La
represión. César dueño de Hispania
Tras las disputas internas que se produjeron entre los partidarios de
uno y otro bando, pudo César entrar en Corduba, y, tras pasar a cuchillo
a veintidós mil hombres, si hemos de hacer caso a las fuentes, se adueñó de la
plaza. Marchó después sobre Hispalis (Sevilla), a cuyos legados impuso sin
lucha una guarnición mientras él acampaba a las afueras. Pero la facción
pompeyana de la ciudad era más fuerte de lo que la aparente sumisión inicial
indicaba, y, tras recibir ayuda de Lenio y sus lusitanos, los conspiradores mataron
a los centinelas que César había apostado en los muros y organizaron la
defensa.
Mientras, César fue informado de que Cneo Pompeyo había sido apresado cuando
trataba de embarcar en Carteia (Tarifa). Cuando la noticia de la captura
del principal líder pompeyano llegó a Hispalis, los lusitanos que la defendían decidieron huir aprovechando la
noche, pero toparon con la caballería de César y fueron exterminados.
Entretanto, en Munda, muchos de los sitiados fingieron entregarse para,
inmediatamente después, aprovechando la sorpresa, provocar una matanza en el
campamento cesariano, pero la conjura fue descubierta y, uno a uno, fueron
todos ejecutados.
En Carteia,
Pompeyo pudo escapar haciéndose a la mar, pero fue perseguido por Didio,
comandante de la escuadra de Gades, y obligado a desembarcar, aunque
pudo hacerse fuerte en una zona natural bien defendida. Después de una tenaz
resistencia, sus partidarios y él mismo fueron exterminados, y su cabeza
llevada a Gades ante César el 12 de abril y expuesta a la vista de todos
sus habitantes.
Munda cayó finalmente en poder de
Fabio Máximo, encargado por César del asedio, y así pudieron las fuerzas
empleadas en este sitio marchar sobre Urso, ciudad situada en altura y
defendida por un sólido sistema de fortificaciones que la hacían prácticamente
inexpugnable. Pese a la muerte de Pompeyo, Urso
siguió resistiendo aún un tiempo más a las tropas cesarianas.
Mientras estos acontecimientos bélicos se desarrollaban en el sur
peninsular, Sexto Pompeyo se refugió en la Celtiberia tras la caída de Corduba, y después en Lacetania,
en los Pirineos orientales, y aún daría problemas, ese año 45 a.C. y el
siguiente, comandando una banda de proscritos que actuaron como piratas en la Baetica
y el Mediterráneo hasta que, muerto César, Lépido le ofreció una rendición
honrosa y la devolución de su status y propiedades.
Una
vez concluida la campaña militar, y con la provincia totalmente recuperada para
su causa, César pronunció en Hispalis un discurso en el que recriminaba
a los habitantes de la provincia haberle devuelto en traición, a él y a Roma
misma, todos los favores que les había procurado anteriormente, al recibir
entre ellos a un fugitivo, Pompeyo, levantado contra el Estado. En sus palabras
se encierra la ira contenida de un César que, lejos de su normal actuación en las
guerras que hasta entonces había librado, se había mostrado con especial
crueldad en su reconquista de la Ulterior de manos pompeyanas, pues la Baetica
sufrió, ciudad tras ciudad en una interminable secuencia de saqueos y
asesinatos –aunque no es menos cierto que
también concedió grandes privilegios a las ciudades que se habían alineado junto
a él–, la rabia de César, que se había erigido
en defensor de una legitimidad que posiblemente no estuviera tan cerca de
representar, pues no debe olvidarse que fue él quien provocó, mediante la
asunción absoluta del poder personal, el derrumbamiento del sistema político e
histórico que representaba la República Romana.
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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...