El posterior desarrollo de la campaña demostraría que César había
elegido el camino correcto, aun cuando los resultados no fueran los esperados.
Al día siguiente, los soldados pompeyanos entablaron contacto con los
cesarianos y les dieron muestras de gratitud por no haberles aniquilado la
víspera, a la vez que prometían rendir sus estandartes y les requerían, también,
para que César tuviera consideración con Afranio y Petreyo. Es preciso señalar que los legionarios
habían aprovechado una momentánea ausencia de sus generales para entablar
contacto con el campamento cesariano y obtener garantías de César ante una
eventual rendición, de modo que todo el proceso se hizo a espaldas de Afranio y
Petreyo (incluso, un hijo de Afranio negociaba con César, por medio de su
lugarteniente Sulpicio, en favor de su vida y la de su padre). El
primero aceptó serenamente lo que pudiera aguardarle, pero Petreyo se rodeó de
su guardia personal y arremetió contra los legionarios que conversaban,
exigiéndoles nuevo juramento de fidelidad: poco o nada se había ganado tras las
conversaciones de paz, y se volvió, en consecuencia, a la situación de
enfrentamiento del día anterior.
Se pusieron en marcha las legiones pompeyanas, de regreso a Ilerda,
pero el ánimo de uno y otro ejércitos era completamente distinto, pues,
mientras los cesarianos rebosaban vigor y confianza en su general, en las filas
pompeyanas había cundido el desánimo y el recelo, y la desconfianza en una
victoria, y en su signo, cundía. Las legiones de César perseguían y hostigaban
a sus enemigos, de modo que, acorralado y falto ya de suministros de todo tipo,
Afranio se declaró ante César vencido, solicitando clemencia para sus cinco
legiones. César impuso como única condición que salieran de la provincia y
licenciara su ejército. Era el 2 de agosto de año 49 a.C. César había obtenido
una importante victoria sin demasiadas pérdidas, al tiempo que privaba a
Pompeyo de su único ejército profesional y obtenía la adhesión de un importante
número de ciudades hispanas.
Mientras, en la Ulterior, Varrón, quien, aunque nombrado legado por Pompeyo, con quien
se había comprometido de palabra, no era menos amigo de César, parecía por fin inclinarse declaradamente por el partido pompeyano a
medida que le llegaban las noticias sobre la campaña en la zona de Ilerda. Tales
noticias, sin embargo, las recibía por medio de mensajeros de Afranio, quien
sin duda ponía especial cuidado en explicarle solo las que le eran favorables,
y aun éstas distorsionadas y exageradas. Varrón llevó a cabo una nueva
leva de soldados, treinta cohortes, que sumó a los efectivos con que contaba,
al tiempo que ordenaba construir naves y hacer acopio de grano, además de
recaudar nuevos tributos, todo ello mientras arremetía públicamente contra
César.
Sin embargo, cuando finalmente supo el desenlace de las acciones
militares en el norte y lo que realmente estaba sucediendo en la Citerior,
y temeroso de la reacción de César, Varrón se apresuró a concentrar en Gades
todas sus tropas, las naves y el grano, sin otra intención que la de una
abierta huida.
César, por su parte, decidió partir al sur a pesar de los urgentes
asuntos que le apremiaban en Roma, de modo que envió a dos legiones bajo el
mando de Q. Casio mientras él mismo se adelantaba con una escolta montada.
Haciendo gala una vez más de su estrategia e inteligencia, anticipó un edicto
por el cual convocaba a los legados de las ciudades béticas en Corduba
(Córdoba) para que le esperaran. Tal era su prestigio en la provincia –al que
contribuía en no menor medida el temor que sus posibles represalias despertaba–,
que sus peticiones fueron cumplidas inmediatamente, y la propia Corduba
y Carmo (Carmona) desalojaron a las guarniciones de Varrón, e incluso Gades
expulsó a las cohortes de G. Galonio y se declaró fiel a César, lo que a la
postre se convertiría en motivo principal por el que César garantizó la ciudadanía a todos los
habitantes de Gades.
Al mismo tiempo que sucedían estas muestras de sumisión, la Legio
Vernacula, reclutada por Pompeyo,
abandonó el campamento de Varrón delante de sus ojos. Éste, viéndose abandonado
por sus propias tropas, no tuvo otro remedio que rendir a César la otra legión
con que contaba, optando por presentarse ante el general victorioso en Corduba
para hacerle entrega de las cuentas, el dinero y las armas de la provincia. Después
del sometimiento de la Ulterior, César dejó en ella cuatro legiones: las
dos de Varrón más otras dos reclutadas en Italia, la XXI y la XXX, bajo el
mando de Q. Cornificio, a quien sustituiría más tarde Q. Casio Longino.
Así, sin apenas desgaste militar, con su estrategia por única arma,
César se había hecho dueño de la situación en Hispania, concediendo tras
sus victorias privilegios tanto públicos como privados a quienes se había
declarado a su favor. Embarcado en Gades, partió a Tarraco
(Tarragona), de donde marchó por tierra pasando por Narbona y Marsella hasta
Italia, conocedor ya de su nuevo cargo como Dictator.
Todos los acontecimientos hasta aquí descritos son ciertamente la base
y el origen de los hechos desarrollados en Hispania con posterioridad, y
es necesario comprenderlos en toda su magnitud para poder realizar un
seguimiento eficaz tanto de los restantes pormenores de la guerra civil que
afronta César para alcanzar el poder en Roma como de la última campaña que le
trae a Hispania y la derrota del partido pompeyano, verdadera llave en
la consecución de ese poder absoluto. César es el eje sobre el cual se mueve
institucionalmente el Estado romano, un eje que se abre en época republicana y
que se cerrará a través de su sucesor Augusto, con quien se inicia una nueva
época en Roma: el Imperio.
No sé por qué, pero después de ver Noé me ha venido muy bien este post, tengo voracidad de historias añejas.
ResponderEliminarBueno, Jordim, si fuéramos anglosajones, te diría respecto al contenido de la entrada (y de las anteriores y de las sucesivas, hasta concluir esta guerra civil romana), que it is not an story, but history. Sin que pueda decirse que los historiadores estén en posesión de la verdad (¿qué cosa es esa?), entre la historia humana y la divina existe un abismo que ni siquiera Noé con tanta agua, o Moisés dejando seco el mar, pueden cruzar. La historia no es mitología, como bien supieron los griegos, ni siquiera mitología cristiana.
EliminarNo obstante, hay que reconocer al cine, y antes a los bardos y trovadores alegóricos, su oficio, ya que la huella que dejan en la mente colectiva de la humanidad es indeleble, por más que su fundamento haya que buscarlo en la última frontera entre el mito y el logos.
Agradecido por tu presencia aquí, te envío un abrazo.