Fruto de casi un siglo de dominio imperialista, el intercambio entre las metrópolis y sus colonias fue claramente beneficioso a las primeras, produciendo un volumen de riqueza que elevó el nivel de vida general de sus ciudadanos y consolidó la supremacía general de Occidente en el mundo. Las colonias, en cambio, sufrieron una larga lista de efectos negativos que han marcado su historia reciente:
• trazado de fronteras políticas que sólo atendían a los pactos firmados entre las potencias coloniales y que dividieron pueblos, tribus y grupos étnicos hasta entonces unitarios, generando largos episodios de guerra entre los nuevos y artificiales países
• sustitución de los sistemas agrarios y ganaderos tradicionales de subsistencia por otro de plantaciones encaminado a satisfacer las necesidades de las metrópolis
• suplantación de la cultura indígena por la occidental, que nunca fue correctamente asimilada y sólo sirvió para generar unas élites locales que se harían con el poder, casi siempre de forma violenta, al concluir el proceso descolonizador
• incremento de la desigualdad y la segregación social como consecuencia del nuevo sistema económico implantado, que convertía a la mayoría de la población en mano de obra semiesclava
• derivado de esta necesidad de obreros, desplazamiento de gran parte de los habitantes a los lugares preferentes de producción, con el consiguiente desarraigo territorial y tribal y la generación de áreas de hacinamiento de difícil sostenibilidad
• trágico y antinatural aumento demográfico debido sobre todo a la aplicación masiva de vacunas –para evitar principalmente el contagio de los occidentales, aunque también, justo es decirlo, por la concienciación progresiva de éstos respecto a cuestiones humanitarias– que no estuvo acompañada de un proporcional incremento de los recursos alimentarios, lo cual generó el hambre endémica que ahora arrastran los países subdesarrollados
A raíz de la II Guerra Mundial, la reconstrucción de los países occidentales que la habían padecido no conllevó ningún beneficio a sus colonias salvo la obtención progresiva de la independencia, de modo que, en definitiva, el resultado fue la sustitución del colonialismo militar y administrativo por otro de carácter comercial –amparado por una frecuente tutela política– que se abrió paso e incidió aún más en la postración de los flamantes nuevos países independientes.
En conjunto, aquellas áreas de África y Asia colonizadas por los europeos y que contaban con una población indígena mucho mayor que el número de colonos se han transformado, a raíz de la descolonización, en países de nuevo cuño, en muchos casos sin ligazón o cohesión social o tribal entre sus habitantes, y dependientes en prácticamente todo de sus antiguas metrópolis.
En el caso de países donde la población europea sobrepasó de largo a la indígena, el resultado ha sido otro, como Australia y Nueva Zelanda, enclaves genuinamente occidentales en una zona del mundo que presenta todos los síntomas del subdesarrollo. Es verdad que estos dos ejemplos deben sustraerse, al igual que Canadá y los Estados Unidos, al proceso general colonizador que estamos refiriendo, ya que en los cuatro casos la emigración europea –que era además anterior cronológicamente a la que después se produciría en la mayor parte de África– se asentó fundando con el tiempo estados con características completamente distintas a las que definían el resto de países colonizados. Además, el escaso número de indígenas marcó la evolución social y económica de esos territorios, que no sufrieron un proceso descolonizador ya que eran considerados como extensiones ultramarinas de la metrópoli. Alcanzaron la independencia por otros cauces, que sólo en el caso de los Estados Unidos implicó una guerra, pero al ser el grueso de la población europea, su estatus económico, político y social resultante fue parejo al de la madre patria.
