jueves, 5 de enero de 2012

La cabalgada

Sé que prometí no volver sobre el tema, pero me tendrán que disculpar, más por desmemoriado que por mentiroso, aunque ambos defectos son uno y el mismo, como demuestra la práctica habitual de políticos y demás palanganeros. Quiero decir que no voy a insistir en el asunto, tantas veces mentado, sino hacer, en esta víspera de Reyes, un símil quizá poco afortunado, pero que puede venir a cuento.

En nuestra gloriosa y exaltada Historia patria hay infinidad de episodios heroicos dignos de mejor pluma y más alta prosa, mas me permitiré traer aquí una de las innumerables maneras que nuestros beneméritos y cristianos ancestros tenían de acrecentar fama y riqueza.

Era cosa común, en las Españas medievales, que las mesnadas de reconquistadores salieran en tropel de cuando en cuando asolando el territorio, así fértiles vegas, villas de moros o páramos muy acristianados, que tanto daba. Cabalgadas*, les decían a estas razias llevadas a cabo por un grupo de caballeros y sus allegados de oficio, cabalgadas que a su favor tenían la rapidez de ejecución, la sorpresa y normalmente la indefensión de quienes las sufrían, pues con frecuencia no se trataba de choques entre huestes de guerreros sino asaltos contra civiles, como hoy los denominaríamos. En fin, que estos o aquellos cristianos en armas, ya fuera por cuenta propia, ya por orden del conde o señor de cualquier torre o castillo, o por mandato del rey, eran muy dados a tales correrías, en las que poco o ningún riesgo se asumía y mucho y rico botín se cogía. Hay que decir, para no contar verdades a medias, que también los musulmanes realizaban este tipo de incursiones tan provechosas.

Pero lo de menos es si el cabalgador era moro o cristiano, lo realmente enjundioso era que, por medio de estos golpes de mano, se obtenía un rápido y enorme beneficio económico, pues no era tanto el objetivo conquistar el territorio atacado sino rapiñarlo y devastarlo, de modo que no existía, tras la correría, ninguna obligación jurídica respecto a lo perpetrado.

Viendo el panorama nacional, pareciera que poco o nada hemos progresado en los últimos seiscientos o setecientos años, porque sigue habiendo en España vegas fértiles saqueadas por los esbirros del conde de turno, que cabalgan de nuevo, ahora a gran escala y con intención, además, de permanencia, aunque, eso sí, a la manera medieval, sin responsabilidad de ningún tipo sobre lo hecho.

Nada tienen que ver, por tanto, las numerosas cabalgatas que esta tarde se celebran en tantas ciudades para solaz de los pequeños con las cabalgadas de moros y cristianos. Y así tenemos que contentarnos, viendo a nuestras señorías, estos posmodernos patres patriae, aposentar sus gordas traseras en las hemicíclicas poltronas mientras maman del botijo nacional, lo mismo da si sale reserva de la mejor añada o vinagre.


* Las distintas denominaciones y tipologías de esta forma de hacer la guerra pueden verse, para los más inquietos, en las Partidas de Alfonso X, que lo describe más pormenorizadamente (Partida II, Título XXIII, Leyes XXVIII y XXIX. En general, todo el Título XXIII lo dedica el rey Sabio a describir el arte de la guerra).

6 comentarios:

  1. Amigo Don Javier,

    Muy instructivo y clarividente el texto que nos presenta hoy sobre las Cabalgadas. La verdad es que desconocía yo tal práctica, y que recibiese ese nombre. No obstante, hay que tener en cuenta que todas las conquistas, a lo largo de la Historia, se han hecho de esa forma, más o menos, eso sí, bajo la égida de la Civilización o Pacificación, que diría un Togado Romano.

