miércoles, 12 de junio de 2013

Alimento viral (II)

El otro alimento viral al que me referiré a continuación es el proteínico, es decir, la comida puramente biológica, en palabras más entendibles. El hombre es omnívoro. Sin embargo, el hecho de que podamos comer de todo no significa que debamos comer de todo. Con el argumento –en realidad la excusa–, de la crisis como ruido de fondo imperceptible, se amparan los estudios estadísticos para justificar el aumento de la obesidad en la población en general, y en los niños en particular. En los países ricos, me refiero. Obvian los estudiosos, –intencionadamente, me inclino a creer–, que el problema de unos humanos progresivamente más gordos es anterior y además ajeno a esta o a otras crisis, lo cual no impide, ciertamente, que fruto de la escasez de ingresos cada vez más gente se alimente con productos de menor calidad debido a su menor precio, lo cual se traduce en un aumento de la obesidad entre los sectores más desfavorecidos. Sin embargo, siguen faltando estudios rigurosos al respecto.

Que el alimento es un arma lo sabían ya nuestros ancestros grecorromanos, por situar el asunto en un contexto histórico fácilmente comprensible. Tenemos pruebas de que se especula en los mercados internacionales con el precio del arroz, del trigo y de otros productos básicos para la supervivencia de cientos de millones de seres humanos cuando las inversiones en armas, drogas o bienes raíces flojean. En el mundo desarrollado, el alimento, mejor dicho, su manipulación, obedece, como en el caso de todo lo que deriva del poder, al control de las masas. Las revoluciones suelen suceder porque falta la comida antes que por la ausencia de libertades o derechos –ya sé que algunos estarán pensando que no, que al contrario, pero les sugiero que cuenten despacio hasta…10 antes de descargar su ira contra este pobre escribidor. Un grupo humano satisfecho es más dócil y menos propenso a la protesta. Una sociedad alimentada, aunque sea mal alimentada en términos biológicos, se comporta como un león macho que acaba de zamparse 40 kilos de cebra por si tarda una semana en volver a llevarse algo a la boca: ronronea mientras se echa la siesta.

La obesidad de cada vez más gente está directamente relacionada con lo que come; es lo que denominamos obesidad mórbida, que, a diferencia de la obesidad genética, en la que partimos de un genotipo susceptible, depende casi exclusivamente de factores sociales y ambientales. Y la comida, combustible de nuestro metabolismo, debe ser de la suficiente calidad para satisfacer las exigentes necesidades del organismo humano, incluido, claro está, el cerebro. La dieta que sigue una buena parte de la población, rica en grasas saturadas debido a la continua visita a las hamburgueserías, pizzerías y otros establecimientos de comida basura, así como la costumbre cada vez más extendida de cocinar en casa platos congelados preparados, es justamente la que menos requiere nuestro organismo. La explicación es sencilla: hoy, para alimentarnos, cogemos la comida simplemente estirando la mano en el estante del supermercado, lo cual no implica prácticamente desgaste físico alguno. Sin embargo, a esta ingesta de grasas y proteínas se aferra rápidamente el inconsciente límbico por recuerdo histórico de nuestro pasado como cazadores, cuando el elevado gasto de calorías que debía hacerse para sobrevivir convertía en deseable todo el aporte proteínico que se pudiera obtener.


Hay que añadir a este exceso de grasas saturadas, además, el escaso aporte de nutrientes debido a la mala calidad de los alimentos que la contienen, sobre todo carne picada, en muchos casos con altos porcentajes de despojos y tendones, y, por supuesto, los aditivos industriales, que causan una adicción tan extrema como las sustancias estupefacientes. La carne, en tanto proteínas de origen animal, ya es por sí sola adictiva, pero si le unimos estos ingredientes (que también están presentes en las salsas de tomate, mostaza, patatas fritas elaboradas y numerosas golosinas, aunque lleven etiquetado de control de calidad), y reducimos nuestra dieta a la ingesta de productos basura y precocinados, el resultado es el que todos podemos ver: cada vez estamos más gordos.