El análisis comparativo no admite discusión: son apenas un puñado de países los que pueden considerarse más desarrollados o ricos, entre los que destacan los Estados Unidos y Canadá en el continente americano, Israel, Japón y Corea del Sur en Asia, Australia y Nueva Zelanda en Oceanía y todos los comprendidos en la Europa occidental y escandinava, y quizá algún otro que se me escapa... Puede resultarnos rara la ausencia, en este selecto club, de países como Rusia, China, Argentina, Chile, Emiratos Árabes..., pero lo cierto es que si nos atenemos a la clasificación de los organismos internacionales, su PIB no debe ser tomado como indicador exclusivo de riqueza, sino que se ordenan en atención a su IDH, el Índice de Desarrollo Humano realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en el que intervienen otras variables además del Producto Interior Bruto y la renta per cápita, como la escolarización y la tasa de analfabetismo, la esperanza media de vida de la población, y el nivel de vida de los habitantes en el interior de las fronteras nacionales comparativamente con otros países. Los últimos lugares, por supuesto, son para países del continente africano.
En conjunto, el balance del proceso dual colonizador-descolonizador es devastador, pues como consecuencia de él hoy más de la mitad de la población mundial se halla por debajo del umbral de la pobreza. No es preciso aportar más cifras a esta marea humana, datos que por otra parte están en la red al alcance de quien se moleste en buscarlos, pero baste señalar que prácticamente todos estos países descolonizados están completamente desestructurados y carecen de gobiernos capaces de hacer frente a los gravísimos problemas que presentan, y que pueden resumirse en elevadas tasas de natalidad, casi total inexistencia de sistemas públicos sanitario y educativo, insuficiencia/desaprovechamiento de recursos agrarios, corrupción institucional generalizada, ausencia de tejido productivo industrial, falta de vertebración social, dependencia casi absoluta de la caridad occidental, hambre, guerras tribales por el poder, enfermedades endémicas, deuda externa abrumadora… para qué seguir. Lo peor, con ser todo esto inmenso, es la falta de horizonte, de esperanza, y más aún, el paradigmático conformismo que las poblaciones de estos países fallidos parecen sentir ante su miseria y muerte.
¿Qué significa esto, qué solo los occidentales son capaces de crear desarrollo y riqueza? ¿Qué toda esa gente merece lo que les pasa? ¿Qué, efectivamente y siguiendo la doctrina de algunos seres no humanos, la raza blanca es superior intelectualmente a las demás? Yo creo que no. Hoy la genética ha comprobado lo que ya anunciaban los antropólogos, que sólo hay una raza biológica en el mundo, la humana. Además, hay evidentes pruebas a lo largo de la historia de que también otras culturas, como la oriental, saben de progreso y riqueza. El Egipto hoy depauperado fue fruto de una floreciente civilización cuando nuestros antepasados europeos aún vivían en grutas. La India milenaria desarrolló una cultura espectacular mientras los ancestros de sus conquistadores británicos, allá en la pérfida Albión, se cubrían con las pieles de los animales que cazaban. Los ejemplos se multiplican… Lo que sucede es que fue justo en Europa, en un momento muy concreto, donde se dieron las circunstancias económicas, sociales y sobre todo políticas para que germinara lo que hoy llamamos desarrollo, y que catalizó en forma de revolución industrial.
Existe otra cuestión aún, y es la propia miseria que se padece dentro de los países desarrollados. Me dirán, con razón, que no es comparable con la que sufren en el llamado Tercer Mundo, pero si no lo es, se debe sólo a una cuestión de magnitudes, al peso que ejercen las aterradoras cifras de la pobreza en esos lugares. Mi duda va por otros derroteros. En los países subdesarrollados no suele existir una concepción democrática del Estado, ni unas leyes que protejan a sus ciudadanos de la exacción administrativa, ni sistemas de cobertura o protección social más allá de la que proporcionan las ONG’s, pero en los países occidentales sí existen todos esos mecanismos y más, y sin embargo, hay mucha gente pobre, en riesgo de exclusión social. Yo sé que la situación de unos y otros no admite comparación, pero hay están…
Nadie, por el simple accidente geográfico de su nacimiento, debería ser más pobre que otro. Por ahora sólo es un deseo.
