domingo, 16 de marzo de 2014

Julio César y la guerra civil en Hispania (I)

Este trabajo intenta explicar la dinámica bélica que se desarrolló en Hispania con motivo de las guerras civiles que enfrentaron a César y Pompeyo a mediados del siglo I a.C., guerras que eran continuación de las que habían mantenido Sila y Mario (del que César era sobrino) años antes, resueltas a favor del segundo, durante las cuales el propio Pompeyo ya había intervenido con éxito en Hispania al conseguir derrota a Sertorio.
Tanto César como Pompeyo contaban en la península con importantes círculos de clientelas indígenas y de colonos romanos, unas clientelas que a la postre decidirían con su peso y su marcada intervención el resultado de la guerra a favor de César, y ello no sólo en Hispania sino en el resto de los dominios romanos.
En territorio hispano tienen lugar, fundamentalmente, dos campañas: una durante el año 49 a.C., iniciada con la mal llamada batalla de Ilerda y concluida con la rendición de las legiones de Varrón en la Ulterior; y otra, la segunda y más importante, que se desarrolla en 46 a.C. en el sur peninsular íntegramente y tiene como resultado la derrota de los pompeyanos en la batalla de Munda.
Antecedentes
Cuando César llega a Hispania como questor el año 68 a.C., es la primera vez que pisa la península, y con ello se inicia la carrera política del joven ambicioso que un día tendría en sus manos el destino de Roma. Su magistratura anual le confirió la responsabilidad sobre las finanzas de una de las dos provincias hispanas, la Ulterior (que se correspondía, a grandes rasgos, con las actuales Andalucía y Extremadura, así como parte de Portugal), bajo las órdenes del pretor C. Antistio Veto. Entre las funciones de César estarían el cobro de las multas judiciales, cuidar de la alimentación de la tropa y procurarles su paga, y velar por las relaciones de las distintas comunidades con Roma.
Es célebre el episodio de su visita a la estatua de Alejandro Magno en Gades (Cádiz), convertido por la tradición historiográfica casi en leyenda, si bien Plutarco sitúa cronológicamente la escena algo más tarde, durante el gobierno de César en la Ulterior, y no ante la estatua de Alejandro sino ante su biografía, a cuya lectura estaba tan acostumbrado. César contaba entonces treinta y tres años, la misma edad que el Macedonio al morir, pero existía una gran diferencia entre ambos, que consistía en que mientras Alejandro había conseguido dominar el mundo, César apenas si había iniciado su cursus honorum. Quizá en este pasaje haya que ver el cambio de actitud que experimentó César, pues desde entonces encaminó todos sus esfuerzos a la obtención del poder político y militar.
No hay que perder de vista que esta determinación de César está íntimamente relacionado con su famoso sueño en el cual violaba a su madre, signo que en el templo gaditano de Venus fue interpretado con toda probabilidad como una alegoría del sometimiento de la Madre Tierra a su presagiado poder universal. Es conocida la propaganda virgiliana sobre el pretendido origen divino de los Julio-Claudios, descendientes directos de Venus y Eneas. Según la tradición mitológica que el propio Senado había consagrado el año 282 a.C., el héroe troyano Eneas, hijo de la diosa Venus y de Anquises, tras huir de su ciudad destruida por los argivos, condujo a los supervivientes de su pueblo hasta el Latium. Su hijo Anquises o Iulo (en otros pasajes Anquises figura como padre de Iulo) habría fundado, a los pies de los montes Albanos, la ciudad de Alba Longa, iniciando la estirpe de los Iulii. Siguiendo con esta tradición, la princesa Ilia, conocida también como Rea Silvia de Alba Longa, descendiente de Eneas, fue seducida por el dios Marte, hijo del dios de dioses Júpiter, y de su unión nacería Rómulo, fundador de Roma. César y Augusto verían, así, establecido su parentesco mítico tanto con los personajes heroicos fundadores de Roma como con las divinidades que protegían a la ciudad y al Estado romano entero. 
César, a la sazón el romano de más prestigio tras erigirse en protector de la plebe y en azote del Senado, viajó por segunda vez a Hispania el año 61 a.C. como propraetor, llamado al parecer por los provinciales hispanorromanos, que estaban siendo hostigados por las gentes lusitanas de las montañas mediante continuas acciones de rapiña. Algunos autores clásicos difieren, no obstante, en los motivos que indujeron a César a realizar la campaña. Suetonio atestigua que, en efecto, intervino a instancias de los provinciales para desmantelar las bandas de salteadores lusitanos, que ya desde antiguo saqueaban los fértiles valles béticos. En este sentido, los romanos llamaban latrones a todos aquellos que tenían un modo irregular de lucha, como nos dice Livio (XXI, 35, 2): ...barbari latrocinii magis quam belli more concursaban.... Apiano y Dión Casio, por su parte, piensan que César actuó simplemente para obtener los laureles del triunfo militar antes que por efectuar una correcta administración del territorio que se le había encomendado, si bien Dión Casio matiza que la zona donde llevó a cabo su campaña era realmente un hervidero de peligrosos lusitanos. En cualquier caso, y con independencia de la versión que quiera seguirse, era ésta una ocasión inmejorable para César de demostrar sobre el terreno esas dotes de estratega y militar que le abrirían las puertas del triunfo.
Pacificó, pues, las tierras lusitanas, e incluso las galaicas, para lo cual contó con las dos legiones desplegadas en la Ulterior más otra reclutada en la propia península. Esta legión estaba formada por ciudadanos cuyo carácter era eminentemente hispano, en lo que sería el primer ejemplo de legión integrada por ciudadanos romanos de origen extraitálico, anticipándose por tanto en diez años a Pompeyo, quien reclutaría la famosa Legio Vernacula. Eliminada la amenaza de los bandidos lusitanos, César reorganizó administrativa y judicialmente la provincia hispana, suprimiendo las exacciones de los publicani y los abusos de los poderosos.
De regreso a Roma, la gloria del triunfo militar aumentó su situación de poder, de modo que se encontró en condiciones de imponer un Triunvirato, el primero en orden cronológico, con Pompeyo y Craso. Desde el año 59, y en calidad de consul y proconsul con mando prorrogado, César conquistó las Galias al amparo de la relativa estabilidad política que se vivía en Roma. Sin embargo, las muertes de Julia, esposa de César e hija del propio Pompeyo, y de Craso, enrarecieron la aparente tranquilidad social y política, lo cual desembocó, finalmente, en una no deseada pero inevitable guerra civil.

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