sábado, 26 de abril de 2014

Julio César y la guerra civil en Hispania (V)

César de nuevo en Hispania. La batalla de Munda
Mientras, César se hallaba de regreso a Roma tras derrotar a Catón y Escipión en África adonde ambos habían huido desspués de la derrota de Pompeyo en Farsalia –en Útica, Catón se suicidó antes de que César tomara la ciudad. Una vez asentado su poder en la Ciudad Eterna, y ante la gravedad de los acontecimientos hispanos, ya que las tropas fieles resistían en Ulia, en una situación insostenible, César decidió intervenir en persona, y partió hacia Hispania tras las elecciones del 46 a.C., a finales de año, con el cuarto consulado en su poder, acompañado del joven Octavio y al frente de un ejército de cuarenta mil legionarios aguerridos y profesionales que en apenas tres meses barrerían a más de setenta mil pompeyanos faltos de disciplina, ideales y mandos adecuados. La efectividad de las legiones pompeyanas era menor que las de César porque, entre otras razones, eran tropas reclutadas apresuradamente en la propia provincia, y por tanto en gran parte no estaban compuestas por ciudadanos romanos. Si a ello unimos su inexperiencia y heterogeneidad, se explica que buscaran sistemáticamente el amparo de las plazas fuertes, y que César tuviera prisa por dar batalla en campo abierto. El único aliciente del ejército pompeyano era saber que luchaban por sobrevivir, en tanto que los cesarianos estaban animados por una ira provocada por la convicción de que luchaban contra un grupo de bandidos traidores a Roma.
El ejército pompeyano, en función de su estrategia de usar las ciudades como baluartes defensivos y de aprovisionamiento, se hallaba dividido en dos frentes de combate: uno defendiendo Corduba bajo el mando de Sexto Pompeyo, y otro a las órdenes de su hermano Cneo, el auténtico líder del bando pompeyano, en las inmediaciones de Ulia (Montemayor), sitiando esta plaza cesariana.
La primera acción de César fue socorrer a Ulia, ciudad que, como se ha señalado, le había permanecido fiel al precio de soportar desde hacía tiempo el asedio de Cneo Pompeyo –aquí se encontraban resistiendo las tropas que César había enviado desde África bajo el mando de G Didio mientras él partía con la flota hacia Sardinia. César se dedicó a realizar escaramuzas contra Corduba, verdadero centro neurálgico de los pompeyanos. Ante la falta de combatividad de los sitiados, y una vez conseguido su objetivo de reforzar y liberar a Ulia del cerco, levantó César momentáneamente el campamento para atraer al enemigo hasta Ategua (Teba la Vieja), lugar de aprovisionamiento muy importante para los pompeyanos situado en la margen derecha del río Salsum (Guadajoz). Sitiada la ciudad, el enemigo no se atrevió a socorrer a los cercados a pesar de contar con un ejército de trece legiones, hasta que, resuelto, Cneo Pompeyo decidió intervenir, pero sólo para obtener un rotundo fracaso tras el cual debió retirarse hasta Corduba. Después de algún tiempo y numerosos ataques a la ciudad, los legados de Ategua rindieron la plaza a César sin lucha el 19 de febrero de 45 a.C.
Enterado de la rendición de la ciudad, Cneo Pompeyo se retiró a Ucubi (Espejo), donde se hizo fuerte. Sin embargo, tras diversas escaramuzas e incidentes, se vio obligado a presentar batalla, si bien trató de escoger previamente el terreno más favorable para sus legiones, esto es, las zonas altas. Pero tampoco tuvo Pompeyo suerte esta vez, y el 5 de marzo la suerte sonrió a los cesarianos en la batalla de Soricaria (Castro del Río). Cneo se vio obligado a retirarse de Ucubi, y se dirigió a Urso (Osuna), el verdadero eje de todo su plan estratégico, a cuyos habitantes envió una misiva en la que distorsionaba la verdadera marcha de la campaña con objeto de mantener alta la moral de sus partidarios.
La guerra se alargaba con estos y parecidos episodios de desgaste, con escaramuzas continuas, represalias, defecciones de unidades enteras y de ciudades, luchas intestinas dentro de éstas entre las facciones de ambos bandos..., una pauta que desembocaba casi siempre en sangrientas refriegas, a veces no protagonizadas precisamente por soldados de uno y otro ejército.
Persiguiendo a Cneo Pompeyo, César sentó su real en el campo de Munda (Montilla), enfrente del ejército enemigo, siendo avisado por los exploradores de que Cneo había formado sus legiones en orden de batalla. En un principio, la situación estratégica era favorable a Pompeyo, dado que su campamento, distante cinco millas del de César, al otro lado de una llanura cortada por un riachuelo que encenegaba la zona (al parecer la batalla se dio en la región llamada Campus Mundensis, localizada según las últimas investigaciones al respecto en los actuales Llanos de Vanda), estaba protegido tanto por la naturaleza del terreno como por la situación elevada de la ciudad. El día se presentaba sereno y soleado, de modo que las legiones cesarianas avanzaron sobre la llanura mirando al mediodía, pero el ejército pompeyano parecía resuelto a permanecer al amparo de sus defensas naturales.
