Va a resultar que, al final, no es la economía lo que
mueve el mundo…, sino que nuestra más homicida vena genética resurge de las
tinieblas para vergüenza de todos, y, a tortazos, terminamos de arreglar lo que
no pudieron, ni quisieron, las palabras ni los billetes cabezones.
Que la violencia sea la última razón –y, además, si
me lo permiten, legítima y hasta necesaria, según cómo, cuándo, y dónde–, está
en la cabeza de todos (incluidos, claro, los políticos), aunque no en sus
bocas… Uno de los miedos peores a que se enfrenta cualquiera, sobre todo cuando
tiene que manifestarse públicamente, es meter la pata. Eso está grabado a fuego
en todos los manuales de politiqueo. Y, sin embargo, ¿acaso no tenemos
evidencias continuas de la enorme descortesía, falta de cultura, inelegancia, y
brutalidad de nuestros personajes públicos, políticos y empresarios incluidos?
El eco que cualquier tontería dicha por estos sujetos alcanza hoy, gracias a la
amplificación indeseada de esos sistemas gregarios denominados redes sociales,
es inaudito, y tanto sirve para echar por tierra meses, e incluso años de
esforzada tarea (aunque también está demostrado que nuestra memoria y nuestra capacidad
de regurgitar tienen escaso recorrido), como para encumbrar a la gloria del éter
espacial al más simple de los navegautas… Unos por ignorancia y estupidez,
otros por manifiesta desvergüenza, todos ellos serían dignos candidatos al cepo
de la plaza del mercado, para que jovenzuelos y viejas desdentadas les
escupieran e insultaran, y les dieran de manotazos.
Seguimos en la triste gruta platónica, y apenas
alcanzamos a comprender que, de todo cuanto vemos y oímos, nada es sino una
simple aproximación a la realidad en que vive el mundo al que nos negamos, una
y otra vez, a reconocer. Solo conocemos simples retazos, visiones sesgadas,
incompletas, de lo que sucede… Porque, lo que de verdad ocurre, es que andamos
tan tuertos como sordos, mirando de reojo para no ver –o para que no nos vean–,
con algodones en las orejas y las manos engarfiadas, con la mente, esa que se
compone, dicen, de ideas y pensamientos, cerrada a cal y canto, no sea que a
alguien se le ocurra meter en ella alguna razón, la que sea, que nos saque,
aunque nos duela, del confortable establo en que nos apacientan…¿Pensaba
alguien que en la civilizada Europa era imposible ver escenas horrorosas que
parecen sacadas de esos noticieros de posguerra? Ya vimos, en los 90, que no. Y
parece que ahora veremos más…, en Ucrania, ahí al lado, tan cerca que a mí me asusta.
Pero no es violencia, ni nada por el estilo: es solo una excusa. Más cerca aún,
en una tierra hermosa –como todas las tierras, por otra parte– donde crecen las
rosas y los olivos, donde aún no existen fronteras, el camino se encuentra a
media distancia, todavía por recorrer. La excusa, aquí, es otra, pero siempre
la misma: una suerte de secular opresión
extranjera aliñada con la soberbia de un pueblo superior… o de un pueblo
tranquilo, como tantos, conducido por unos dirigentes, ésos sí, superiores de
veras.
Lo inmediato no es ya denunciar la alienación a que nos
somete el poder –cualquier forma de poder, en sus múltiples manifestaciones y en
cualquiera de sus variantes geográficas, culturales y lingüísticas–, que se ha
convertido en una obviedad insoslayable; lo realmente acuciante, ahora, es
encontrar la manera de salir de ese estado de postración, de romper la viciosa
curva cerrada en que nos han encarrilado…
«¡Viva la
libertad!», gritaban los revolucionarios de termidor, grito repetido a lo largo de todo el mundo millones de
veces desde entonces. Mas, ¿qué libertad era esa? ¿La de ellos? ¿La del Terror? Dudo, y la duda se convierte en
disidencia del hombre… «¡Viva la muerte!»,
voceaban enardecidos los legionarios al asaltar, con la bayoneta calada, las
posiciones enemigas para degollar moros… Y esa muerte, ésa sí, era la de todos…
Parece que estemos en un bucle sistemático que no sabemos resolver. Poco a añdir al post.
ResponderEliminarEstamos, Jordim, estamos... Y, además de sistemático, es un bucle sistémico, y transversal, que se dice ahora.
EliminarUn abrazo
Los intereses de los estados, a veces, son tan ocultos (por impopulares) que se crean situaciones artificiales donde antes no las había. Por ejemplo, la desgracia de Ucrania es estar ubicada en la frontera de dos áreas de influencia y esa localización va a hacer que salte el conflicto. Vamos, geopolítica de la vieja escuela. La violencia es el medio, no el fin, de tener a los pueblos sometidos a los dictados del poder (venga éste de donde venga: económico, político, etc).
ResponderEliminarUn saludo.
Una de las desgracias de Ucrania, Moisés, no es estar donde está, sino tener por habitantes a seres tan toscos y estúpidos como sus vecinos rusos, o de cualquier otra nacionalidad. Uno de los países que en mayor medida han sufrido esa tragedia geoestratégica a lo largo de su historia es Polonia, que, incluso, en época no tan lejana dejó oficialmente de existir.
EliminarLa tragedia es siempre humana: hay que ver, siendo la misma especie, cada uno se arropa con un trapo de diferente color, y a él, y al santo patrón, se encomienda...
Un abrazo
Creo que no es cuestión de la hosquedad de la población... ciertamente Ucrania es un pequeño avispero emparedado entre Europa y Rusia, con intereses en su territorio por parte de ambos. Putin y su ultranacionalismo busca conseguir un mini telón de acero o barrera de protección frente a escudo antimisiles yankis o intereses comerciales europeos (por cierto, contra los que no puede luchar con las mismas armas). Bielorrusia ya está rendida hace años ante el nuevo zar y Ucrania se resistía (por su parte occidental). No es una situación fácil de solucionar y además está el gas ruso que Ucrania necesita y no puede pagar por su delicada situación económica.
EliminarAparte del ejemplo ucraniano, estoy de acuerdo contigo en tu reflexión. Trapos diferentes que acaban con vidas, religiones mal entendidas por las que se mata, la avaricia del negocio... Los mismos seres humanos que hemos creado maravillas somos capaces de las peores vilezas.
Un abrazo.