domingo, 22 de noviembre de 2009

Los otros piratas

Me decía el cuñado de López —en privado, para no menoscabar mi prestigio, según él; como si uno lo tuviera— que lo que yo cuento en este blog ya lo sabe todo el mundo. Y no tuve más remedio que coincidir con su apreciación. ¿Cómo podría ser de otra manera? Lo que uno sabe forma parte de su conocimiento pero también del grupo al que pertenece, del bagaje común de la sociedad. Sería imposible, al menos para mí, contar lo que no sé y que tampoco saben los demás. Pero, le dije sin molestarme, la diferencia, es que yo lo cuento. Me tomo el interés de darle vueltas a tal o cual asunto, el trabajo de reflexionar sobre ello y, por último, busco el tiempo necesario para escribirlo y que otros se vean reflejados, o no, que todo cabe. Además, debo tener cuidado con lo que digo, porque servidor, a diferencia de sus señorías, no goza de inmunidad parlamentaria.


No tengo por costumbre ser oportunista, según ya he señalado en alguna ocasión, pero un sentimiento de lejana desidia me impele a contar lo que sigue y que por supuesto todo el mundo sabe ya. Hablaré hoy de piratas, no de esos que abordan barcos para pedir un rescate, puesto que no admite comparación posible el sufrimiento atroz de esos seres secuestrados sometidos a tortura física y psicológica con el que los otros seres anónimos sienten en la diaria e inadvertida piratería nacional. Quiero decir que toca hablar de los que ya han abordado, no el barco, sino la nave nodriza. Aunque más que piratas debería decir corsarios, que hay una sutil diferencia: los primeros actúan por su cuenta y riesgo, son, digamos, autónomos; los segundos, en cambio, tienen patente de corso, están en nómina, para que nos entendamos. ¿Y quién les paga, muy bien por cierto? Pues usted y yo, y todos los tontainas que colaboramos con nuestro esfuerzo a que España sea lo que es...


Es un tema recurrente en mi chistera, pero no me queda más remedio. Si en el caso de los famélicos y mendicantes piratas somalíes se les ha pagado un sabroso rescate con que comprar más y mejores armas y lanchas para secuestrar al próximo barco, y sobre lo que ya se han escrito miles y miles de artículos, cuando toca barrer dentro no hay tantas narices a tocárselas a nuestro capitán Morgan de andar por casa, quien además de meternos mano en la cartera, recibe, al igual que su homónimo histórico, el reconocimiento del propio Estado. No seré yo quien diga que es éste el ladrón, no. Eso sería minimizar tanto el problema que dejaría de serlo, el problema, digo. No. Hay muchos capitanes Morgan en el país, de variado y plumífero pelaje, unos más evidentes que otros, pero todos señores muy respetables y con cartera, ya sea la suya propia o la que han birlado.


Es comprensible y deseable que si un grupo de compatriotas son secuestrados contra su voluntad y la nuestra allende los mares que se les asignó como seguros, se haga todo lo posible y probable por traerlos de vuelta a casa de una pieza, cueste lo que cueste, ya sea por mar en un barco de guerra, por tierra en un tren militar o por aire en un avión de las Fuerzas Armadas. Y es lógico y comprensible que sea la noticia destacada de todos los medios durante días y semanas. Un episodio de piratas con final feliz.


¿Pero qué pasa con los corsarios nacionales y sus rehenes? ¿Dónde están las noticias de estas fechorías? Sí, me dirán, ya saltan de cuando en cuando, cada vez con más frecuencia —con la que interesa, sobre todo—, escándalos de corrupción política, de tal o de cual alcalde, o diputado, o tesorero, o lo que sea... Fuegos de artificio. Estos son piratas al estilo de esos pobres negros del Cuerno africano, sin cobertura logística, artesanos casi.


Los que de verdad saben dónde está la pasta son inidentificables, al menos por nosotros, más allá de media docena de banqueros y financieros de moda, carnaza que se arroja a la arena..., por más que se empeñe el sobreprotector Estado en llenarles los bolsillos con nuestro dinero para que luego nos lo presten y así puedan seguir jubilándose con enjundiosos finiquitos. Y ese Estado al que todavía pertenecemos parece claramente superado por la situación: cuando no mira para otro lado se queda bizco al fijarse más detenidamente en lo que pasa a su alrededor, pero al darse cuenta de que sigue sin ver bien, vuelve a mirar a otra parte.


Ya voy acabando. Lo de hoy iba de piratas, dije, y lo mantengo. Y si no hay en este país más capitanes Morgan es porque alguien debe hacer de marinero, siquiera sea para las maniobras más complicadas de tan pesada nave. En fin, creo que no llego a ninguna parte... Pero me he entretenido un rato contando lo que por supuesto todo el mundo sabe pero nadie tiene ganas de decir porque, total, ya habrá alguien que lo diga... Y si no, con encender la tele...




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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...