No será este escribidor quien determine si alguien
tiene derecho a algo, y en qué medida, por supuesto que no, entre otras cosas
porque ni tiene autoridad para tal cosa ni le pagan por ello. Pero me cago en
la leche. No era bastante con que los sufridos, esforzados y avergonzados
súbditos-ciudadanos de esta España poliforme arrastráramos el estigma de
guatequeros y dilapidadores por las tierras de esa seria y rigurosa Europa, que
a los pequeños enanos de dentro les ha dado ahora por crecer.
Aprovechó el Gobierno del Estado, la Nación, el País,
el ABC o lo que quiera que seamos, para derogar a golpe de Decreto-Ley cuantos
derechos habíamos ido poco a poco consiguiendo durante décadas; aprovecharon
los negrialados empresarios-bisagra que van con el lote para soltar lastre; y
aprovechan estos sandios catalanistas –ojo, que nadie es zote por ser catalán,
que es desgracia común y añeja de toda la geografía nacional, la simpleza,
digo, que por cierto, es vocablo que cada vez aprecio más en su vertiente más
grosera e impertinente: subnormal– para exigir su presunto derecho a la
independencia –y rápidamente Pinocho II de Moncloaca entra al quite y de paso
espanta fantasmas crísicos (sic).
Y se pregunta humildemente el escribidor:
¿independencia de qué o de quién? ¿Es que acaso hay poder tiránico que a lo
catalán se opone e impone por fuerza de armas o aplastante ideología? ¿O es que
se trata de reivindicaciones ancestrales que en la historia buscan razones…?
Porque, si de historia se trata, por supuesto que es posible, y además muy
probable, encontrar en ella, buceando, razones a millares, que digo a miles, a
millones, que avalan supuestos derechos legítimos a ser uno, distinto,
diferente, libre, rico, inteligente y, además, guapo. Pero, también, resulta
igualmente fácil y hasta frecuente esgrimir otras razones para todo lo
contrario, porque es la Hstoria una señora ciega –no confundir con la Justicia,
que solo es tuerta– que no entiende de privilegios de éste o aquél, y lo mismo
que a todos contenta a todos da por el saco.
No quisiera el escribidor entrar en refriegas de
carácter histórico, pues sabe que en estas contiendas el ascua debe calentar a
más de una sardina, pero sí dejará constancia de unos breves apuntes, para que
el lector despistado o poco o nada informado se sitúe en contexto.
A saber, y antes de nada, si lo que los nacionalistas
catalanistas esgrimen como razones históricas para legitimar su independentismo
se reduce a que hubo un Condado de Barcelona, dependiente de la monarquía carolingia,
que con el tiempo y la lejanía del poder franco fue liberándose de su tutela y se
encontró en disposición de iniciar una tímida expansión territorial hasta
fusionarse dinásticamente con el Reino de Aragón, le parece a este escribidor
que tales fundamentos son pobre y etérea base sobre la que construir un Estado.
Porque los territorios catalanes, los que actualmente forman la Comunidad
Autónoma de Cataluña, nunca, en ningún momento pasado, fueron independientes ni
constituyeron una nación histórica, como pretenden ahora aducir, sino que
siempre, desde que las tribus abandonaron el chamanismo, formaron parte de
entidades políticas y territoriales superiores: primero de Roma, después del
Reino Visigodo de Toledo, más tarde del Califato de Córdoba, luego del Imperio
Carolingio, para pasar a la Corona de Aragón (que es, probablemente, cuando los
catalanes alcanzaron mayor grado de autonomía, salvedad hecha del periodo
democrático actual, y aun así, estaban sometidos al poder regio) y, por último,
a la España unificada por sus católicas majestades.
En segundo lugar, decir que «La historia de Cataluña se inicia cerca del año 900, cuando Guifredo el
Velloso se desliga de los reyes francos y da origen a la casa condal de
Barcelona» es decir mucho. Demasiado, porque en aquel entonces ni existía
el concepto político o territorial de Cataluña (el Condado de Barcelona era uno
más de los varios condados que formaban la Marca Hispánica) ni había conciencia
alguna de una identidad catalana, mucho menos de una nación catalana. Faltan el rigor histórico y la fidelidad a los
hechos contrastados por la mayor parte de los historiadores, a excepción de los
nacionalistas, claro. Pero es la bandera que ondea en la página web de la Generalitat,
donde se lee asimismo que «El linaje de
Guifredo el Velloso fue el embrión de la corona de Aragón», y donde se
recrean en la idea de «reyes catalanes»
ya que no pueden propiamente hablar de reyes de Cataluña.