2 comentarios:

  1. Curiosamente, tiene más que ver en esa epidemia de obesidad la bebida que la comida. Las bebidad carbonatadas y azucaradas hasta el delirio son las responsables directas de un incremento notabilísimo del número de diabéticos. En Méjico, al parecer, dada la mala calidad del agua doméstica, apenas beben sino refrescos, con lo que ello implica. A un conocido, que bebía 5 latas de Coca-Cola al día, y que llevaba un desorden notable de comidas, por mor del trabajo -se dedica al mantenimiento en edificios públicos-acaban de dignosticarle la diabetes con la que ha de convivir ya de por vida.
    Estoy de acuerdo, Javier, con el análisis que haces, pero dejas de lado la responsabilidades paternas a la hora de introducir a los hijos todo tipo de alimentos y, sobre todo, el consumo indispensable de frutas y verduras. Mi hermano mayor siempre me repetía, admirado, que había conseguido con mis hijos algo que él nunca logró con los suyos: que comieran pescado. He de decir, no obstante, que yo cerré el paso, desde muy pronto, a dos enemigos nº 1 de la dieta saludable: las patatas fritas de bolsa y los refrescos como la Coca-Cola y similares. Fruta -y es una ruina económica- siempre hay en casa. Y otros tres alimentos sin los que la familia entera no sabría vivir: las zanahorias, la lechuga y el arroz. Las verdura y hortalizas son de consumo diario, y las lentejas, calientes en su época y frías ahora con tomate y mayonesa, son también productos habituales. No quiero echar sobre los padres toda la responsabilidad de las inclinaciones dietéticas de sus hijos, pero convendrás conmigo, Javier, en que tenemos bastante. Por otro lado, no necesariamente comer bien , esto es, nutrirse adecuadamente, significa comer caro, y no insisto porque no solo es obvio, sino poque, al parecer, hay no pocos programas televisivos de cocineros que explotan esa vertiente de la calidad a buen precio.

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    1. No puede uno, Juan, estar en todo; o a veces no quiere, que también es el caso. Me salió un pegote tan inabarcable que tuve que repartirlo en tres trozos (el último ya está al caer), y eso incluso censurando inestimables partes. De ahí que, entre otras cosas, haya preferido no incluir la responsabilidad paterna en este asunto, como sabiamente apuntas (por otra parte, me interesa más el mensaje implícito en el artículo que algunos detalles de los que desgraciadamente prescindo). Pero es que los padres son una de las claves angulares de nuestra sociedad, estructurada como está en núcleos familiares reducidos, y no solamente de la alimentación, sino de la educación (cuando menos en su sentido gregario, es decir, como conjunto de pautas correctas de conducta social), de los valores comúnmente admitidos como válidos, de la responsabilidad -eso que ahora no parece tener nadie- en todos los órdenes-, y, en fin, de cuantos asuntos no debieran delegar tan alegremente en otros, sean estos el Estado, los abuelos, el ayuntamiento del pueblo o la ong de la esquina.

      Por supuesto tienes razón en tu apunte sobre la dualidad calidad/precio, porque nosotros mismos (mi sufridora y paciente esposa y este que lo cuenta), dedicamos mensualmente parte magra a la alimentación, y no precisamente para ahorrar, sino porque no se necesita mucho más para estar correctamente nutrido (aparte está, claro, el presupuesto destinado a las facturas que inmisericorde y obstinadamente el banco se obstina en reclamar cada primeros de mes, aunque creo que de todas formas no necesitaríamos dedicar una mayor partida a la alimentación, salvo eventuales caprichos de gourmet).

      En todo caso, Juan, a ver si remato con éxito esta trilogía alimentaria. ¡Ah!, y ojo con una excesiva ingesta de frutas, porque, siendo sanas como son, en demasía contribuyen a la obesidad, la hipertensión y otras patologías; además, como sabrás, no todos los tipos de azúcar que contienen son sanos: atención especial a los índices de fructosa de cada tipo de fruta. Y cuidado también con las zanahorias, porque no somos conejos, y comerlas crudas con asiduidad también aporta a nuestro organismo un exceso azúcares, fructosa, sacarosa y glucosa (que conste que no es mi intención chafarte la dieta).

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...