martes, 26 de enero de 2010

Cenotafios

Desde mi ventana veo el último rayo del Sol de Poniente, otrora hermoso pero ahora huero. Los recuerdos afloran sin querer, lacerando con agujas la memoria, trayendo al hoy lo que acaso no fue sino un sueño, quizá sólo un sueño... Poco antes de Navidad falleció la madre de una muy buena amiga. Fue casi de repente, tras un breve curso de la enfermedad. No fui al funeral. No suelo ir a ninguno. En las pocas ocasiones en que asistí acabé desolado, en parte por el dolor de la pérdida y en parte por el circo del que gusta rodearse tan triste momento. Así que envié a mi amiga unas palabras de aliento en un mensaje y ya está.

El pasado verano murió Carmen, mi madre, la Mama, como solíamos llamarla. Una pequeña lápida al modo romano en el inicio de este cuaderno quiere recordarla. Tampoco fui al funeral ni al entierro, y hasta hace muy poco no tuve el valor necesario para acercarme al cementerio. Aún hoy la emoción me embarga. Dicen que no es normal, que el duelo no suele durar tanto, pero me dejan… Callan y asienten. Lo hace mi médico, mis muchos familiares y mis pocos amigos… Callan y comprenden. Y tratan de ayudarme, y algunos llegan a lograrlo, pero muy lentamente, con desesperada lentitud. La medicación no hace efecto, no cura, no restablece el ánimo, pero probablemente también ayuda, aunque sólo sea aturdiendo el entendimiento y provocando el deseado sueño, ese buen compañero que durante mucho tiempo estuvo ausente.

Crecieron luengos los cabellos, y la barba, hirsuta. Pasa el tiempo, o nosotros, tanto da. Este fuerte sentimiento de vacío, de melancolía, esa sensación de nada… Estar al borde del abismo y no saltar es como sentir amor pero no amar, es imposible. Las fuerzas que te atraen, por algún misterioso motivo, te rechazan también, quieren recomponerte, pero a veces no lo consiguen. ¿Qué hacer, qué decir, qué querer? No es el temor a la muerte lo que me embriaga. Al fin y al cabo, cuando yo estoy ella no está; y si está, yo ya no estoy. No. Es temor a la ausencia, al olvido, es temor al temor…

La certidumbre de nuestra finitud nos golpea, no sólo de manera total, una única vez, sino a lo largo de toda nuestra existencia, en ínfimos arrebatos desconsoladores que multiplican su poder destructivo según seamos. ¿Dónde acaba mi persona y empiezo yo? Deberé sentarme alrededor de la mesa y contemplarme para poderme ver con otra mirada, con distinta perspectiva. Tendré que hacerlo, pero no sé cuándo… Ojalá no hubiera ya más funerales a los que no ir… Qué frágil la vida pero con qué fuerza se apega a la tierra que, incluso ya ida, florece.

No pretendía, al iniciar esta entrada, hablar de mí, pero así ha surgido, así se ha torcido la pluma del escribidor. Lo que empezó siendo, y es, una dedicatoria a mi amiga se ha transformado, renglón a renglón, en un deseo más amplio, en un llanto común, en un recuerdo cariñoso… aunque no sea el primero de noviembre y no tengamos crisantemos a mano. Comparto su dolor porque es el mío. Conozco sus lamentos, con los que comulgo cada noche. La veo triste y me entristezco. Recuerdo a su madre, y recuerdo a la mía. Llora ella, y llora el día.

Mariví, para tu madre, para ti, un beso inmenso.

2 comentarios:

  1. Hablas del circo que suponen los funerales, pero sin embargo, hay que reconocer que las costumbres que se han impuesto en nuestro mundo hacen que estas ceremonias suelan ser bastante breves y austeras. ¿Por qué? Pienso que miramos con horror la muerte. En tus reflexiones se intuye ese desosiego ante el vacío y la nada más absoluta. Ese íntimo pavor ante la desaparición nos hace frágiles. He vivido en países orientales ceremonias funerarias sorprendentes y rituales. La familia y los amigos participan de ese tránsito a otra realidad bailando, bebiendo, rodeando al muerto que preside en cuerpo presente la fiesta que dura toda la noche e incluso varios días. En Balí tuve ocasión de asistir al Hari Raya, día de los muertos y en el que las familias acuden a los cementerios para acompañar alegremente a los muertos. Para mi sorpresa aquello no tenía nada de macabro ni sombrío. Era una auténtica fiesta divertida y toda la familia se reunía en torno a la tumba a la que se habían puesto las cosas que gustaban al muerto: sus cigarrillos preferidos, su bebida, sus fotografías, sus objetos preciados. Todo ello era la antesala de la cremación, porque como hindúes han de quemar el cadáver y para ello se pasan años ahorrando hasta que pueden pagar la ceremonia. Entonces el rito está completo. Te digo esto para resaltar la importancia de los ritos de tránsito y tus temidos funerales. Hay gente que preferiría un funeral discreto e íntimo. A mí en cambio me gustaría que me despidiera un buen cortejo fúnebre con plañideras y una orquesta sinfónica o un coro entonara alguna pieza de Haendel, y luego mi cadáver acompañado de bellas muchachas sería llevado a un drakar vikingo en donde sería depositado e impulsado al mar ardiendo en la lejanía frente al horizonte. Seguro que entonces la gente que asistiera se sentiría aliviada y dirían ¡qué pesado que era y lo que nos ha costado darle gusto! Pienso que lo que nos alivia en relación a los que se van es la paz que dejamos en nuestra relación con ellos. Mi padre y yo nos llevamos francamente mal toda la vida. Pero una hora antes de morir creo que le perdoné y le dije que le admiraba y que estaba orgulloso de él. Me quedé en paz y su muerte no me supuso un inmenso dolor. Su funeral fue discreto y asistió poca gente. La tendencia es a abreviar trámites, pero creo que esas ceremonias de tránsito sí tienen importancia y que cuanto más bonitas sean, pues más serenos se quedan los vivos. Yo también estoy tomando montones de medicación y te entiendo. Un cordial saludo.

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  2. En abril hará dos años que murió mi padre, tras una larga y dolorosa agonía que le fue despojando de cuanto hacía de él el hombre que era, hasta convertirlo en un ser indefenso y doliente, yaciendo a la espera de un fin que, cuando llegó, deparó más alivio que pena. La pena, el sufrimiento, la habíamos gastado antes, viéndole morir cada día un poco.
    Viví la muerte de mi padre con entereza, de frente, su mano en la mía. Cuando los procesos son tan largos, da tiempo a pasar por fases de negación, de rechazo, de rabia, de miedo ... pero al fin, llega siempre la de la aceptación de lo inexorable. La muerte es la otra cara de la vida, y sin ella, ésta última quizá tuviera menos valor a nuestros ojos.
    He tenido suerte, supongo, de haber sido capaz de tomármelo así. Entiendo que para otras personas sea difícil o tengan otro tipo de sensibilidad, y el camino del duelo les resulte intransitable.
    Tengo hijos también. Dudo que fuera capaz de la misma hazaña si de ellos se tratase.
    En fin, Javier, no tengo consejos ni voluntad de darlos. Sólo un deseo: si el resto de tu vida puede ofrecerte algo digno, y seguro que así es, que seas capaz de adoptar la mirada adecuada para poder verlo.
    Abrazos, Javier.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...