Por último, podrán esgrimirse a favor de la
independencia de Cataluña muchas y gastadas redundancias de carácter
ideológico, lingüístico, cultural e identitarias, e incluso podrá alegarse que
es una nacionalidad histórica porque plebiscitó en la Segunda República un
Estatuto de Autonomía, y si a eso llaman derechos históricos, convengo, pero
que se guarden bien, estos independentistas nacionalistas catalanistas, porque,
de la misma manera, y si algún día consiguieren su anhelada independencia,
parecidos argumentos estarán en disposición de esgrimir los de Vich, el
Ampurdán, Solsona o Val d’Aran para reclamar su propia independencia.
Hasta aquí los razonamientos de carácter histórico,
político o ideológico. No obstante, todo ello no hace sino redundar en lo
mismo, que es la desagregación, la disolución, la separación, la
compartimentación y la desafectación, cuando, precisamente, lo que se necesita
es sumar.
Y, para colmo, el resto de necios de la orquesta
nacional y hasta de la europea entran al trapo de las sandeces populistas y
demagógicas de los otros, discutiendo muy sesudamente las consecuencias
políticas, económicas y de otra índole de una posible declaración de
independencia bla, bla, bla. ¿Acaso no
se da cuenta nadie de que, para que Cataluña fuera jurídicamente independiente
del Estado español sería necesario un complicado y lento procedimiento legal
que implicaría probablemente la reforma de la Constitución española y un
referéndum nacional? ¿Acaso ningún lumbrera entre los cuatrocientos mil
asesores del Gobierno, la oposición, los sindicatos y la cuñada de todos ellos
tiene el suficiente conocimiento para pasar el día y, verbigracia ciencia
infusa aunque sea, decir claramente que una declaración unilateral de
independencia por parte del gobierno de Cataluña no tendría otro efecto que ser
considerados el hazmerreír de todo el mundo, exceptuando los cuatro cretinos
que la proclamaran? ¿Es que no se percatan de que ni siquiera la tan anunciada
consulta popular al respecto podría revestirse de una apariencia de legalidad,
pues está fuera del marco competencial catalán? ¿Cómo, entonces, en nombre de
todo el sentido común, habría de tener efecto la hipotética declaración, ni en
las instancias nacionales ni en las europeas, y en virtud de qué razones los
líderes españoles y europeos se pronuncian al respecto como si de cosa de
estado se tratara?
No hay otra forma más elocuente de denominar a la
cosa esta de la independencia. Que el señor
President, por llamarle algo educado, proclamara la independencia de
Cataluña respecto a España tendría el mismo valor jurídico que si el
Ayuntamiento de Alcorcón –dicho con todo el respeto–, en sesión solemne y
plenaria, y todos los concejales con el traje de pana de los domingos,
aprobaran una moción para declarar la guerra a Marruecos. Sucede que, sencillamente,
unos señores, por mucho que pertenezcan legal y democráticamente a esta o
aquella institución y por muy de acuerdo que se pongan en ello, carecen de
autoridad, jurisdicción y legalidad para llevar a efecto cualquier cosa sobre
la que no tengan competencia.
Cree el escribidor que hay por ahí mucha tontuna, muy
mala leche y muy poca educación. Y lo cree, además, con un profundo sentimiento
de pesar y amargura, porque ha vivido, y buenos momentos, en Cataluña, junto a
sus familiares catalanes, y quien lo conoce sabe que aborrece las fronteras,
cualquier frontera, física o imaginaria, real o virtual, y sabe también que
ninguna animadversión le mueve, salvo el profundo hastío que le producen la
estupidez y la intolerancia, hablen catalán o sueco.
En fin, que resulta demoledor y tremendamente
definitivo el hecho de que la voluntad de la mayoría sea tan inapelable como si
de cosa juzgada se tratara, democratia
dixit. Entonces, frente a esta exhibición de la soberbia popular, ¿no le
cabe a quien ejerce el poder sino claudicar? Pero, ¿no será más bien que es ese
que tiene el poder quien ha conducido
a la mayoría hacia la toma de tal decisión soberana,
en una transcripción ideológica e interesada del término demagogo?