Es complejo señalar o alumbrar cómo pueden salir los países del subdesarrollo y la pobreza más absoluta. Creo que la explicación del colonialismo es cierta y tienes razón en todo lo que afirmas sobre sus consecuencias devastadoras para países africanos sobre todo y algunos asiáticos. Sin embargo, pienso que ya no debe servir de excusa a estos países la coartada del colonialismo que sólo sirve para alimentar el victimismo que no lleva a ninguna parte. Pienso en un país como Zimbawe, la antigua Rhodesia en la que había un régimen de Apartheid ominoso pero era uno de los países más ricos de África. Cuando llegó la independencia se hizo con el poder Robert Mugabe que ha llevado a este país, por la corrupción total que domina el sistema, a ser uno de los países más pobres y miserables de África. Corrupción, nepotismo, crueldad, falta de democracia, aplastamiento de la disidencia. ¿A quién puede echarle la culpa de esta situación? Es el mismo caso que Guinea Ecuatorial -inundada de petróleo que enriquece a una élite archicorrupta y sanguinaria- en la que se perpetúa un dictador Obiang que roba a mansalva y aniquila a sus enemigos políticos. Se podría decir que estos regímenes de oprobio son apoyados por el departamento de estado americano o las potencias europeas, pero esto no es suficiente explicación. África debe salir por sí misma de su miseria. Hay africanos que sostienen que debe detenerse la ayuda occidental a África DAMBISA MOYO para que sean ellos los que salgan de su postración, o que las ayudas occidentales en forma de microcréditos que lleguen a empresarios de esos países y no a los corruptos gobiernos. Es necesario, pienso yo, un replanteamiento de la ayuda al tercer mundo. Cabría también cómo enfocar la ayuda a Haití. Puede ser muy peligroso si los haitianos se acostumbran a sentarse y esperar que lleguen les den de comer. Tienen que ser ellos mismos los que saquen a su país de la pobreza (con ayuda por supuesto) pero han de ser sujetos activos. No pueden convertirse en mendigos que ponen la mano. Un cordial saludo.
ResponderEliminarHubo un tiempo en que defendía la postura de no intervencionismo en los países subdesarrollados, pero de una forma que no fue entendida, creo ahora, por aquellos que la conocieron. Era partidario de levantar la tutela internacional sobre esos países para que siguieran, en la medida en que se lo permitieran sus viciadas estructuras económicas y políticas, un proceso más natural de evolución histórica alejado del hombre blanco. Sin embargo, las buenas y caritativas personas de mi entorno ponían ojos de plato: ¿cómo dejar de vacunar a millones de niños? ¿Cómo dejar de enseñarles a leer? ¿Cómo dejar de apadrinarlos?, preguntaban ellos... ¿Cómo dejar de acallar nuestras conciencias?, preguntaba y pregunto yo. Vacunarlos a los 4 ó 6 meses para dejarlos morir de hambre a los 4 ó 6 años... Enseñarles a leer en inglés y francés para desestructurar más sus entidades tribales... Apadrinarlos o enviarles medicina y comida para mantenerlos sujetos en la dependencia de Occidente... Creo, pues, que está tan extendida esta falsa idea de piedad, mezclada con otra latente que no nos es dado a los simples mortales ver, pero que algunos intuimos en forma de depredación por parte de las compañías capitalistas multinacionales transoceánicas, que resulta de todo punto imposible pensar en desentenderse de esos pobres diablos.
ResponderEliminarPor tanto, Joselu, ¿cómo van a salir de su postración por sí mismos, aunque muchos lo quieran, si están, quizá definitivamente, en las garras de Occidente? No obstante, como historiador, sé que nada es tan definitivo que no pueda cambiarse, pero en el caso que nos ocupa, ¿cómo y cuando? No tengo respuestas. Creo que tú mismo has dicho, con estas o parecidas palabras, que tiene que haber pobres para que haya ricos, de modo que, si el Tercer Mundo actual prospera hasta alcanzar un grado de dignidad suficiente que le permita salir de la miseria, ¿quiénes serán los próximos pobres a quienes esquilmar?
Un abrazo.