Un día me desperté sobresaltado oyendo al niño decir: «Papá, hay un chino llamando a la puerta». Bostezando me levanté de la cama caliente, dejando a la jefa aún somnolienta acurrucándose en el hueco de mi lado. ¿Hoy no es sábado? Miro el despertador… Las ocho y veinte. ¿Cómo puede alguien venir a estas horas a vender nada? Me pongo el pantalón del pijama y bajo despacio las escaleras, sin prisa ni nada. Total, es un chino… Atisbo por la ventana de la cocina por si puedo echarle un vistazo antes de abrir. Con sorpresa veo que no es el del Todo a 100. Tampoco tendría por qué serlo, jamás ha venido a mi casa. Además, me parece que no venden a domicilio.
Es un chino pequeño, como son los chinos, pero éste viste un traje oscuro de buen corte, camisa inmaculadamente blanca y corbata negra luto. Lleva zapatos negros de piel, ¿quizá de Mallorca? No, qué bobada, serán de China. Y tiene en su rostro una expresión que no había visto nunca en los chinos… Será porque los chinos que acostumbramos a ver no son realmente chinos, bueno, sí lo son, pero no de los de verdad, de los de allí, sino de los de aquí, demócratas, amantes del comercio y el capitalismo y todo eso. A lo mejor éste es un chino auténtico… A través de la mirilla de la puerta observo su gesto de piedra mirándome fijamente, sin pestañear apenas. Sólo ha llamado una vez, pero no se marcha. Sabrá que estamos en casa…
Tiene en la mano izquierda un maletín de piel negra que parece nuevo. Es un chino de mediana edad, unos cuarenta, creo, porque nunca he logrado interpretar correctamente los rasgos faciales que les caracterizan, o es que tampoco me he fijado demasiado en ellos, ¿para qué? Son chinos y ya está. Está quieto, como un árbol sin viento, mirando justo a la punta de mi nariz. ¿Qué querrá? Tiene que ser un vendedor, seguro. Espero otro poquito a ver qué hace. Pues no se va… Ahí sigue, como un pasmarote. En fin… habrá que abrir.
Abro la puerta de pvc de mi estupendo adosado de cuatro plantas con ascensor y le miro con actitud interrogativa, sin decir nada. «¿El señor García?», me pregunta en un correctísimo castellano. Asiento levemente y entonces saca del maletín un papel que me entrega con un ademán rapidísimo. Es un texto corto en medio de una hoja blanca con membrete que no entiendo y en el que sólo distingo el sello redondo compuesto por una orla dorada que encierra cinco estrellas también doradas sobre fondo rojo, una más grande a la que escoltan las otras cuatro distribuidas en un arco bajo ella. Y el chino habla: «En nombre del Gobierno Central de la República Popular China, le comunico que a partir del próximo día 1 de enero usted y su familia adquirirán la ciudadanía china y se someterán a las leyes de nuestro glorioso país. Recibirán instrucciones. Buenos días».
El chino bajó los tres peldaños, cruzó el jardín y caminó por la acera hasta la casa del vecino. Bajé tras él y vi en la soleada calle un montón de chinos de traje oscuro con maletín llamando a las puertas.
Ja, ja, ja... pero no hay que reírse demasiado. El potencial de China todavía no ha llegado a su máximo desarrollo. La gran clave del asunto es que los chinos -estén aquí o allí- son extraordinarios trabajadores. En sus altares ponen velitas dedicadas a los antepasados y a los negocios. Trabajan las horas que sea necesario y tienen la fuerza de una paciencia infinita. En mi juventud leía textos que hablaban de que algún día China despertaría. Ya lo ha hecho y Estados Unidos tiene que pedirle permiso. Pero China no se inmuta. Sigue su paso, rápido y seguro, sin vacilación. Cuando el mundo occidental se hunde en muchos casos en la decadencia, China apuesta por la acción. Son de temer, sobre todo para nosotros que somos blandos. Pero ¿podrá China seguirse desarrollando sin atender a los derechos humanos y las necesidades democráticas? Es la pregunta clave. Si se hacen demócratas, pueden estallar por los aires en medio de conflictos sin final. Si siguen siendo un regimen autoritario y represivo, seguirán creciendo a ritmo acelerado. China ya ha despertado.
ResponderEliminarEso te pasa por tener un adosado de cuatro plantas con ascensor y puerta de PVC. Y por comer fruta, que ya parece que sólo la vendan ellos.
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