    Es verdad que ahora esas cosas se hacen con más delicadeza, con guante más blanco, y con apariencia de Normalidad democrática. Y no hay más que fijarse en el Hemiciclo, y multiplicar por diez o por cien, o por miles,  el número de los escaños, para hacerse una idea de los vividores que hay en esta Piel de toro –al decir de Estrabón-, porque está bien claro que la maldita crisis ha caído en las espaldas de la mayoría, quedando a salvo esa minoría, privilegiada y desvergonzada, que vive haciendo sus correspondientes Cabalgadas, pero sub specie boni, que diría un pensador medieval.

    Y luego tenemos a los que, aposentados en el lujo Asiático, lujo Real casi, no se conforman con eso, y, entre deporte de una y otra clase,  se dedican a dilapidar y apropiarse de lo que no sólo no es de ellos, sino que pertenece, por donación de otros también pobres, a los más débiles e indefensos del Planeta.

    Y es que, viendo la actuación de algunos, ya no es que sea poco lo que hemos progresado en seiscientos o setecientos años, sino que es mucho lo que hemos retrocedido en los últimos milenios.

    Que los Reyes, los Magos, sean generosos con Vd., Don Javier.

    Le envío un abrazo.

    Antonio

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  2. La democracia es un mal sistema, el hemiciclo ofrece abundantes motivos para vituperarlo, pero lo que está fuera es más peligroso. Sus señorías hunden sus traseros en los butacones del hemiciclo, pidámosles que se ganen el sueldo, que dejen de ser aborregados votadores de nada que no sea la disciplina de partido, pero no cuestionemos por activa o por pasiva lo que es el menos malo de los sistemas posibles, aun siendo malo.

    Un abrazo.

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  3. La crisis, Antonio, no existe, a no ser únicamente en nuestros menguados bolsillos. Esta crisis, como todas, como el porcentaje, la plusvalía, el rendimiento del trabajo, la estructura de clases, la educación obligatoria o la bombilla eléctrica, no son sino inventos del hombre. Unos benefician más que otros, pero todos son manipulados para atarnos en una suerte de esclavitud encubierta, servidumbre ignominiosa, en suma, que nos aliena y repugna a la razón, la de cada uno y la universal.

    No vea usted en mis palabras exaltación de los principios marxistas, porque no hay tal. Si acaso Marx, como hombre inteligente, definió postulados expresos de justicia y sentido común que otros se encargaron más tarde de politizar y usar en beneficio propio, de partidos y sistemas. Marx era un pensador, un filósofo, no un político, y en eso estriba su grandeza, su pensamiento universal y su paradigma. En la misma medida, al menos, que lo fue Nietzsche, cuya obra fue igualmente tergiversada, politizada y usada como pretexto y justificación para los abyectos crímenes del nazismo.

    Y debo hablar en estos términos porque de lo que tratamos aquí y ahora es, sencillamente, de política, ciencia sublime del hombre, porque por ella se rige, gobierna y actúa, aunque en estos tiempos no sea merecedora, por culpa de sus miserables sacerdotes, de nuestra estima. Es el hombre político el que se corrompe, no el sistema político, aunque sea éste el que sufra fatalmente las consecuencias de la abyecta ambición humana.

    Por eso vuelvo a decir que esta crisis, inventada, creada, alimentada y aventada desde el poder financiero con la connivencia de los políticos corruptos, nos ha sido vendida, a las masas, como inevitable, casi necesaria para expiar nuestros pecados de hiperconsumismo. Sembrado el miedo en la opinión pública, poco falta ya para que el pánico haga acto de presencia, y en este escenario es donde el poder, del tipo que sea, encuentra su justificación para someternos a todo tipo de prostituciones, con el (falso e igualmente inventado) alegato de que es necesario e inevitable para mantener nuestro estado de bienestar. ¿Cómo, pregunto yo, si a fuerza de recortes ya le han volado al puto bienestar la tapa de los sesos? Y, sin embargo, seguimos callando, asintiendo cabizbajos y sodomizados en la convicción inefable de que no se puede hacer otra cosa. Sólo porque así nos lo han hecho creer.

