sábado, 3 de mayo de 2014

Julio César y la guerra civil en Hispania (y VI)

La represión. César dueño de Hispania
Tras las disputas internas que se produjeron entre los partidarios de uno y otro bando, pudo César entrar en Corduba, y, tras pasar a cuchillo a veintidós mil hombres, si hemos de hacer caso a las fuentes, se adueñó de la plaza. Marchó después sobre Hispalis (Sevilla), a cuyos legados impuso sin lucha una guarnición mientras él acampaba a las afueras. Pero la facción pompeyana de la ciudad era más fuerte de lo que la aparente sumisión inicial indicaba, y, tras recibir ayuda de Lenio y sus lusitanos, los conspiradores mataron a los centinelas que César había apostado en los muros y organizaron la defensa.
Mientras, César fue informado de que Cneo Pompeyo había sido apresado cuando trataba de embarcar en Carteia (Tarifa). Cuando la noticia de la captura del principal líder pompeyano llegó a Hispalis, los lusitanos que la defendían decidieron huir aprovechando la noche, pero toparon con la caballería de César y fueron exterminados. Entretanto, en Munda, muchos de los sitiados fingieron entregarse para, inmediatamente después, aprovechando la sorpresa, provocar una matanza en el campamento cesariano, pero la conjura fue descubierta y, uno a uno, fueron todos ejecutados.
En Carteia, Pompeyo pudo escapar haciéndose a la mar, pero fue perseguido por Didio, comandante de la escuadra de Gades, y obligado a desembarcar, aunque pudo hacerse fuerte en una zona natural bien defendida. Después de una tenaz resistencia, sus partidarios y él mismo fueron exterminados, y su cabeza llevada a Gades ante César el 12 de abril y expuesta a la vista de todos sus habitantes.
Munda cayó finalmente en poder de Fabio Máximo, encargado por César del asedio, y así pudieron las fuerzas empleadas en este sitio marchar sobre Urso, ciudad situada en altura y defendida por un sólido sistema de fortificaciones que la hacían prácticamente inexpugnable. Pese a la muerte de Pompeyo, Urso siguió resistiendo aún un tiempo más a las tropas cesarianas.
Mientras estos acontecimientos bélicos se desarrollaban en el sur peninsular, Sexto Pompeyo se refugió en la Celtiberia tras la caída de Corduba, y después en Lacetania, en los Pirineos orientales, y aún daría problemas, ese año 45 a.C. y el siguiente, comandando una banda de proscritos que actuaron como piratas en la Baetica y el Mediterráneo hasta que, muerto César, Lépido le ofreció una rendición honrosa y la devolución de su status y propiedades.
Una vez concluida la campaña militar, y con la provincia totalmente recuperada para su causa, César pronunció en Hispalis un discurso en el que recriminaba a los habitantes de la provincia haberle devuelto en traición, a él y a Roma misma, todos los favores que les había procurado anteriormente, al recibir entre ellos a un fugitivo, Pompeyo, levantado contra el Estado. En sus palabras se encierra la ira contenida de un César que, lejos de su normal actuación en las guerras que hasta entonces había librado, se había mostrado con especial crueldad en su reconquista de la Ulterior de manos pompeyanas, pues la Baetica sufrió, ciudad tras ciudad en una interminable secuencia de saqueos y asesinatos –aunque no es menos cierto que también concedió grandes privilegios a las ciudades que se habían alineado junto a él–, la rabia de César, que se había erigido en defensor de una legitimidad que posiblemente no estuviera tan cerca de representar, pues no debe olvidarse que fue él quien provocó, mediante la asunción absoluta del poder personal, el derrumbamiento del sistema político e histórico que representaba la República Romana.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...