lo mismo, la rueda que gira y nos engulle, y en la que es mentira que unas veces subamos y otras bajemos, porque nosotros, precisamente nosotros, siempre estaremos abajo. Pero cualquiera se lo dice a los demás.

      Un abrazo

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    2. Amigo Javier, eres hombre de mucho ánimo, ¿a quién se le ocurre intentar adivinar qué piensan todos estos con los que te cruzas? Tan interesados están con su telefonillo que puede ser que no piensen nada y tan inclinada tienen la cabeza que puede ser que lo que piensen sea una vergüenza. Te digo que me interesa muy poco lo que puedan pensar, aspiro a que me dejen comer en paz, a que no me dejen respirar y ver la luz del sol y sé, como tu dices, que siempre estaremos abajo.
      Salud
      Francesc Cornadó

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  2. Javier, una paradoja: los nacionales acabaron juzgando y condenando a muerte o a larguísimas penas de reclusión a los partidarios de la República por "adhesión a la rebelión militar". ¡Válgame el cielo!, ¿y quién fue el que con su rebelión contra un régimen legalmente constituido prendió la mecha del desastre?

    Vengamos a nuestros días. Los que se saltan a la torera la Constitución del 98, que conviene recordar que es democrática, fruto del consenso y aprobada en referéndum por el pueblo español, la violentan, la rompen y la desprecian acusan a quienes la defienden de antidemócratas.

    Cosas veredes, Sancho.

    En fin, como Francesc, aprovecho para desearte feliz navidad y un buen 2014, si nos dejan.

    Un abrazo, Javier.

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    1. Más que paradoja, lo veo como una huida hacia delante, la justificación de los vencedores ante sí mismos y ante la historia. Desgraciadamente, esa historia tan olvidadiza que fraguamos en España acabará por sancionar su movimiento y elevar a los altares a Franco, al paso que vamos.

      Hablar es fácil; escribir requiere un punto más de reflexión; y saber lo que se dice y escribe, ya debe de ser la monda en este universo ágrafo e iletrado en el que, a lo sumo con una docena de signos ininteligibles, se comunican las personas, talmente como si hubiéramos retrocedido varios millones de años y anduviéramos en cueros por la selva formando parte de cualquier tribu de primates peludos... Hablar es fácil, insisto, pero hacerlo con sentido común no es joya que nadie atesore, como bien sabes. O muy pocos... Democracia es hoy una palabra hueca a la vista de cómo se comportan políticos, representantes de los demás poderes del Estado y cualesquiera otros ciudadanos de infantería, cada uno mirando al suelo inmediato de su entorno, sin levantar la vista por temor, no como el catoblepas a herir a otros, sino como el avestruz a ser herido, presumiendo que si tú no ves a ti tampoco te ven.

      Restando en vez de sumar, así es como nos quiere el poder. Desgraciadamente, así es como nos tiene.

      Un abrazo

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  3. ¡Vaya, se me ha ido la fecha, la Constitución del 78!
    Disculpa.

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  4. La Historia, abrevadero de odios y pesebre de iniquidades. (Juan Poz)

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    1. Sea como dices, Juan. Y, sin embargo, es el territorio del hombre, nuestro territorio, nos guste o no. Es el nicho que la naturaleza reservaba para esta especie engreída que piensa en el cosmos como meta alcanzable y en sí misma como centro de todo cuanto es y existe. Y todo ello por el simple hecho de pensar... Ignoramos, quizá inconscientemente, y es solo otra manera en que nuestros genes nos protegen, que solo somos una insignificante mota de nada en medio de océanos de partículas, que antes de nosotros el mundo, la vida, ya existía, y que tras nuestra inexorable desaparición de la faz de la Tierra, la vida seguirá...

      Un abrazo

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    2. Antes creo que nuestro territorio es el enrevesado de las emociones, porque suelen ellas gobernarnos sin que la razón sea capaz de embridarlas o contrarrestar sus airadas manifestaciones. Si estás dispuesto a admitir la pertenencia de la Historia (aunque te duela y lo veas como un fracaso disciplinar) al terreno de la ficción, siguiendo esa división anglosajona tan útil: fiction y no-fiction, convendría contigo en que es no solo nuestro único territorio, sino uno de ellos, junto a otras manifestaciones que, a menudo, le ganan la partida, como Guerra y Paz, La Cartuja de Parma, Luces de Bohemia o los dibujos de George Grosz., por ejemplo.

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    3. Cierto es, maese Pérez... mas no del todo. Algo dije hace tiempo acerca de esto, y podríamos retomarlo aquí. La razón emocionada sucumbe ante la emoción irracional que embarga al individuo, porque esa irracionalidad emotiva se gesta de manera automática, y por tanto no precisa ser elaborada previamente; así funciona el inconsciente. No obstante, tal explosividad, imposible de reprimir, acaso pueda ser sutilmente controlada por el sujeto habituado a la reflexión. Prueba de ello es que muy pocas veces, o ninguna, el hombre razonante pierde la compostura, el saber y conocer su lugar en el mundo, aunque ese lugar solo sea una intangible manera de existir que nadie le otorgó sino él.

      De todas formas, para no perdernos en divagaciones que escapan a mi [poco] conocimiento, admitiré gustoso cualquier recomendación que aligere mis noches de pesadillas y mis días del picor incesante de la miseria, y reconoceré que vivimos, por arte de birlibirloque, en un permanente estado de ilusión conocido vulgarmente como ficción (sea anglosajona o carpetovetónica).

      Un abrazo

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  5. Yo no entiendo de patrias, Javier, no tengo ninguna demasiado grabada en mi psique, ni equipo de fútbol que me entusiasme, ni bandera que sea propiamente mía, ni himno… Yo no soy bueno para expresar qué es el nacionalismo catalán, pero intuyo que no es solo propio de mentes simples ni poco cultivadas intelectualmente. Por el contrario, yo diría que es bastante transversal y que incluye a mentes muy potentes en el terreno de la cultura, la ciencia y el arte. Nunca entenderemos el nacionalismo si lo consideramos solamente como un atavismo. No es así. Yo no lo puedo sentir, claro está, pero puedo llegar a acercarme a ese sentimiento de identidad compartida que aúna todo lo que yo no tengo. Y lo de falsificar la historia ¿quién no lo hace? La historia en sí misma es una mixtificación que depende de quién la cuente. La historia es diferente si la cuentan los indígenas americanos, o los criollos asentados allí o desde la lejana España.

    Lo terrible de España es que no tenemos una historia, ni una tradición, ni una bandera, ni un himno, ni un sistema político del que podamos sentirnos orgullosos. Pero los catalanes sí lo tienen, lo tienen todo. No sé si se lo inventan o también lo mixtifican, seguro que sí. Pero no deja de ser admirable su sentimiento potentísimo. A mí me sorprenden, y en alguna manera querría ser creyente, pero no puedo. Yo perdí la patria en mi niñez a pesar de que en la escuela cantábamos el Cara al sol con la bandera desplegada, y los niños nos peleábamos por llevarla enhiesta mientras resonaba el himno en nuestras gargantas infantiles.

    Feliz Navidad.

    Un abrazo.

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    1. Joselu, acabas de glosar en un solo párrafo lo que a mí me llevó tres páginas y varias horas. Decimos lo mismo: entendemos aunque no compartimos; acatamos a pesar de saber que es injusto; renegamos sin saber de qué, o, sabiéndolo, lo olvidamos instantáneamente... ¿Escribimos algo más que simple propaganda? No encontramos norte ni con brújula ni en los mapas, no somos de aquí ni de allí... Desesperamos...

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...