A estas alturas de la vida, debería uno tener claro
que las cosas son como son. Pero siempre hay motivo para rebelarse, sobre todo
cuando se leen, y oyen, bobadas tan grandes que dan ganas de ahorcarse en
cualquier baño público. No me cabe duda de que el hombre está perfectamente
adaptado, en lo genético, al entorno; pero cosa distinta es la inserción social
de la especie, por más que nos asombremos al mirar alrededor y ver cómo crecen
las ciudades y proliferan todo tipo de asociaciones: al final, solo cuenta
quién tiene la garrota más grande.
Da pena ver cómo cualquier estupidez que a cualquier
necio se le ocurre, se transforma casi de inmediato en una estupidez mayor,
global y motivo de asentimiento general, con un enorme balido como telón de
fondo. Hoy, cuando la información es tanta y tan al alcance de cualquiera, lo
cual debería ser entendido como un privilegio democrático, no es menos cierto
que los libros son solo para las personas; los demás, nos conformamos con que
nos echen de comer.
Porque decir algo, sea o no inventado, o tomar
noticias de rumores o del viento, o de la tradición más bienintencionada, y que
se convierta en cosa hecha, acerbo de la
historia de los pueblos para siempre jamás, es todo uno. Cosa distinta es
demostrarlo. Método científico. Y la historia, como cualquier otra ciencia
–incluida, según voy creyendo, la ciencia ficción–, está sometida a él (al
método científico, me refiero). De modo que una cosa es inventar la historia, a
lo que son muy aficionados los políticos que se deben a sus electores –ya sea
por intereses económicos, patrioteros, nacionalistos, o todos ellos–, y los tontos de baba que pretenden deformar
los hechos acaecidos sin percatarse de que, tras ellos, por suerte, hay
personas que se ocupan de comprobar si realmente sucedieron como algunos los
cuentan.
La historia, la real, la que encuentra respaldo y
razón en los documentos estudiados por los profesionales que se ocupan con
rigor de ellos, puede gustar o no, puede coincidir, más o menos, con los
intereses espurios, o legítimos, de quien quiera que sea, pero es la que es
(cosa distinta es que siempre, siempre, pueda ser sometida a interpretación),
porque se fundamenta en la objetividad y/o imparcialidad de quienes analizan y
estudian las fuentes. Se argüirá, por otro lado, que estos sujetos también
pueden estar sometidos a todo tipo de presiones, intereses o preferencias, y
será cierto, por supuesto. Pero las fuentes existen con independencia de
nuestros gustos o predilecciones, y aunque uno o varios de los investigadores
pretendan arrimar el ascua a su sardina, los demás estarán vigilantes para
preservar el rigor científico, que no mortis,
de los documentos.
No es la historia ciencia exacta, por supuesto, pero es ciencia. Y, como tal, al ámbito de
lo científico se remite. Y lo que está comprobado porque así figura en las
fuentes y en ello se manifiestan de acuerdo los historiadores, no es rumor, ni
superstición, ni teoría: es historia. Sucede, también, que es muy difícil
digerir determinados datos o acontecimientos que uno daba por sentado y que han
venido a ser expuestos ahora, verbigracia el método científico de marras, desde
su verdadera dimensión, la real, la más digna de crédito porque así lo dicen
los documentos, las fuentes, que rara vez mienten aunque alguno así lo pretenda.
Porque ahora, con la distancia desapasionada que nos dan los años y el método
científico, pueden estudiarse tales fuentes desde una perspectiva rigurosa y no
banderiza. Más difícil es, sin duda, garantizar ese rigor cuando lo que se
dilucida es la historia reciente, nuestra
historia, porque entonces pesan aún, y mucho, factores ideológicos y
emocionales que enturbian el entendimiento y distorsionan los hechos hasta
retorcerlos para que se dobleguen a nuestras aspiraciones.
"Hoy, cuando la información es tanta y tan al alcance de cualquiera, lo cual debería ser entendido como un privilegio democrático"
ResponderEliminarNo hay ninguna esperanza, amigo, la información se utiliza como engaño e intrumento de enejenación, se arrincona el método científico para el análisis histórico y se utiliza la historia con interés partidista, patriotero, provinciano y con fines nacionalistas intolerantes. La objetividad brilla por su ausencia y se sustituye el buen sentido por el engaño y la mala calidad política, se utilizan proclamas patrioteras para esconder la corrupción. Me da mucho miedo esta deriva insensata.
Salud
Francesc Cornadó
Así es Francesc, así es... aunque todavía no sé si desgraciada o afortunadamente, porque en la intramente del hombre debe de subyacer un resto de ese primitivismo atávico en que fundamentar un nuevo comienzo, si es que nos damos la oportunidad como especie. En lo demás, a esperar y a seguir desesperadamente confiados...
EliminarMe alegra ver que estás de vuelta por estas tierras áridas de la virtualidad, y espero que el descanso veraniego te haya cundido. Se te echaba de menos...
Un abrazo