Me gusta todo tipo de animales. De cuatro patas, de seis, de ocho, los ciempiés… Pero hay unos en concreto con los que la matanza es diaria, no lo puedo evitar. Me refiero a los bichos de dos patas, sí, esos que son como usted o como yo, o que por lo menos lo parecen. Pero sobre ser y parecer ya hay mucho escrito…
Hoy, como cada día, paseaba un servidor con su señora cuando, maravillas de la vida, asoma por detrás de un banco, de los de sentarse, un perro con su can, con la correspondiente correa pero sin el preceptivo bozal. Es que era un animal grande, el can, digo. No me pregunten por la raza. Quizá fuera de esos que llaman peligrosos. No sé. Aunque no hace falta mucho peso para que un chucho te haga daño. Que se lo pregunten si no al cuñado de López, que por poco pierde el otro día la nariz en las fauces de un perrito de la familia, para más inri.
A lo que vamos. Se acuclilla el chucho y se alivia el vientre en medio de la acera. No al lado, en el pequeño descampado sin ajardinar lleno de maleza, no. En la acera. Y deposita, entre los esfuerzos, una caca considerable, acorde a su tamaño. El amo –¡qué risa, vaya palabra!– mira a un lado, mira al otro, mira a la mierda del perro, y continúa con su paseo vespertino. No se había percatado, el villano, de nuestra presencia. No había nadie más en el parquecillo, pero nosotros ya éramos suficiente muestra, ¿no? En fin, cuando nos cruzamos con el bicho le hago un ademán con la cabeza hacia la bolsa verde de plástico que lleva atada a la correa y le digo: «¿Qué, hoy tampoco ha hecho caquita el perrito?». El fulano, perdón, el ciudadano, me mira aparentemente sorprendido, mira dubitativo a la bolsa, vuelve a mirarme a mí y me espeta: «¿Y a ti qué?». Lo miré conmiserativamente, sin ganas, como perdonándole la vida, como un macarra. No dije más. ¿Para qué? Ya había comprobado la calaña del perro, ya había recibido el mensaje, por si me quedaba alguna duda.
Pobre perro. Pobre can. Será cosa de chuchos, digo yo. O a lo mejor tenemos un problema. Si es que van los perros por la calle sin bozal con pasmosa tranquilidad...
Lo peor de todo es que se cree con derecho a respuesta, el muy perro. Como ese que al acercarse a un paso de peatones dando acelerones mientras cruza uno que le mira, y todavía se envalentona. Ya serás peatón, y yo iré conduciendo, le dije.
ResponderEliminarMi señora lo llama la "hijoputización" de la sociedad en general. Esto sólo genera que entre los demás haya más gente que se quiera comportar como esos hijosdeputa.
Hay que hacer ejercicios de respiración, para relajarse, y alegrarse de que las armas no sean legales en España.
Un abrazo de comprensión.
¿Quién ha dicho que no son legales? Por desgracia cada coche, como el que te quería atropellar, es un arma letal en manos de un insensato. Y los tontos, por manadas, también son legales en este país. Aunque las armas las disparen los sujetos, los tontos se disparan solos...
ResponderEliminarUn abrazo, Elfi.
Realmente la educación es uno de los grandes problemas de este país. Se palpa en directo en los centros de enseñanza en esos muchachos malacostumbrados a hacer su voluntad sin tener en cuenta a los demás. Y eso sólo es posible si en casa les han maleducado así. El caso del amo del perrito sólo es una muestra más, que ejemplifica lo dicho.
ResponderEliminarA mí, en estos casos, me invade una desazón interior que no me deja en paz durante varias horas. Y pienso, y digo en voz alta -motivo por el cual mi mujer me suele reprender- "ojalá este tío, al dar la vuelta a la esquina, se encuentre con un coche, por ejemplo, que le pase por encima...". ¿Que no es correcto decir esto? ¿Que es una reacción desproporcionada? Quizás sea cierto. ¿Hasta qué punto me creo realmente este deseo? No estoy del todo seguro, pero en ese momento no puedo evitar pensar así; es un defecto, es posible. Opino que una persona que responde así (el problema principal es la respuesta de este gilipollas, no ya el hecho de dejar la mierda de su perro en medio de la acera) no hace ningún bien a la sociedad (en la que incluyo desde su familia más directa y cercana hasta el último individuo de Mozambique -que me perdonen todos los mozambiqueños). Es un gilipollas eliminable perfectamente. De verdad.
ResponderEliminarYo creo que lo que pasa es que hay mucho cerdo suelto, y no perros como dices, pobres perros, aunque también pobres cerdos los de cuatro patas...
ResponderEliminarY además de esto hay un desprecio generalizado hacia todo lo que es público, (enseñanza, Joselu, lo primero, pero todo el resto en general).
Y finalmente también estamos rodeados de personas maleducadas que desprecian a todos aquellos que les rodean, como por ejemplo en este caso empezando por vosotros que estábais ahí en ese momento, el resto de los paseantes posteriores, los empleados de la limpieza que vendrán después y todo aquel ante el que alardearán de la contestación que os dieron y de la que seguro que que no verbalizaron, pero que pronunciaron para ellos mismos...