domingo, 25 de mayo de 2014

Gigantes y cabezudos

Acostumbrados a medir la grandeza de los hombres por sus atributos –lo cual con frecuencia también es válido para hacerse una idea de su estupidez–, esa misma vara sirve para los estados, o las naciones, o los países… o como quieran y prefieran llamarlos ustedes.

¿Cómo de grande es, entonces, un tal estado de estos que decimos? ¿En cuál sistema y en qué unidades habremos de medir su poder? ¿Acaso en sus logros científicos, o quizá en sus conquistas, o en su pujanza económica, o puede, incluso, que en las libertades alcanzadas [por y para ellos exclusivamente, claro]?

Hoy, si tuviéramos que hacer balance del resultado nacional, de nuestro estado, o nación, o país, solo nos cabría decir que es un perdedor al que ni siquiera cabe el consuelo romántico de la poesía redentora, y que son su empecinamiento y el carácter homicida pero blando de sus paisanos sus principales señas identitarias, quizá no con las que se presenta a sí mismo –ya saben, la marca España–, pero sí las que nos han conducido, año tras año entre dolorosas heridas seculares, hasta aquí mismo. Pues, ¿qué tenemos tras tanta gloriosa historia, tras dos siglos de dominio militar incuestionable en los cuatro puntos cardinales, sino rencor, ira, y esos constantes deseos de blasfemar tan nuestros?

Otros son los estados que, sin tanto alarde ni fanfarrias, pueden presumir de gigantes, incluso aunque algunos tengan diluidas y algo movedizas sus bases fundamentales. A la Francia revolucionaria le bastaron unas pocas miles de cabezas rodantes para hacerse un hueco entre los grandes, si bien es verdad que salió excesivamente bien parada de la II Guerra Mundial; pero, con todo, es país muy principal. La Inglaterra victoriana no era solo la Pérfida Albión –apelativo que bien podría servir para todos los demás contrincantes de la escena europea de sus mejores épocas, porque todos emplearon iguales o parecidas tácticas pseudodiplomáticas, si bien fueron los ingleses quienes mejor provecho supieron obtener–, oportunista a la contra del decadente imperio español, sino también, por encima de sus corsarios, una nación hacedora de progreso, aunque fuera a costa de los países colonizados, la gran mayoría de los cuales, por otra parte, forman hoy ese club de gigantes, aunque no presuman de marca como España. Los Estados Unidos, por ser el paradigma que mejor representa el ascenso y gloria al que todo pueblo aspira, sin prácticamente quererlo –es conveniente en este sentido recordar sus férreas políticas aislacionistas–, y solo después de ser azuzados por Japón, consiguieron como pocos imperios rentabilizar unos cuantos miles de soldados muertos para forjar una supremacía indiscutible, nos guste o no. Los propios japoneses, paradójicamente de la mano de sus enemigos, los americanos, levantaron un imperio económico en muy poco tiempo. Otro tanto podemos decir de los alemanes, pueblo laborioso, sacrificado y disciplinado como pocos, y que, con sus sombras –quien quiera ver más que luces, en su derecho está–, andan ahora manejando los hilos, a pesar de sus severísimas derrotas militares.

La lista es, sin duda, larga, aunque no podamos extendernos aquí. Podrá aducirse en contra de estos argumentos lo que se quiera, y podrá justificarse la situación de este país con otros o idénticos y esos mismos argumentos. Por supuesto. Pero, la realidad, lo que vemos, vivimos y sentimos, es que no somos un país gigante, ni de gigantes, y que salvo en la industria castañuelera, en la de abanicos, y en la de jamones [dicen que] ibéricos, poco más hay de sobresaliente en nosotros, pobres y tópicos enanos que, como mucho, si acaso, alcanzamos a ser cabezudos.


4 comentarios:

  1. Puestos a reducir el foco, Javier, es evidente que, al final, la imagen puede distorsionarse hasta el esperpento. Aún recuerdo lo mucho que me impresionó un documental sobre la tremebunda crisis argentina, "Memoria del saqueo" se llama, y cómo la reacción del pueblo mediante un recurso tan elemental como el "trueque" logró sobrevivir a aquel espolio cuyas dimensiones aún sobrecogen al espectador. Es evidente que del "que se vayan todos" que movilizaba a las masas, al cristinismo militante hay una suerte de metamorfosis en esas mismas masas que a uno le cuesta mucho trabajo entender intelectualmente, y que, en mi caso particular, me mueven a la distancia, al desclasamiento y al retiro a la estricta intimidad del "retirado en estos desiertos/con pocos pero doctos libros juntos".
    Como siempre he tenido el espíritu de la contradicción metido en el cuerpo, ahí va un dato positivo para incordiar: el sistema español de trasplantes. NIngún país es más eficaz que el nuestro en todo el planeta.

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    1. Dice mi parte femenina que sus mejores amigos están todos muertos, y razón tendrá, que en los libros halla, y hallo, más placer que en otras mundanales cosas, y, como te pasa a ti, es retiro gratificante y, dados los tiempos que vivimos tan apresurados, muy deseado.

      Hay distintas definiciones de carácter, o idiosincrasia, o muchos otros nombres que tiene esa forma de ser de las personas y los pueblos. Tendré que releer a Canetti y a otros más para cerciorarme de que las masas, sin embargo, quizá carezcan de esa cosa... Es verdad, también, que ese rasgo que apuntas habla en favor de estas gentes de aquí, de nosotros, pero es gota en el océano, perla que nos hace bien, sin duda, pero escasa, escasa... y digna de estudio, también, aunque quizá, si se llegara al fondo del análisis sociológico al respecto, descubriríamos que ese altruísmo no es sino egoísmo de uno mismo. De todas formas, y aunque otras ostras guarden algún tesoro, la mayoría están vacías. Eso, o me puede cierto pesimismo que pretende trascender.

      Un abrazo

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  2. Querer ser un gigante y no pasar de una talla mediana es sencillamente ridículo. Esto pasa en este país. Aunque no somos lo únicos en querer sacar pecho. España no se conforma con ser un país mediano en el mundo, con sus luces y con sus sombras, como todos. Ni más ni menos. Me da mucha rabia ese supuesto rasgo del carácter nacional del "como aquí en ningún sitio", un orgullo patriotero absurdo que sólo denota ignorancia y complacencia. Pero cada país, cada lugar tiene lo suyo...

    Un abrazo.

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    1. En efecto, Moisés, que al fin y al cabo, y aunque hablemos mil lenguas distintas y vistamos diferente, somos todos una única especie, una sola raza. De modo que nuestras diferencias habrán de ser, simplemente -¡y no es poco!-, ambientales, porque la esencia del ser permanece prácticamente inmutable a pesar de las distancias y las, la mayor parte de las veces, grandilocuentes pretensiones de estos compañeros de fatigas.

      Ser español, danés, etíope, o vietnamita, es un accidente circunstancial de lugar que parece abrir abismos entre nosotros. Sin embargo, donde están las verdaderas fallas es en las mentes, que a unos conducen a la soberbia y la ambición, a otros a la prudencia y el retiro, y a los más, sencillamente, a ningún sitio.

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...