    Un abrazo.

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  4. No sólo la democracia no es un mal sistema, Joselu, sino que es incluso bueno, si bien mejorable, por supuesto. Ofrece garantías suficientes a los ciudadanos, salvaguardando sus derechos constitucionales, y se fundamenta con solidez en los principios consagrados de justicia e igualdad. La Constitución –la nuestra y la de cualquier país– tiene leyes de desarrollo que prevén los diferentes supuestos, calibrando y pormenorizando la abundante casuística, tejiendo así un sistema procesal complejo pero congruente en lo fundamental.

    Si así alabamos nuestro sistema democrático, ¿dónde está, entonces, el fallo? Pues, según creo y entiendo, no en la democracia misma sino en nosotros, los demócratas, al menos en quienes se precian, alardean y se rasgan vestiduras de serlo. Disfrutando de una fantástica teoría de gobierno, fracasamos a la hora de la praxis más elemental, en primer lugar por la imperfecta ley electoral que rompe, ya de inicio, los presupuestos democráticos más elementales, dejando fuera del escenario a partidos con un considerable respaldo ciudadano y asimilando al Parlamento nacional, en cambio, a otros de mero carácter regional, que entran con un peso inmerecido.

    Fracasamos, también, en nuestros comportamientos sociales, porque primamos, por encima de todo, el éxito efímero, los aborrecibles espectáculos de masas y el enriquecimiento, sea o no ilícito, por encima de la cooperación y el trabajo, que son los verdaderos motores del progreso. Somos, en términos animales, un hormiguero sin reina. Exijamos, sí, a nuestros representantes, un comportamiento ejemplar, pero, al mismo tiempo, cumplamos nosotros todos los preceptos éticos y sociales que son debidos a los demás en una convivencia respetuosa. Un político corrupto es mil veces peor que el más execrable de los asesinos, porque en él depositó su confianza –y su dinero– muchísima gente. Y falta una ley que castigue ejemplarmente tales comportamientos.

    La democracia no es el menos malo de los sistemas posibles, es el mejor. Si acaso, es el menos malo de los probados, porque no me cabe duda de que el mejor sistema está aún por descubrir. Pero, si quienes deben velar por nuestra seguridad, intereses y vidas, se entregan en sumisión a los poderes financieros y económicos del planeta, que no son en absoluto iguales, justos ni democráticos, pobre y mal servicio harán a la democracia que representan y a los ciudadanos que los eligieron.

    Un abrazo.

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  5. Hoy se da, a mi ignaro entender, una cabalgada inversa: los votantes, pongamos del reino de Valencia, por un casual, salen al encuentro de los saqueadores abriéndoles la bolsa de la recaudación para que dispongan a su gusto, en un vulgar remedo del trágicotonto: ¡Vivan las caenas!, tan idiosincrásico ccomo idioimbécil.

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  6. Si del reino moro de Valencia hablas, Juan, puedo decir que no debe de haber entre todas las demás taifas hispanocristianomusulmanas otra de tan grande descompostura como ésta. Un buen amigo, que ha (mal)vivido allí durante varias décadas, ha terminado por tomar el camino del autoexilio al no poder soportar ya tanta indecorosa desfachatez y latrocinio. Debe de estar allí el nicho donde se oculta la mayor parte de la economía fraudulenta de España.

    Es muy cierto lo que dices. Andan los ches orgullosos de sí y de sus representantes políticos, alter ego desmedido, y se ufanan de todos en conjunto, aclamándolos como fanática mole que en realidad se admira a sí misma. No ven en la corruptela imperante motivo de sonrojo, mucho menos de ilegítima apropiación, pues hacen sayos con amplísimas tragaderas, y renuevan mayorías aplastantes quienes más mienten, roban y se jactan de ello.

    Cabalgan todos juntos, nobles y plebeyos, sabedores de su impunidad, su soberbia y sus derechos de cama.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...