En el fondo, se han creído su propia mentira. Se trataba de salir del embrollo en el que están: dos años de recortes continuos, nulas expectativas de salir reelegidos, tener que negociar a la baja la aprobación de los presupuestos con el PP, su implicación en la corrupción institucional, el embargo de la sede principal de partido, el caso de la ITV en el que está implicado Oriol Pujol, el hijo del virrey, es decir, toda esta movida no es más que un demagógico montaje para asegurarse seis años más en los que poder seguir haciendo negocios y sacando tajadas soberbias. Me juego el cuello a que, una vez reelegidos -si no hay sorpresas de última hora-, aunque por la mínima, es decir, habiéndose dejado las plumas del águila en un vuelo que acabará siendo de gallinácea, lo primero que pondrá Mas sobre el tapete es la "necesidad" del trasvase del Ródano, en el que lleva años insistiendo. La pregunta es, ¿quién o quienes, cercano o cercanos a él y a su gobierno están metidos en el negocio de las tuberias? Ahí tendríamos la respuesta de sus planteamientos "politicos".
ResponderEliminarSi has vivido aquí, Javier, sabrás que hay muchísimos catalanes que no comulgan con el nacionalismo de aldea de Mas, yo entre ellos, y espero que en las próximas elecciones se demuestre su fuerza.
Se lo creen todo, Juan, se lo creen todo..., incluso las medias verdades de los demás. Y lo más sangrante es que esas mayorías vociferantes también se lo creen, por desgracia, pues son la esencia de la democracia, ellos, que apenas alcanzan a atarse los cordones...
EliminarProbablemente sea como dices, que muestras de ello hay en la historia, pero, de momento, logran alejar la atención pública de lo que realmente importa. Y a Pinocho le ha venido doblemente bien la distracción, porque así despeja hacia fuera...
Lo peor de todo es que suelen tener más razón los que más levantan la voz, y esa soez impresión es la que a fuego se graba en el ideario colectivo, para bien o, casi siempre, para mal.
Un abrazo.
Amigo Javier, los primeros en sufrir esta sandez somo los que vivimos en esta estimada tierra, los que hemos nacido aquí y anhelamos un poco de sentido común. Los aires independentistas están alentados desde el poder de estos politiquillos de mala calaña que a lo único que aspiran es a mantenerse en su poltrona. Se dedican a encender los ánimos y la mala saña de un nacionalismo de corral o de patio de vecinos. Lo que me sabe mal de todo esto es que a todos los que hemos nacido aquí se nos corte por el mismo patrón, y lo que me aterroriza es las consecuencias, pues todos sabemos que los nacionalismos se sustentan en los cimientos de la intolerancia y que esto que hoy son banderas -"senyeras"- esteladas pueden ser mañana sangre y dolor. Supongo, sin embargo, que ahora, con las urnas cercanas, todas estas proclamas no son más que un fuego de estopa, que pasadas las elecciones, incluso ganando los nacionalistas, todo quedará en una ceniza que el viento de la razón se la llevará.
ResponderEliminarDa pena tanta intolerancia, muchos talibanes sueltos y muchos hombres y mujeres de buena voluntad que están siendo manipulados, da pena tanto atropello a la inteligencia.
Salud
Francesc Cornadó
Nacionalismo y exclusión son dos vocablos que guardan perfecta relación de sinonimia, aunque no lo reconozca el academicismo. Son hechos, además, que cuanto más pequeño se es la impresión que prevalece es la de una sombra siniestra, porque el achicamiento físico, y sobre todo mental, se torna radicalismo feroz, es decir, nacionalismo fanático. Cuando se es grande no se precisa machacar a nadie, de la misma manera que cuando se posee inteligencia no se preocupa nadie de hacérsela ver a los demás: fluye de modo natural, como el agua de un manantial.
EliminarSé de sobra que en Cataluña convivís personas junto a animales, que pueden ser tanto de corral como de apriscos. Os deseo a los catalanes, Francesc, el mejor de los atinos. Si no, deberemos seguir en la lucha, desde la pluma o desde la barricada, a elegir...
Un abrazo.