Tenía Pompeyo consigo trece legiones completas (dos de estas legiones eran la II y la Vernacula, que habían hecho defección de César debido al pésimo gobierno de Casio; también los hijos de Pompeyo habían formado una legión con colonos hispanos exclusivamente, y las nueve restantes con elementos heterogéneos, amén de traer una legión más desde África), además de seis mil soldados de infantería ligera y otros tantos en varias alas de caballería que flanqueaban al grueso de las fuerzas, y un número similar de tropas auxiliares reclutadas entre los indígenas. César, por su parte, contaba con ochenta cohortes y ocho mil jinetes. Cada cohorte se componía aproximadamente de quinientos hombres. Ochenta cohortes equivalen, pues, a ocho legiones. Una de esas legiones era la Legio V, compuesta probablemente por hispanos y por los legionarios en su mayoría licenciados por César tras la batalla de Ilerda, y sería la que el propio Casio había reclutado en 48 a.C.
Tras cruzar el llano, César advirtió el peligro que entrañaba aventurarse más allá, de modo que ordenó a su ejército detenerse en los comienzos de las primeras estibaciones, en cuya cima esperaba el enemigo. Tal decisión sentó mal entre sus propias filas, puesto que los legionarios estaban ansiosos por combatir. Sin embargo, César tenía perfectamente pensado cada movimiento, y la consecuencia de su aparente precaución fue una mayor e imprudente osadía por parte de las legiones pompeyanas, que fueron progresivamente abandonando sus posiciones de ventaja en los cerros para aventurarse en terreno más desfavorable.
Al fin, tomaron contacto ambos ejércitos, y aunque en los instantes iniciales parecieron tener ventaja los pompeyanos por el griterío que producían y porque sabían que no habrían de obtener perdón de César, éste movió hábilmente su caballería sobre el flanco izquierdo enemigo, de forma que, con gran derroche de valor y esfuerzo, cayó sobre las legiones pompeyanas por la izquierda e incluso por la retaguardia, haciendo retroceder al enemigo hacia las alturas de la ciudad, buscando desesperadamente su protección.
Una de las llaves de la breve pero intensa batalla de Munda fue la distinta preparación de ambos ejércitos. Ya se ha señalado que Pompeyo reclutó tropas sobre el terreno de forma apresurada, por lo cual carecían de la necesaria preparación militar, en tanto que César, pese a contar con menos efectivos, disponía de legiones selectas, como la III, la V y, sobre todo, la X, comandada por él mismo. Mientras esta legión se situaba en el ala derecha, las otras dos lo hacían en el ala izquierda, junto con la caballería. Los jinetes númidas del rey de Mauritania, Bogud, atacaron el campamento de Pompeyo por sorpresa. Este movimiento por la espalda provocó el pánico en el ejército pompeyano, de modo que el flanco que estaba soportando el ataque de la legión X de César cedió, iniciándose así el hundimiento de la resistencia enemiga. Unos huyeron a la ciudad y otros al campamento, sobre el que cayeron implacablemente tanto la caballería cesariana como las legiones III y V, masacrando a todos los que allí se encontraban e impidiendo que pudieran alcanzar los muros de Munda. Era el 17 de marzo.
Si hay que hacer caso a las fuentes, los cesarianos cogieron prisioneras las trece águilas del enemigo: los pompeyanos perdieron en el campo de batalla más de treinta mil soldados, a los que deben sumarse tres mil caballeros romanos, entre los que se hallaban los propios jefes pompeyanos Atio Varo y Tito Labieno, mientras que las bajas de César sumaron tan sólo unos mil hombres, entre infantes y caballeros. Probablemente, las bajas de ambos lados estuvieran más equilibradas de lo que los textos refieren, puesto que si bien las fuerzas pompeyanas eran superiores en número al ejército cesariano, es verdad que fue César quien ganó la batalla y la guerra, dominado con ello toda Hispania y posteriormente Roma. Además, no debe olvidarse que los historiadores contemporáneos, e incluso los posteriores, bebían de una tradición que hacía a César y sus sucesores herederos de la propia esencia del pueblo romano, y, por tanto, todas las obras que a él se refirieran debían forzosamente convertirse en poco menos que panegirísticas o apologéticas.
Tras la batalla, César, siguiendo una costumbre que seguramente había aprendido en las Galias, cercó Munda con una empalizada compuesta con las cabezas y las armas de los enemigos caídos en el campo. No se cumplía en esta ocasión la proverbial clemencia de César para con el vencido. Sitiada de esta forma la ciudad, se dirigió a Corduba y acampó delante de ella.

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